¿Qué tal está ‘Tijuana’, la nueva serie de Netflix sobre el periodismo en México?

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Una versión de esta columna se publicó en LJA.


Considero que existe un equisito indispensable para decirse periodista: haber sido reportero al menos un par de años. Mañosamente esa es mi condición. Fui reportero. Aunque no sé si sea más osado decirse reportero o journo. Como es difícil explicar lo que hago día a día, a mis familiares más normis o al señor del Uber les digo que escribo. Y es por eso que me dicen que vea cosas como The Newsroom, Spotlight o Tijuana. Mientras los dos primeros ejemplos son gringos y parte de subgénero dramático de hombres cuarentones al borde del colapso (ei, como The Sopranos), en Tijuana se intenta hablar de la violencia contra la prensa en México con uno de los ejemplos más noventeros y extremos que existen: el mito del semanario Zeta, situado en una de las ciudades más sórdidas de América Latina.

Los promos, que tienen a una actriz no tan conocida (Tamara Vallarta) y a Damián Alcázar, me prometían una especie de dramón personal lleno de sangre y el ambiente crudo de la frontera. Imaginaba a Alcázar como una especie de reportero solitario (en lo profesional) que por cuestiones argumentales tenía que hacerla de pseudo detective junto a una novata (Vallarta), cambiando de gremio y actualizando así un poco las sensibilidades de El miedo a los animales (la novela de Enrique Serna sobre el asco que es México, visto desde el ambiente cultural). Es el poder que da la imagen promocional y el primer avance: los dos protagonistas inmersos en la muerte de un candidato a gobernador de Baja California. Nada más diferente al resultado final.

Puede ser arriesgado afirmarlo, pero al igual que la Vero en Casa de las Flores, Alcázar (que interpreta a Borja, un periodista viajado) sale sobrando al ni siquiera poder ser el pegamento del amplio reparto de personajes de la redacción de Frente, un semanario tijuanense que le cuenta sus verdades al poder. El veterano actor está en una serie diferente al resto de sus compañeros, e incluso compite contra él mismo con sólo un cambio de episodios o hasta de escenas. A veces es un viejo duro y desaliñado, luego es una especie de Matt Murdock con culpas católicas y otras tantas es un respetable editor con discursos dignos del típico profesor de periodismo que no observa con cinismo la profesión. En una esquina contraria pero igual de desconcertante está Tamara Vallarta (Gabriela, una blogger), con un acento que ninguna persona que sondee pudo ubicar como tijuanense (de todos los personajes me parece que sólo una extra logró tenerlo), con una lectura siempre enojada pero pero constantemente en shock.

Las subtramas son más interesantes: Lalo (Rolf Petersen, una de las tantas adiciones venidas desde El Chapo al ser un producto de StoryHouse/Univision) es el jefe de información de Frente y un personaje con más grises. Aunque peca de ser otro hombre complicado en un medio (series de una hora) llena de roles así, no es bueno-bueno como Borja. Por ejemplo, tiene una amistad éticamente ambigua con un ministerial que le filtra información y es un mujeriego (pero fracasado en el amor) que malgasta su misteriosamente holgado sueldo en casinos y table dances. Malú es una fotógrafa que puede pensarse como el token LGBT de los guionistas, pero tiene una subtrama interesante acerca de las historias que realmente importan sin entrar en soliloquios inmamables y mamarrachos como los de Borja. Ella investiga el caso de un pollero que dejó un trailer abandonado con migrantes destinados a la muerte, pero encuentra poca tracción de sus editores cuando ellos consideran que es más importante la muerte de un político.

Mientras Alcázar y Vallarta desperdician tiempo aire con lo que les da la trama, la serie logra ser competente por el guión completo. Se cae un tanto por la mitad (capítulo 5) pero sorpresas como un personaje de caricatura de Rodrigo Abed, basado en uno de los políticos mexicanos más escabrosos, logran momentos de tensión al nivel del final de la primera temporada de Orange is the New Black. Mientras todo apuntaba que Abed sería el gran villano, queda claro que su rol es secundario pero nunca tenemos una contraparte concreta para Borja o el equipo de Frente.

Cabe mencionarlo, Borja es un pastiche visual e ideológico de los fundadores del semanario Zeta (el real) de Tijuana, pero también tiene elementos de Javier Valdez, el fallecido corresponsal de La Jornada y fundador de Ríodoce. Asimismo, hay una reportera que es una especie de referencia a Miroslava Breach, también corresponsal de La Jornada. Incluso Borja tiene un detalle de Valdez (los lentes), mientras que puedo inferir que la necesidad de su chamarra es un guiño a Daniel Moreno de Animal Político. Las famosas groserías de Valdez también tienen cabida en Tijuana, pero en los modos de Lalo. Ese tipo de detalles le dan alma a la serie creada por Zayre Ferrer y Daniel Posada, este último ganador de la confianza de Univision a Netflix gracias a el éxito de El Chapo.

¿Hay que ver Tijuana? Por supuesto, es el estreno del mes en series dramáticas. ¿Y mi crítica? La verdad, al ser alguien que trabaja en medios me saltan bastante cosas y más bien la tomé de hate-watching, pero para alguien que no le obsesione que en 2019 haya un capítulo entero dedicado a digital contra impreso, debe ser más agradable. A mi gusto, quisiera una serie (y no sé si en Tijuana haya espacio para eso) que retratara con más cinismo y humor lo que viven los reporteros cotidianos. El aspecto económico, la seducción por el poder y básicamente la imposibilidad de mantenerse puros a menos que hayan surgido en cuna de oro. El cinismo, pues.

 


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