Scarlett O´Hara, en tiempos de la Pandemia
“Se Inyectan Asteroides” es una columna de Emmanuel Medina
Nunca una película fue tan oportuna para revisar y enseñarnos a sobrevivir a este cambio de paradigma mundial que nos ha traído un coronavirus asiático.
Y, ¡oh, sorpresa!, no hablamos de cine de veloces zombies, catástrofes naturales o invasiones extraterrestres.
La referencia que debemos voltear a ver, en las largas horas que los clasemedieros, o personas con cheque quincenal puedan usar en ver cine en plataformas es “Lo Que El Viento Se Lllevó”.
Novela originalmente publicada en junio de 1936, en EU, escrita por Margaret Mitchell y, más tarde, llevada a la pantalla grande, en el invierno de 1939; convirtiéndose, en ambos casos, en un éxito de ventas editorial y una avalancha de boletos vendidos en taquillas cinematográficas, alrededor del mundo de aquel año.
Desde su título original, “Gone With the Wind”, las lecciones que nos deja este relato de amor, feminismo y superación personal para salir avantes, en esta reconfiguración de la vida que nos mantiene confinados, es clara: lo que conocíamos se lo llevó, de un plumazo, el viento y ese mismo factor “ventoso” nos puede contagiar porque el extraño virus sobrevive en el ambiente hasta 3 horas, flotando y esperando a contagiarnos, según estudios que avalan universidades, como la Universidad de Gudalajara y centros médicos de todo el planeta.
El viento, pues, como factor de fatalidad.
La narrativa de la historia empieza en un mundo ideal: en la lujosa hacienda Tara viven unos terratenientes algodoneros, en el sur de la Unión Americana, felices de ser ricos y llenos de esclavos que les sirven, al menor capricho, todos sus gustos y los llenan de riqueza, basados en la explotación inmisericorde.
La hija protagonista de este clan, Scarlett, es una pesadilla por lo guapa, caprichosa y veleidosa, que si viviera hoy, en el siglo 21, sería “influencer” o twittera o, peor Barbara del Regil y; para empeorar, viajaría, seguro, a esquiar a Vail y regresaría, contagiada de Covid19, y todo esto le valdría un cacahuate porque ella es así: egoísta hasta el límite humano permitido.
¿Les recuerda algo de la clase mexicana pudiente o política, hasta hace dos meses?
¿O quizás a la clase media, educada y mas o menos acomodada y ansiosa de llenar sus redes sociales, en este país de más de 50 millones de pobres?
Continúo: Lo que la familia O´Hara no sabe, en la historia que se narra, es que están a dos semanas de que estalle la Guerra de Secesión, en el Estados Unidos de 1861, y su mundo se vendrá a bajo, literalmente.
Entonces Scarlett O´Hara no le queda más que adaptarse: mientras dura la guerra que le arrebata sus privilegios, se convierte, a regañadientes, en enfermera y, junto a un Don Juan que la pretende, astuto como zorro y contrabandista voraz llamado en realidad Rett Buttler, escapará de ser violentada o aniquilada por las tropas que odian a los “privilegiados” como su familia: digamos que usa un “cubrebocas” para protegerse ella y los que quiere; en este caso, encontramos esta escena, imaginado como metáfora, cuando escapa en una vieja carroza, protegiendo a una prima que acaba de dar a luz, su bebé, una esclava aniñada aterrada y el amoral Mr. Buttler de una ciudad que se consume por el fuego, en una escena que la película muestra, para la cinematografía de su tiempo, de una belleza y drama soberbios.
Para su suerte, y sin necesidad de que se lo dijera el Subsecretario mexicano, Hugo López-Gatell cada noche en conferencia vespertina, nuestra caprichosa heroína pone “Susana Distancia” de la guerra y regresa a su hacienda a refugiarse, sin salir, hasta que pase el peligro.
Y no se contagia.
Y sobrevive, a duras penas.
Pero Tara, la antigua casona de la familia, está hecha ruinas, porque aunque no tiene niños que estén dando lata todo el día por el obligado confinamiento, Scarlett no sabe limpiar y sólo tiene a su nana, Mammy, una mujer recia, de raza negra, que los atiende a todos los encerrados y no se da abasto.
Otra lección: mientras estén en cuarentena, usted que leen estas líneas, pasen una escoba por la casa y sacudan, porque cuando la pandemia pase, no querrán recibir visitas en una casa que huela a humedad, calcetines sucios y restos de pizza, ordenada por Uber Eats.
Cuando el peligro de contagio de coronavuris nos permita retomar un espejismo de normalidad, seguramente será como el mundo que le resta a Scarlett tras la victoria de los abolicionistas, en 1865, en “Lo Que El Viento Se Llevó”: una nación hundida y resquebrajada, donde su antiguo linaje no sirve ni para que le den crédito en una tienda de conveniencia y, como la orgullosa protagonista, nosotros mismos tengamos que levantar nuestras propias casas, nuestras particulares Taras, de las cenizas y crear un nuevo mundo del vendaval sanitario, social y económico que este confinamiento nos ha dejado.
Scarlett arranca unas viejas cortinas verdes y se hace un vestido para salir a hacer negocios: de los retazos, empieza su particular reconstrucción en una mujer emprendedora y voraz, que se jura “no volver a pasar hambre”, ni los seres que ama.
Scarlett, la niña mimada, se vuelve una astuta mujer de negocios que reconstruye su mirada sobre las viejas normas y las recofingura a su realidad devastada para que el mundo que le sobró le baste para ser distinta y, quizás, mejor.
No cuento más, por si estas líneas las lee alguien que este clásico le pasó de largo: solo resta que, como la protagonista, que en el cine dió vida la hermosa actriz Vivien Leigh, y la convirtió en icono del empoderamiento femenino, cada día que se ha petrificado en nuestra memoria, en este infausto 2020, sirva para transformarnos sino en mejores personas, quizás, en seres distintos.
Para bien de los restos que queden de este País sin rumbo.
Porque, como Scarlett lo sabe y lo repite: “Hoy no es tiempo de lamentar, mañana lo pensaré. Mañana lo resolveré”.
Así sea.