La música que el año se llevó
El resumen musical de 2016 pasa, inevitablemente, por dar cuenta de los muchos músicos que se fueron. No sé si la cifra es mayor a la de otros años, pero la importancia de algunos fallecidos nos ha hecho expresar a varios: ¡ya que se acabe este maldito!
La muerte no respetó género musical ni región aunque curiosamente hay pocos nombres de mujer en la lista -nada más encuentro tres- y casualmente dos corresponden a esta parte del mundo llamada México: la norteña Chayito Valdés, enjundiosa cantante y compositora sinaloense de rompe y rasga y enorme arraigo popular -“me dices que tú ya no me quieres, que el mundo y los placeres te importan más que yo…”-, y la lloradísima Betsy Pecanins, enorme vocalista que, aunque ubicada prioritariamente en el blues, se arriesgó durante su carrera a incursionar en varias cosas: interpretó a Lucha Reyes en la película de Ripstein La Reina de la Noche, cantó arreglos a canciones de los Beatles, metamorfoseó rancheras en blues, grabó con orquesta sinfónica, musicalizó a poetas catalanes -una de sus múltiples raíces-, versionó canciones de Lara y hasta rapeó en el último tramo de su vida, cuando ya no podía cantar a causa de un padecimiento neurológico que, sin embargo, no pudo derrotarla. Betsy, quien tuvo una salud siempre frágil, murió durante el sueño, se detuvo su corazón en este mismísimo diciembre.
Y ya que estamos en México qué decir de la sonadísima muerte de Juan Gabriel, el controvertido y prolífico compositor que falleció durante su última gira de conciertos dejando tras de sí un mar de llantos y hasta un director de radio pública damnificado por no haber sido prudente con sus palabras. Nicolás Alvarado, recién llegado a la dirección de Radio UNAM, escribió una columna de opinión sobre el divo de Juárez, apenas muerto, que causó una tormenta de indignación, vestiduras rasgadas y finalmente se vio obligado a renunciar a su reluciente cargo. Meterse con un ídolo popular de ese tamaño tuvo sus consecuencias. Y más allá de filias o fobias juangabrielescas -con todo y sus ambigüedades sexuales de todos conocidas, con todo y lo simple que pudieran parecer sus melodías- lo cierto es que pocos artistas ha habido en la historia musical mexicana con esa capacidad para conectar con la gente, para convertir tantas canciones en sonados éxitos -con la ayudita del consorcio televisivo, of course-, para convocar a multitudes tal y como ocurrió durante sus exequias.
Mucho menos difundido pero también con fuerte arraigo popular, sobre todo en ciertas zonas del centro del país, Everardo Mújica Sánchez, mejor conocido como Lalo Tex, murió a los 57 años apenas, el 18 de enero. El líder del grupo Tex Tex, de aspecto tosco pero simpático -la antítesis del front man guapo y seductor- destacó por el sentido del humor de sus letras, por su vestimenta de aire norteño, su carisma escénico y su estilo musical basado en el rock pero que abrevaba de otros géneros vernáculos y populares.
Ya en otras latitudes, acaso la muerte que más repercusiones tuvo este año fue la de David Bowie, el polifacético artista que lo mismo hizo música memorable -reinventándose una y otra vez- que actuó en películas -¡cómo olvidar El Ansia!-, pintó cuadros expresionistas, diseñó sus propios vestuarios y creó una notable cantidad de personajes icónicos a lo largo de su fructífera carrera. Bowie, sabedor de que le quedaba poco tiempo, se despidió del mundo de un modo estremecedor: con un disco –Black Star, aparecido poco antes del fallecimiento de su autor- que de nuevo dio cuenta de su genio pero que en los días posteriores a su muerte adquirió todo su brutal significado, la categoría de testamento, de confesión, de despedida consciente. Bowie sabía que se iba y decidió partir con una obra maestra oscura y tremenda, a la altura de sus mejores días.
Algo similar ocurrió con otra de las grandes pérdidas del año: Leonard Cohen, quien también realizó un disco póstumo que llevó sus obsesiones a las últimas consecuencias. Con 82 años y en paz, el canadiense murió el 7 de noviembre dejando en You Want it Darker uno de sus mejores trabajos, con su profunda voz en plenitud, su aparente sencillez musical, sus letras de múltiples y a veces retorcidos significados. El hombre que ya en su tercera edad tuvo que luchar para recuperarse financieramente luego de haber sufrido el saqueo por parte de su representante, volvió a los escenarios con una elegancia y dignidad que asombraban a todos quienes lo veían actual y cantar. Y sí: si algo hubo en las despedidas de Cohen y Bowie fue, precisamente, elegancia.
En contraste, Prince, el ambicioso y ambivalente genio escénico y musical, murió en condiciones inciertas y sorpresivas, sin poderse despedir, con rumores de adicciones y excesos de fármacos. Prince, otro que jugó con la ambigüedad sexual, notable multiinstrumentista virtuoso, creador de conceptos escénicos innovadores, el del símbolo impronunciable que decidió usar cuando le fue prohibido usar su propio nombre artístico. Ganador del Oscar, vendedor de millones de discos, admirado por músicos de toda estirpe, Prince partió el 21 de abril enmedio del escándalo y las dudas y dejando detrás una historia a veces brillante, a veces turbulenta.
Una muerte más tersa, nada escandalosa, sucedida por “causas naturales”, como se dice, fue la que ocurrió el 8 de marzo. A los 90 años de edad se fue George Martin, otro a quien el mote de “genio” le queda a la medida. No sé qué tan exagerado es atribuir la mayor parte del éxito de los Beatles a Martin y su magia como productor, pero sin duda fue un ingrediente que amalgamó las genialidades de los liverpoolianos al grado de ayudarlos a producir los discos revolucionarios que medio siglo después seguimos disfrutando.
Ya instalados en territorio rockero, habrá que consignar un hecho extraño, singular: dos miembros del mismo grupo murieron, con meses de diferencia, este 2016. Keith Emerson, el extrovertido tecladista que había sido integrante de The Nice y luego formó, en pleno apogeo del “rock progresivo”, el trío Emerson, Lake & Palmer, murió en marzo. Sus últimos días no fueron felices: un problema degenerativo le afectaba los nervios de una mano, su herramienta de trabajo. Al sentirse incapaz de tocar como antes, Emerson cayó en una profunda depresión que desembocó en suicidio. Ambicioso, Emerson desplegaba virtuosismo en escena, hasta compuso un concierto para piano y orquesta, realizó versiones a obras de autores “serios” como Aaron Copland o Modest Moussorgsky y se convirtió en artista de culto entre quienes gozaban de los excesos y manierismos del progresivo.
También murió Greg Lake, una tercera parte de aquel grupo y quien había sido la voz del legendario King Crimson de Robert Fripp en su primera época. Como bajista y guitarrista fue notable pero sus méritos como cantante, mayúsculos; sobrepasaban los de casi cualquier otro vocalista del rock inglés. Lake murió hace poco, el 7 de diciembre, víctima de cáncer.
Y para irse a reunir con otros que se le adelantaron, el barbón nativo de Oklahoma, Leon Russell, también partió en 2016. Su historia es larga y de una riqueza especial: comenzó como músico de sesión en Los Ángeles y luego fue arreglista, pianista y guitarrista de Joe Cocker y George Harrison -con quienes ahora estará palomeando en algún lugar incierto-, entre muchos otros. Es autor de célebres canciones como Superstar, This Masquerade y A Song for You y en sus últimos años grabó un disco a dueto -y a dos pianos- con Elton John. Su legado abundantísimo está ahí, aún por reconocerse plenamente.
Otros rockeros importantes que murieron y a quienes el mote de “leyendas” no les sienta mal, fueron Paul Kantner, fundador y guitarrista de una de las bandas sicodélicas más influyentes de la era hippie, oriunda del San Francisco de mediados de la década de los sesenta, Jefferson Airplane. Y un guitarrista más: Glenn Frey, integrante de The Eagles, uno de los grupo más populares del southern rock norteamericano y cuya canción emblemática, Hotel California, cumple 40 años por estos días. Fino compositor, guitarrista y cantante, Frey murió el 18 de enero a causa de complicaciones por diversos padecimientos.
En la música académica dos grandes directores de orquesta murieron este año: Pierre Boulez, también compositor, que se especializó en dirigir obras de autores del siglo XX: Stravinski, Schoenberg, Bartók, Varèse. Estuvo al frente de casi todas las orquestas importantes del mundo y estrenó y grabó -su discografía es impresionante- una buena cantidad de obras de autores como Luciano Berio, Elliot Carter y hasta alguna de Frank Zappa.
El otro es el inglés Neville Marriner, cuya cantidad de discos grabados es alarmante: unos 600. Este director y violinista fundó una de las agrupaciones musicales más célebres del mundo, la Academy of Saint Martin in the Fields y murió el pasado 2 de octubre cuando contaba con 92 años.
¿Y en el jazz? Ahi tampoco hubo clemencia en el año que termina: Toots Thielemans, acaso el más grande intérprete de la armónica que ha existido en el género, se murió a la avanzada edad de 94 años, no sin antes haber tocado con músicos de aquí y de allá: desde la gran diva Ella Fitzgerald hasta el neoyorquino Paul Simon; desde Quincy Jones hasta Billy Joel; de Bill Evans a Astrud Gilberto; de Elis Regina a Jaco Pastorius, con todos los puntos intermedios imaginables.
Espero que el próximo año sea más benévolo con la música y los músicos.
El creador del tema musical del célebre -y a últimas fechas despreciado- film Último Tango en París, de Bernardo Bertolucci, también nos dejó este año: Leandro Gato Barbieri, argentino de origen -rosarino, para más señas- pero cuya carrera se desarrolló en Europa y Estados Unidos y destacó por su sonido rasposo y apasionado.
También el canadiense Paul Bley, pianista y compositor, y la cantante Nathalie Cole, dejaron el planeta en 2016, uno con 83 años y la otra con 65.
Ahí no para la cosa, hay más sin respeto de fronteras ni geografías:
Maurice White, cantante y fundador de la célebre agrupación de rhythm and blues Earth, Wind & Fire; Merle Haggard, brillante intérprete de country; el tanguero y director de orquesta argentino Mariano Mores; el congolés Papa Wemba, artífice de la rumba africana; el guitarrista pionero del blues rock Lonie Mack; otro notable guitarrista, afamado por haber participado con Elvis Presley en sus primeras grabaciones, Scottie Moore; otro guitarrista famoso por haber grabado con casi todos los artistas de “música instrumental” -música de elevador, dirían algunos-, Al Caiola; El cantaor flamenco Juan Peña , mejor conocido como El Lebrijano; y hasta el japonés Isao Tomita, pionero de la utilización de sintetizadores y famoso en la esfera de la música electrónica desde los setenta.
Acaso no sean todos. Escribo este texto a mediados de diciembre, así que no canto aún victoria: faltan algunos días y es posible -ojalá no- que se nos muera alguien más. Yo espero, por lo pronto, que el próximo año sea más benévolo con la música y los músicos.
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El autor es músico y periodista cultural.