Las mujeres que dan cuerda al mundo
Desde la precarización salarial
Por Melissa Benítez
La cocina entera hierve, el vapor nubla por un instante la vista hacia el interior difuminando los bordes de la escena; cazuelas llegan y desaparecen, platos grasosos que se apilan en un rincón, meseros que llegan con platos vacíos y se llevan los guisos depositados en la barra, no dejan pasar la oportunidad de recordarle al chico nuevo que no se apriete demasiado el delantal o con su esposa en la cama los reclamos lloverán.
Un par de hábiles manos arrancan del montón un trozo de papel aluminio sobre el que colocan un filete de pescado, al tiempo que arroja salsas y guarniciones, antes de llevarlo directo al horno para su cocción. Es la 1:15 de la tarde en el mercado de Iztapalapa, en la cocina del restaurante de mariscos “El Jarocho” lideran dos chicas jóvenes visiblemente cansadas; tanto que una de ellas, entre la prisa y el estupor del día se quema con el costado de un sartén rebosante de camarones. De forma mecánica, sin perder tiempo en pensar el dolor, cubre la herida y continúa cocinando. Su compañera, la única que parece estar al tanto del percance, la mira con una sonrisa intentando contagiar un optimismo que quizá no siente, suspira y le dice: “Ya mero, ahora sí a principios de año compramos todo y armamos nuestro propio local”.
Partamos de la ironía de la igualdad laboral, pues en las cifras totales de los datos de las instituciones gubernamentales a nivel público es cierto que casi no existe una brecha entre hombres y mujeres, pero al analizar los puestos, los salarios, las prestaciones y la movilidad (en empresas o instituciones) el panorama cambia abruptamente.
Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) hay 20.9 millones de mexicanas económicamente activas, la mediana de edad de las mujeres que trabajan es de 38 años, con bachillerato trunco, las jornadas laborales son de 40 horas ganando 25 pesos por hora, el 65% son trabajadoras subordinadas y remuneradas, 21% trabajan por cuenta propia, mientras el 7.2% trabaja sin percibir salario y sólo el 2.5% son empleadoras.
“De la población femenina sin prestaciones sociales, casi la mitad labora en el sector servicios (47.2%) y poco más de un tercio en la actividad comercial (34.0%). Para el caso de los hombres ocupados sin prestaciones sociales, las mayores proporciones se concentran en los sectores agropecuario (29.8%) y de servicios (28.6%).” 1INEGI, Mujeres y hombres en México 2016, p. 156.
Y es que, según datos de la ENDIREH 2016, en el país: El 21.9% de las mujeres reporta haber sufrido discriminación en el trabajo. 9.2% reporta que le han pagado menos que a un hombre por realizar el mismo trabajo; 10.3% expone haber tenido menos oportunidad que un hombre para ascender; el 5.7% reporta que por su edad, estado civil o porque tiene hijos pequeños, no la contrataron, bajaron su suelo o fue despedida; mientras que el 5.8% reporta que se le ha limitado o impedido realizar determinadas tareas al estar reservadas para los hombres; 5.1% reporta que se le ha dicho que las mujeres no son adecuadas o buenas para el trabajo requerido.
A pesar del dolor, la chica no aparta los ojos de la estufa pero sonríe ante el sueño compartido de crear su propio negocio; Virginia Woolf quería un cuarto propio, ellas una marisquería propia, pues la carencia de ese espacio que permita aislarse y actuar en libertad, ligado a la dependencia económica, limita y condiciona el empoderamiento femenino.
Necesitamos una mirada empática para superar la frialdad a modo de las estadísticas, una mirada que incorpore las luchas cotidianas de las trabajadoras. Ya que la calidad laboral pesa poco frente al arrastre histórico de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, no deja de haber condicionantes a partir de los sesgos que operan de manera inconsciente.
Pero estas diferencias culturales pueden entenderse y visibilizarse al mirar cómo se compone la fuerza laboral y señalar qué se necesita para realmente diversificarla; por ejemplo, no homogenizar las necesidades, como el caso de la mujer que necesita esquemas flexibles de trabajo durante el ejercicio de la maternidad. Considerar esto, sin los prejuicios comunes, puede ayudarnos a todas y a todos a avanzar en el ámbito profesional.
Termino de comer ansiando que logren poner su local, escuché que son de Oaxaca y quieren traer a su mamá a vivir con ellas para preparar el pescado zarandeado “como debe ser”. Ojalá el próximo año sean ellas quienes pongan los horarios, que puedan elegir la carta y conservar sus recetas, ojalá ya no deban imponerse un código de vestimenta para evitar las miradas del “viejo cochino” que actualmente es su empleador, al que quisieran decirle “hasta de lo que se va a morir”… ojalá a principios de año.
Referencias
↑1 | INEGI, Mujeres y hombres en México 2016, p. 156. |
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1 comentario
Y aunado a esto que expone maravillosamente la autora, podemos incluir el trabajo doméstico no remunerado y no reconocido (adjudicado históricamente a las mujeres).
Excelente, excelente! Buenas letras.