Sí, el lenguaje incluyente llegó para quedarse

Por Daro Soberanes

 

A Beatriz

 

Por una parte, el hombre [las personas] ha hecho el habla; por otra, el habla ha hecho al hombre: dos agentes que se modelan el uno al otro. El que deseaba labrar una estatua hizo un cincel: el cincel lo hizo poco a poco escultor.

Alfonso Reyes, Nuestra Lengua, 1959

 

Internet es una burbuja a la que tenemos acceso 4.000 millones (sí, cuatro mil millones) de los 7.500 millones de personas que habitamos el planeta, es decir el 53%. ¿Quiere decir esto que la mitad de la población del mundo determina y condiciona su vida al uso de la red? No. Es bastante ingenuo pensar de esa manera. La imprecisión del uso que hacemos de ella tantas personas (incluido el uso de las redes sociales) es ilimitada, y así: inconmensurable. Y sin embargo es una realidad que la capacidad de influencia de los medios y entornos digitales es constante en quienes acceden a esta burbuja (al menos en la manera de pensar para sus adentros). Y así, una cosa lleva a la otra. El siguiente texto lo escribí originalmente para ser subido a Facebook, Así lo hice. Ahora con algunas pocas palabras agregadas lo comparto con ustedes.

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Mi área de trabajo —y de vida que se vive— es la gramática y la literatura.


Es un hecho, el lenguaje incluyente llegó para quedarse. Antes me resistí a considerar su uso. Y me resistí desde una conciencia gramatical (eso existe), no personal, porque personalmente he entendido que sus fines son justos. El empuje —y la mediatización de ese empuje— de los discursos de género en cuanto al uso (y al no-uso) de determinadas palabras es avallasador, eso me obliga ahora a declarar que es inútil oponerse más. Por supuesto, la nueva costumbre (nunca mejor dicho) no se consolidará en un tris, será cuestión de años, pero no muchos. El lenguaje es uno de los frentes de la Equidad de Género —por la sencilla razón de que el lenguaje siempre nos precede, nos condiciona, nos determina e incluso nos asusta en la metamorfosis o en el desborde de sus significantes (polisemias, cambios de sentido y estigmas que se enuncian), y aunque es de discursos más que de hechos (o quizá el discurso es también un hacer), entiendo que debo pronunciarme ya.

El lenguaje es uno de los frentes de la Equidad de Género —por la sencilla razón de que el lenguaje siempre nos precede, nos condicion

Lectores, antes de seguir con esto les informo que el providencial y a la vez pobre hombre que es Darío Villanueva, director de la Real Academia Española (RAE), ha declarado una verdad tan simple como sensata, algo que transcribo ahora y que allanará el camino de lo que intento decir sobre el “lenguaje Inclusivo” (que en esta nota llamaré, a fuerza de la costumbre impetuosa del uso que hacen los demás, como “lenguaje Incluyente”), pues bien, el director ha respondido a pregunta lanzada a quemarropa, ¿está la RAE desfasada?: “No, no lo está. Es que tenemos que ir por detrás de la sociedad. La academia no inventa, no propone, no impone, no induce el uso de las palabras, sino que recoge las que la sociedad genera”. Después de estas palabras expresadas por el mandamás de la RAE hace unos días, puedo continuar sin azar alguno.

Repito: resistirse desde el fulgurante, ilustrado y lógico escudo de la Gramática (que a mí me seduce) es y será inútil, por la simple razón de que el Lenguaje Incluyente no considera terrenos de batalla el campo gramatical; esto, señores y señoras, es un campo de batalla ideológico socio-político. El río líquido y caudaloso que es la lengua no cambia su curso ni su velocidad ni su afluente ni su seno ni los niveles de sus desbordes y sequías sólo porque la Academia le pida u ordene que lo haga, no, nunca ha sido así; todo cambia en el lenguaje por el uso que hacen de él las personas (los hablantes), toda estructura lingüística es sólo la horma donde una lengua actúa: vive, cambia, muere, renace. Y ahora la balanza de la Equidad de Género se ha servido del Lenguaje Incluyente para inclinar lo justo a su favor, porque sencillamente esto es político (de interés común y general). Este cambio que ya empieza a ocurrir será de dos maneras, y alguna de ellas prevalecerá:

1. Se invertirá el uso de términos (significados) en femenino para colocárselos a términos masculinos, ejemplo: «Todas» en vez de «Todos» —imaginémonos que será semejante a cuando escolares varones de una escuela brasileña decidieron ir a clases con falda y no con pantalón, en APOYO a una compañera transgénero que había sido sancionada por haberse presentado con esa prenda; o como cuando escolares ingleses varones hicieron exactamente lo mismo en PROTESTA porque les había sido prohibido ir en short, no importándole a los directivos la ola de calor que se padecía en esos días. Si hoy decimos: Todos nosotros (sin importar el género), mañana diremos: Todas nosotras (ya también sin importar el género), esto claramente es deliberado y podría parecer revanchista, pero tiene algo de sentido común, si es que era de sentido común utilizar vocablos masculinos para definiciones ambi-genéricas (en semántica les llamamos «falsos genéricos»). Tomé usted unos segundos ahora, lector, lectora… (lectores) y reflexione lo siguiente: es bien sabido que género gramatical no es sexo biológico, ¿quién no está de acuerdo con esto?, una silla no es una mujer ni un teléfono móvil es un hombre… y sin embargo resulta que es correcto decir: «todas las mujeres», decir: «todos los hombres», y decir: «todos ustedes: hombres y mujeres»; pero no es correcto decir: «todas ustedes: mujeres y hombres» (sic).

2. Aparecerán neologismos, los usaremos, sobre todo los que tengan desinencias vocálicas: cambiaremos la «a» y la «o» finales de un fonema (y morfema) por una vocal «e», porque nos parecerá justo, la «e» nos parecerá neutral, más que la «i» o la «u». En otros idiomas sucederá lo mismo: sólo variará qué vocales serán las remplazadas. El uso de la equis (x) y la arroba (@) para suplantar vocales no triunfará, por la simple y llana razón de que son impronunciables en sonidos abiertos, aunque puedan redactarse, para pronunciarlas tendríamos que negar vocales, y eso es sintáctica y fonéticamente costoso, a la lengua lo práctico le sirve y lo toma, lo incomprensible e incomunicable lo desecha (sinceramente no sé cómo pronunciar la arroba, pero seguramente no la pronunciaría «at» o «ad», como originalmente se usaba en latín tardío); la misma suerte correrá el uso de los dobletes (miembro y miembra), por simple principio de economía del lenguaje. Se preguntarán por qué llamo neologismos a estas palabras que tendrán desinencia con vocal «e». Alguna persona bastante seria dirá que esas palabras no son neologismos, que a lo mucho son nuevas unidades léxicas de un lenguaje general, porque un neologismo verdadero denota un concepto especializado dentro de disciplinas del conocimiento, y dirá además que el uso de la «e» “atenta contra nuestro idioma”.

No es así, ni atenta ni detenta… Las palabras no viven inmaculadas, ni nacen en los prados veraniegos y tampoco son dadas por Dios desde una montaña flamígera, las hacemos nosotros, por lo tanto, no hay palabras que corrompan una lengua, ni tampoco palabras superiores o inferiores a otras, por más que la Academia discrepe de esto. Argumentemos ahora: estas palabras sí son neologismos, porque cumplen las condiciones lingüísticas cardinales para serlo: hay un criterio de necesidad de uso, y a la vez respetan las restricciones morfofonémicas de nuestro idioma, en las condiciones que explico a continuación.

Tomen en cuenta que el uso de estos nuevos sufijos con la vocal «e» sólo se limitará a las clases de palabras (categorías gramaticales) que morfológicamente tienen género, son cuatro: Los sustantivos, los adjetivos, los pronombres y los determinantes (artículos y cuantificadores). Ignoren (o mejor: enseñemos) a quienes hacen mofa del Lenguaje Incluyente con ejemplos inauditos como colocar vocales en toda una oración imposible: “Les pates avancen e se contoneen allé, per el campe matinel”, los obtusos que hacen y harán esto merecen ser instruidos. Cuando digo que el uso de neologismos de equidad es posible, sostengo que lo es porque se deberá usar sólo en las categorías que nombré antes (sustantivos, adjetivos —incluido arbitrariamente el Participio—, pronombres y determinantes), y no en las otras que no conforman género: el adverbio, el verbo, la preposición, la conjunción y la interjección. Así, es posible decir: “Todes nosotres y aquelles sabemos muy bien que les condenades son inocentes desde hace tanto tiempo”. [verán que se han cambiado sólo los sustantivos que generan intencionalidad de género, no así «inocente», que es un sustantivo común (como «cónyuge» o «testigo»), ni «tiempo», que no genera discordia ni amenaza] Todo es posible mientras haya concordancia gramatical. La concordancia (entre género, número y caso) siempre existirá en la lengua hablada o escrita, siempre se impondrá, quien crea lo contrario o es un adolescente muy distraído o sencillamente piensa como adolescente muy distraído.

También cabe alertar que algunos de los que se resisten a estos cambios nos acusarán de dictadores, argumentando que “la corrección política es una forma de censura perversa”, no lo es si no se hace de manera impositiva. Que los nuevos vocablos no los impongan personas específicas, que sea el uso (es decir: la costumbre) lo que venza y no la intolerancia ni las agresiones ideológicas, sean del bando que sean. Nada de imposiciones cerriles, nada de totalitarismos, como aquel ejemplo donde un grupo de mujeres y hombres quieren retirar a la fuerza públicamente —y censurar con esto— obras de arte porque les parecen ofensivas a la Nueva Educación “Pseudofeminista” (ojo: dije: pseudofeminista), eso sí es de totalitarismos y son, sin duda, pasos de dictadores.

Cada grupo dice cuál es la palabra que no quiere que esté en el diccionario
Como si el arte sucediera para ser Simples Buenos Ejemplos de Persona. ¡Ni siquiera la primera institución de la lengua se contempla así!, cito de nuevo al rector de la RAE, que responde a los que se rasgan las vestiduras discursivas: “la corrección política, que no procede del partido, del Gobierno o de la Iglesia, es una censura difusa, que no sabemos muy bien de dónde viene, y según la cual, hay cosas que no se pueden decir. Exigen que se retire del diccionario una determinada palabra. Y cada grupo dice cuál es la palabra que no quiere que esté en el diccionario. Cuando si están ahí es porque la gente las usa. La Embajada de Japón protesta porque en el diccionario está «kamikaze». Y a los jesuitas, «jesuítico», en su acepción de hipócrita. Esto no tiene fin. Llegan todos los días peticiones. La última, que hay que retirar la palabra «racional», porque es una ofensa a los seres irracionales. Ahora bien, lo que no haremos será retirar una acepción porque a alguien le moleste. El problema es hacer un diccionario solo de palabras bonitas. Las palabras sirven también para ser un canalla”.

Otros detractores dirán que lenguaje inclusivo sería aprender braille o lengua de señas y no esto de cambiar cada letra. Se equivocan. Porque esta intención social y política no va hacía determinados “grupos” marginados o en condición de discapacidad (visual o auditiva) —aunque afirmar esto a algunos los escandalice; no, no es por ahí, por la estridente razón de que no representan ellos a la mitad de la población. La comunicación lingüística oral-escrita es para las inmensas mayorías (nosotros y ellas), sin que estén de por medio discapacidades de lengua (que no de lenguaje). El tema con estas minorías es, sí, otro tema. El lenguaje incluyente está aquí para equilibrar una balanza. Si ellas, las mujeres, son el 50% de las personas, entonces creemos todes condiciones del 50% en el idioma… y en el lenguaje.


Me queda decir ahora que todos debemos adaptarnos a los tiempos. No puedo asegurar ahora (me faltan autentificar elementos que tengo a la mano) que el lenguaje, de origen, haya sido “creado” para favorecer entornos y discursos machistas (en sociología lo llaman ‘violencia simbólica’), lo cierto es que el lenguaje se crea día a día, determinado en cada época por las condiciones socioculturales que le acontecen. Además, estoy en contra de culpar a la herramienta en vez de culpar a las personas que usan la herramienta.

Lo que no tengo duda es que sí existen locuciones y discursos de odio sexista, y por esta clara razón el Lenguaje Incluyente cada vez se hace más fuerte (por supuesto que cabe toda la verdad a la teoría Sapir-Whorf: la lengua determina nuestra manera de entender y por consiguiente de construir nuestro mundo). Personalmente no sé cuándo comenzaré a sustituir algunos vocablos en mi comunicación diaria, pero sé que inevitablemente sucederá. Así que si se adelantan a descalificar mis palabras porque no he utilizado lo inclusivo en este texto, sepan que escribo para dar argumentos de un diálogo abierto y de una persuasión sensata, y no para ser yo un modelo instantáneo y pulcro de persona.

Y si comprendo que es una batalla perdida para la ortodoxia sistémica y académica de la Lengua en este enfrentamiento contra los Neologismos Feministas, es porque la Lengua Gramatical nada puede hacer en terrenos sociales y políticos —de la misma manera que nada puede hacer el Discurso de Equidad de Género en el terreno gramatical, perdería de todas: 9 de cada 10.

Y en todo esto, no podemos dudar que primero somos entes sociales y después “constructos” que hacen instituciones. Como siempre digo en asuntos literarios: primero nos inventamos la vocalización, la eufonía y el sentido semántico de las palabras para hacer posible la vida en sociedad, y después, mucho después, llegó la Ciencia (moderna) para dar registro, y llegó también después la Academia con su cinta métrica, para también dar registro y así creerse que “mandaba” en nuestra naturaleza. Nada más lejos de la realidad. Y no culpemos mucho de esto a las academias (con minúscula) de la lengua, recuerden, o entérense de una buena vez, “cuando un uso se aleja de lo que indican los manuales de la escuela, si es llevado a cabo por suficiente cantidad de personas y se hace lugar en determinados espacios, la RAE acaba [siempre] incorporándolo al diccionario”.


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La lengua la hacen los hablantes
Quienes me conocen saben que mi vida es el logos y el arte de la Palabra. Amo el castellano (qué alegría que sea la lengua más hablada en el mundo después del chino y antes del inglés). Me cautivan lo mismo las categorías de la lingüística como las de la literatura. Pero antes que otra cosa soy una persona que día con día intenta asumir su ethos como ciudadano. Por esto, muchos lo saben, creo y apoyo abierta y sinceramente al feminismo. No soy feminista, por la simple razón de que —a mi manera de entender— ser feminista es sólo posible si se es mujer, con todo lo que eso conlleva (el estigma y el peligro mortal de serlo); soy un hombre, con todo lo que esto también implica socialmente ser (mis privilegios y mi ignorancia). Y sin embargo quiero creer que soy un hombre a favor del feminismo. El feminismo es un Bien y es Acto y Actitud que el día de hoy enarbola la dignidad humana en cuanto a equidad de género.

La lengua la hacen los hablantes. Sí. Ya sucede. Y la vida de las palabras ocurre en este momento, algunas mueren, otras nacen. La arbitrariedad de la lengua sólo se regula por el uso, no por dictámenes ni imposiciones, ni nuestras ni de aquellos otros. Y la Academia es lo de menos en el uso CONVENCIONAL (real) de la lengua. Como corrector de estilo también lo sé. Revisen Uds. gramáticas y estudios de semántica para comprobarlo. Siempre ha sido así.
El Lenguaje Incluyente, sin ninguna duda, llegó para quedarse.

 

Posdata:

Un amigo mío me decía hace unos días que es más inclusivo el silencio (acompañado de actos) que cualquier perorata sobre las formas de hablar. Leí también esto: “La inclusión no tiene nada que ver con escribir de forma correcta, la inclusión se vive, se demuestra con actos”. En parte estoy de acuerdo con ambas declaraciones, sólo si conceden ellos que también las personas “somos lenguaje”.

 

11 de agosto de 2018

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Sobre el autor:

Daro Soberanes (Ecatepec de Morelos, Estado de México)

Escritor mexicano. Fundador en 2002 de la facción literaria «La Deslealtad». Autor de «Las Esfinges» y «La Soga», piezas teatrales, el «Tratado sobre la deslealtad» (ensayo) y del libro de versos «Carmina 1854».
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Responsable del área de Literatura del Festival Cultural Ecatepec en sus tres primeras emisiones 2007-2009. Integrante en 2008 de la mesa de reseñas de Periódico de Poesía de la UNAM. También formó parte el mismo año del Consejo de Redacción de la revista de Literatura y Filosofía «ARCA». Director del sello E. Burroughs Editorial (2015-2017).
Coordina “El Ojo de Faetón”: círculo de estudio ante la poesía contemporánea; “Los Scriptoria”, un salón de Instrucción sobre las artes y la liga “EJEKA, Poetry Slam Ecatepec”. Actualmente imparte talleres de creación literaria en el Centro Comunitario Ecatepec Casa de Morelos (INAH) y en la Ciudad de México.

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1 comentario

  1. El Mau
    04/09/2018 at 16:14

    Que interesante, y que hermosa la vitalidad del lenguaje…