Cuerpos, el cuerpo, tu cuerpo
Por Débora Hadaza
Y fue tan cuerpo que fue puro espíritu Clarice Lispector
La belleza está en el interior. Lo que importa es lo de adentro. No el cuerpo.
Pero ella es gorda ¿has visto una gimnasta gorda? Pero ella es fea de madre ¿has visto una bailarina fea? Pero él es débil ¿te gustan los hombres que no pueden defenderte? Pero ellos son prietos ¿conoces algún sex symbol prieto? La belleza está en el interior pero para que se note tortúrate, te sobra grasa o te falta, tu estatura te estorba para el amor, tus atributos no alcanzan o no compensan, nunca puedes sentirte seguro; tortúrate, come lo que no te guste, o ya no comas lo que deseas; siéntete culpable por cada deleite, te acerca a la muerte, no, te acerca a la soledad, a los feos, a los gordos, a las flacas, a los débiles, a los brutos, a los altos, a los chaparros, a los que no agradan, no los quiere nadie. La belleza está en el interior tortura a otros, las mujeres deben de tener nalgas y tetas, los hombres pelo en pecho y espaldas anchas, Las mujeres deben ser delicadas, los hombres feos, fuertes y formales. El cuerpo de la mujer debe hacer lucir al hombre, el cuerpo del hombre debe mostrar poder, ella es para deleitar, él para someter. Si tu cuerpo no agrada a otros no puede agradarte a ti. No lo disfrutes, no lo ames, ódialo y tortúralo. Si tu cuerpo no agrada a otros no disfrutes de los otros, que el odio triunfe sobre el deseo, que nadie esté a salvo, critica, destroza, somete, humilla. No importa sólo es el cuerpo.
El cuerpo sólo es un estuche, lo que verdaderamente importa es el alma.
Pero son esos ojos, el café de esos ojos, sus arrugas marcadas, el desplegar de esas pestañas, los que amanecen mi mundo. Son esas manos el continente de mis clamores amorfos. Navegar ese cuello y las pecas, lunares, cicatrices de la espalda, un inmenso perderse, un arduo trabajo de cartógrafo. Las piernas, los pies el historial cifrado de las angustias, los hombros, pechos, vientre, la bitácora exhaustiva, el tratado hermenéutico, el registro de esto que modestos o grandilocuentes llamamos “Vida”.
Pero al tener un recién nacido en los brazos le contamos uno a uno los deditos soprendiéndonos cada vez que por azar o destino resultan veinte, diez en las manos, diez en los pies. Orejitas, naricitas, cada eme de las diminutas manos, requieren revisión minuciosa, revisión olfativa también, cada pliegue, cueva, planicie, merecen ser olidos, sobre todo el pequeño melón de la cabeza.
Pero aunque lo importante sea el alma uno se vuelve adicto a la visión, al tacto, al olor de esos cuerpos, a lamerlos y quizá hasta morderlos con la suficiente pasión como para que sea memorable, pero con la suficiente dulzura como para que se desee repetir. Y un@ cree y siente que está tocando el alma, que de alguna manera que no logra, ni quiere entender, ha llegado a esa parte más profunda e escarpada del ser.
El cuerpo es una cárcel
Pero cientos de padres, madres, hermanas y hermanos, le abren las tripas a México para liberar esos cuerpos deseados que ya no podrán correr, sonreír, jugar o amar. Pero cientos, tal vez miles, con sus uñas y una esperanza más que golpeada, piscan huesos para tal vez cosechar algo de dignidad y un poco de justicia, en este macabro sembradío de cuerpos que llamamos país. Ya no esperan encontrar sueños, ideas, sentimientos, ni un pedazo de espíritu, buscan un fémur, un cráneo, una falange, un diente, un trozo de algo que fue su tesoro, una estrella en su cielo particular.
No les digas que el cuerpo no es nada, que no importa, que es lo de menos, porque a la hora del amor todos sabemos que es lo de más. Con la autoridad que no tengo déjame sugerirte algo: abrázate, abrásate, abraza y abrasa, sólo nuestro cuerpo, está aquí, vivo, hoy.
Alguien me habló todos los días de mi vida al oído. Despacio, lentamente. Me dijo: ¡Vive, vive, vive!
Era la muerte. Jaime Sabines
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