Era y es, Bernie
En 1947 un aprisionado Antonio Gramsci, colocaba a la ideología como el campo de batalla crucial para cualquier movimiento político, 58 años después el argentino Ernesto Laclau retomaría está premisa a la que en espíritu complementario definiría como “significantes flotantes”, elementos fundamentales que configuran el sentido común de una población y que se encuentran en disputa.
La crisis financiera del 2008 en EEUU trajo consigo algo más que nuevas políticas monetarias, rompió de tajo con el telón del gran teatro americano, exponiendo a amplios sectores de la población, especialmente a las clases medias, a una nueva realidad crudamente palpable que a todas luces se alejaba de la construcción que durante muchos años imperó con el famoso “sueño americano.” Después de una luna de miel extendida, las masas populares excluidas se incorporaron por vez primera a la arena política trayendo consigo la llegada de liderazgos no ortodoxos para la historia de EEUU.
En 2009, Barack Obama y su campaña: “Yes we can” abrieron la puerta a la llegada del primer presidente afroamericano de EEUU gracias a una narrativa que abiertamente apelaba a convertirse en una especie de sutura ficcional como solución a la crisis existente, Obama encabezo un gobierno que prometía un cambio radical, no sólo para la política nacional sino además una transformación en la geopolítica global, misma que a lo largo de dos periodos y muy a pesar de su reconocible pragmatismo, nunca terminó por poder llevar al terreno de los hechos y la promesa de una nueva realidad terminó por hacer aún más inesquivable la crisis dentro del imperio.
La victoria del magnate Donald Trump en los comicios de 2016 evidenció la necesidad de la sociedad americana por retomar aquellos debates que se habían quedado estancados, devolver a América su grandeza a través de la re significación de elementos con un corte corporativista y de talante autoritario, permitió a Trump y a los republicanos articular un nuevo orden común, contra el que muy poco pudo hacer una Hillary Clinton empecinada en representar con fidelidad la puerta que los demócratas suponían Obama había logrado abrir.
De aquella elección queda la sensación de que el senador por Vermont, Bernie Sanders, habría representado una competencia real para Trump, partiendo de la idea de que a la articulación populista solo puede hacérsele frente en el mismo tablero, con una propuesta que pasaba por constituir la clase media y baja americana como un actor político colectivo, además logró unificar sectores poniendo la vista en un viejo enemigo americano como Wall Street y sus especuladores financieros.
Sanders logró colarse en la etapa final de la elección a la candidatura demócrata, con un amplio favoritismo del sector de votantes más jóvenes, sin embargo el voto de los consejeros independientes termino cortando las aspiraciones de una campaña que indiscutiblemente iba en franco ascenso.
La contundente victoria en el estado de Nevada, ha convertido a Sanders en el candidato número uno para ganar la candidatura demócrata rumbo a las elecciones de Noviembre de 2020.
Trump vs. Sanders, vaticina una batalla de par a par, poniendo de frente a dos alas opuestas del populismo, mientras que Trump apelará al mantenimiento de los valores de los sectores más conservadores, Sanders hará frente con una visión aún mas aguda que la de 2016 que prometen transformar las bases del imperio y poner en la palestra términos que durante mucho tiempo formaron parte de la sección prohibida del glosario americano como: socialismo, vivienda, educación y salud universal y que hoy persiguen unificar a la clase media americana con la comunidad latina y afroamericana en un sólo bloque de anhelos e insatisfacciones conjuntas.
La mesa está servida, y los próximos meses habrán de ser testigos de una batalla de proporciones antológicas en el terreno que Gramsci dilucidó, los imaginarios serán el centro de la disputa. Por lo pronto para los demócratas la realidad era y es, Bernie Sanders.