Un quinto para mi calaverita

"Cuenta la historia, que todo comenzó con un niño Macehualt, un pequeño en la sociedad Azteca muy humilde, que al quedar huérfano pedía pan y alimentos para elaborar una ofrenda a sus seres queridos", escribe para #VíaAlternativa Jose Bastide

Por Jose Bastide

 

En mi niñez un quinto para mi calaverita era una pequeña estrofa que los niños cantaban por las calles del entonces Distrito Federal, se realizaba en la “Festividad de día de Muertos”. Para nosotros, lo usual y más divertido, era salir a pedir calaverita; el ingenio dejabas volar, ya que  necesitabas portar algo que se pareciera a una calavera, la podías fabricar con elementos de desperdicio o que hubieras hurtado de tus padres, como las cajas de zapatos, de galletas, calabazas o chilacayotes, a los cuales les hacías ojos y boca, e introduciéndoles una vela las iluminabas y con esto salías a hacer la petición a los transeúntes.

La gente mayor, incluyendo tus padres; no ponían objeciones, ya que las calles eran muy seguras, la mayoría pasábamos gran parte de nuestro tiempo en ellas, jugando en un día normal, o en casos especiales como este, saliendo a hacer diferentes recorridos. En ese entonces, nunca nos imaginamos que en el futuro, existieran calaveras de plástico, unicel u otro tipo de productos, que incluso hoy están contaminando nuestro ambiente, además, la prohibición de salir, y aventurarte a realizar este tipo de peregrinación solo, pues ningún lugar es de confiar en estos tiempos.

La destreza de tus amigos o familiares, siempre dejaba a los mayores sorprendidos, ya que algunos desde esos momentos, demostraban sus habilidades para hacer su “calavera”, dependiendo de la originalidad y belleza de éstas, despertaba el interés, por ser más atractivas a la vista y a una mejor cooperación de ellos.

Te juntabas en pequeños grupos y así salías a la conquista de cualquiera que se te cruzara y le cantabas: “Me da un quinto para mi calaverita”, estirando tus brazos hacia él y por lo general, después de rebuscar en sus bolsillos, sacaba una moneda y la introducía, a manera de alcancía, en tu calavera. Claro que mientras más grande fuera el contingente, la contribución se diluía, ya que había que darles a todos. Los más grandes, por eso, ya conocedores de esta distribución, preferían salir solos a hacer su recorrido. Sin embargo, los más pequeños teníamos que hacer nuestra tribu para ayudarnos y protegernos, o para que al final, encontráramos el correcto camino a casa, debido a que nuestro andar lo podías comenzar al iniciar la tarde, pero sin darte cuenta pasaba el tiempo llegando la noche, y tampoco medías la distancia recorrida y en ocasiones te desubicabas y se te dificultaba el regreso al hogar.

Cuenta la historia, que todo comenzó con un niño Macehualt, un pequeño en la sociedad Azteca muy humilde, que al quedar huérfano pedía pan y alimentos para elaborar una ofrenda a sus seres queridos. Con el paso del tiempo se sustituyó el pedir alimentos, por dinero o dulces. Demostrando que nuestro pueblo desde sus orígenes, con su comportamiento daban realce a los “valores universales”. Manifestándose con estos actos el de la “generosidad”.

Como ejemplo, hablando de “Valores Universales” inculcados, tenemos en el festejo de “Día de Muertos” el “respeto”, el cual se demuestra honrando y reconociendo la “Sabiduría, Vida y Herencia genética, moral y espiritual” de quienes ya partieron

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Es un acontecimiento de identidad legado por nuestros ancestros para honrar a las personas que ya se nos adelantaron al encuentro con “Mictlantecuhtli”, el “Dios de los Muertos”. Con la conquista de los españoles muchos años después, se da la segunda denominación, “Día de Muertos y de los Fieles Difuntos”, quienes a su vez; la habían adquirido de los moros y éstos de los egipcios.

En nuestros días, todavía existe la creencia de que nuestros seres queridos ya muertos, vienen a convivir con sus deudos para saborear platillos y bebidas que fueron de su predilección durante su estadía por este mundo, dando pie a la elaboración en nuestros hogares de los tradicionales “Altares de Muertos”, en donde cada familia les da su toque especial.

Se dice, que el primero de noviembre, está dedicado a los “niños muertos”, por eso puede observarse con anticipación, que en las panaderías, pastelerías, jugueterías y últimamente en todos los centros comerciales, hay una diversidad de golosinas especiales, juguetes e incluso artesanías, como las calaveritas de azúcar, el pan de muerto, esqueletos rumberos, figuras de chocolate, etcétera, que forman parte de las ofrendas a ellos.

El día 2, se conmemora a los “Santos Difuntos” o “Muertos Adultos”, siendo las ofrendas diferentes. Elaborándose verdaderos banquetes que incluyen: mole, tamales, chocolate, dulce de calabaza, cigarros y hasta la bebida de su preferencia, desde pulque, hasta aguardiente. Concretamente todo aquello que golosamente le gustaba en su vida al difunto.

Recuerdo que en la casa de mis abuelas, los altares eran enormes; se les dedicaba un espacio a todos los difuntos que ellas recordaban, los cuales podían remontarse a generaciones y generaciones, y esto hacia, que para cada uno hubiera algo especial en su honor, engalanándolos hasta con fotografías antiquísimas.

Finalmente, lo importante como un país de valores y tradiciones, es no perder de vista la intención con que fueron creadas: “Honrar a aquellos que nos antecedieron”

 

 

 

 

 

 


 

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