The Last Dance: la humanidad de Jordan
Breaking news: Jordan es humano.
Así inicia un programa deportivo después de que Michael Jordan perdiera un balón y fallara el tiro decisivo en una serie de playoffs frente a Orlando Magic cuando regresa de 21 meses en el béisbol para jugar con los Bulls con el 45 en la espalda; después de ese partido volvió al 23.
Lo que aquí escribo no es un spoiler, porque no estoy tan seguro que se pueda spoilear la memoria de quienes vieron ese playoff. The Last Dance ha sido la dosis de deporte que nuestra cuarentena necesitaba y me ha regalado momentos de alegría cuando me devoro los capítulos o cuando los discuto con Jorge, Mariana, Paco y Juan, con quienes inauguramos un podcast solo para la serie. Pero fuera de eso, mi reflexión de fondo sobre el documental es una obvia: Michael Jordan era un humano; soy un apasionado de las historias del deporte de aquellos héroes que no son tan reconocidos. A decir verdad, el documental me ha apasionado por acercarme más a la historia de Pippen, de Rodman, de Grant, de Kerr, de Paxon, de Wennington o de Kukoc, aquellos a los que quizá la historia del deporte no les hace tanta justicia; pero también me ha puesto en la cabeza una idea: Jordan tiene algo de eso cuando no se ha reconocido que le limitaban el tiempo de juego con cronómetro, que cambió su cuerpo de beisbolista a basquetbolista en un par de ocasiones o jugar con la muerte de su papá como recuerdo vivo.
Uno en la vida misma es más como Stockton, un gran base que nunca ganó un campeonato y por eso su esfuerzo diario y su vida se quedan como en el limbo de ser reconocido el mejor a solamente ser uno de los mejores. La realidad es que la vida es así, a veces no nos hace justicia, la vida es más como el lado oculto del deporte que las fotos besando los trofeos y ahí The Last Dance es una pieza increíble para entender a Jordan en su compleja humanidad, no lo enaltece, lo pone en su justa dimensión; también, no hay nada más que hacer para enaltecer al mejor deportista de un deporte colectivo en la historia.
Pero el documental expone la humanidad de Jordan tan fiel, que lo hace cercano (vienen algunos spoilers), Jordan se retira del basketball 21 meses, por cansancio sí (lo quería hacer desde su segundo campeonato pero no lo hizo porque ni Magic ni Bird habían ganado 3 seguidos y él quería eso), para jugar béisbol, también, pero en el fondo es la ausencia de su padre la que lo hace replantearse su profesión y su vida, como a todos y a muchos nos ha pasado. Jordan vuelve y lo primero que hace es llorar porque jugará un partido sin su padre. Cuando gana su cuarto campeonato llora inconsolable en el vestidor, por su padre.
Además de esa sensibilidad, que ya conocíamos por los memes de Jordan llorando, se expone un Jordan intratable en los entrenamientos, han salido muchas notas en la prensa donde jugadores se “quejan” del trato de Jordan; no solo se trataba de una necesidad de perfección o una disciplina extrema, se trataba de un liderazgo a su manera: bully, negativo, que llevaba hasta el límite y así pudo hacer mejores a sus compañeros: “no les pedía nada que yo no hiciera, esa era mi manera de entender el deporte, sino te gustaba no la jugabas”, “yo solo quería que todos fueran campeones, no solo yo” y de inmediato, Jordan se quiebra y detiene la entrevista; esa necesidad tóxica de ganar no era miel sobre hojuelas, por eso un personaje como Phil Jackson fue esencial en la construcción de la mejor dinastía en la historia del deporte, Jackson corrió del entrenamiento a Jordan cuando golpeó a Kerr, no era un tipo intocable. Kerr y Pippen declararon incluso que los días de entrenamiento sin Jordan, fueron más disfrutables que con Jordan.
Jordan y Pippen organizaban defensas férreas y personales a jugadores que el gerente general deseaba en los Bulls y los hacían quedar mal, para que no llegaran con ellos; la naturaleza humana en su máxima expresión, así lo hicieron con Kukoc en el 92 o no admitían a quienes no hacían buen click con ellos como Thomas en las mismas olimpiadas.
Otros vistazos a su humanidad es cómo disfrutó el deporte al jugar béisbol, lejos del exceso de fama, de cámaras, de presiones y de una necesidad de cumplir las expectativas generadas en tí; o su adicción a la adrenalina que lo lleva al juego, a la rayuela y al golf. O que busca en batallas pequeñas la motivación para ganar, como responder a las críticas de un periodista o que un jugador le haya festejado en la cara o un entrenador que no lo haya saludado.
Además de eso, Jordan nunca quiso ser un activista político, porque aclaró que su papel era el deporte, con esa actitud hizo sentir un poco de decepción a Obama, pero solamente es un reflejo de la humanidad, uno como ser humano no es perfecto, no es siempre el mejor, no es siempre el líder bueno, no es siempre el activista moral, no es siempre el mejor compañero ni el mejor maestro, ni el mejor hijo, padre o esposo, uno es una lucha para serlo. Y esta idea tan sencilla, de poner a Jordan en la justa dimensión humana, en el fondo, enaltece el deporte en su estética y belleza de reflejo de la humanidad y le da una dimensión más cercana a nuestra vida cotidiana: no somos Jordan por nunca fallar, somos Jordan porque fallamos, porque no somos perfectos y luchamos para serlo, cada quien en su United Center.