Tres poemas de José Revueltas

 

La poesía que escribió José Revueltas ha quedado relegada a un segundo plano pues la atención de la crítica y de sus lectores se ha concentrado en sus grandes obras en prosa como Los muros de agua, Los días terrenales o Los errores. Pese a esto, sus poemas están a la altura de cualquiera de sus mejores obras. Aunque cada día son más conocidos y difundidos, el asombro y el descubrimiento todavía pesan sobre su textos poéticos.

A continuación presentamos en Tercera Vía una brevísima selección de sus poemas, para conmemorar el natalicio del escritor duranguense, uno de nuestros clásicos en las letras mexicanas.

 

 

 

 

[Si el aire…]

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Si el aire no tuviera sangre

si el agua del océano fuera pura

y no trajera jóvenes despedazados

si las playas fueran limpias, serenas

y en ellas no la muerte sino el amor golpeara…

 

 

Enloquecidos pájaros del viento

han llegado hasta aquí para no alejarse nunca.

Todo mundo nos está gritando

en el filo mismo de la Historia


en la frente escupida de las cosas que existen.

 

 

Hay que saber, irrevocablemente, de nuestra eterna eternidad.


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Más que la hormiga, más que el siglo y que el arado,

más que las lenguas del tiempo y el caer de los hombres

durarán nuestras manos de huesos y agonía.

 

 

Saben ya los roncos pájaros de nuestras lágrimas despiertas

lágrimas sonando tercamente sobre los tercos tambores

que anidan en el fondo.

 

 

Y nuestro par de rotos corazones vivos

nuestro par de ojos que ven cuando se cierran

se habrán unido ya

al rumor de los brazos, eternos como piedras,

como piedras duros, y amorosos, y tristes.

 

 

Mi pobre corazón es inútil para toda la tristeza.

Dejo de sufrir a cualquier hora

cuando todos lloran cuentas vivas de cal, granos amargos.

 

 

Se pueden hacer versos que sean un grito solo,

se pueden cantar canciones con los labios mudos.

 

 

Hay que llorar por todos nosotros

y yo no he llorado todavía.

 

 

Hablad, mirtos de hierro y desventura, junto a los niños.

 

 

Hay niños.

Hay hermanos vivos y destruidos con el alma quebrada

y una luz en la frente.

 

 

Si mi pobre corazón no fuera tan pequeño

y pudiera tener una gran casa abrigada

y una dulce, larga superficie de trigo y sollozos.

 

 

Si mis labios fueran agua, manos y peces soñadores

y no tristes vocablos y silencio.

 

 

He llorado todo esto, yo.

Pero oíd que no he derramado una sola lágrima todavía.

 

 

Duraremos duramente más que la larva, más que el espanto

porque somos eternos y condenados,

somos de tierra, y de tierra de la tierra.

 

 

Nuestros hermanos quebrados,

más puros que Jesús,

más olvidados,

quedan gritando con los pájaros del viento.

 

 

Porque el aire tiene sangre

y el agua del océano es impura

y en las playas sólo la muerte golpea

podemos hacer versos todos juntos

hasta que la tierra se parta

hasta que nuestras lágrimas derriben al mundo

hasta que brote de la nada una paloma.

 

 

Sordo estoy y puedo todavía humillarme,

puedo tomar un cuchillo y enseñar mis abismos

mis glorias, mi desamparo.

 

 

Podemos.

 

 

Para llover del cielo

virtuosamente limpios, desnudos y dispuestos.

 

Mérida, Yucatán, mayo de 1938.  

  

 

 

 

 

Nocturno de la noche

 

Para Efraín Huerta

 

Cuando la noche;

cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios

y las sillas saben de las torpes pisadas;

 

 

cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida

y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos, quemados para siempre;

 

 

cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio

son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa

a la Amparito o a la Chole

en un mentido vuelco aéreo del Luna Park;

 

 

cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo a los inspectores

o a las escalofriantes agujas de los que le ponen Roberto o Gustavo;

 

 

cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina

bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar

con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel;

 

 

cuando en las abandonadas conserjerías de latón sólo se sabe ya

del chillido de la niña loca del conserje;

 

 

cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas

de los colonos que ya no se escriba

sino se cablegrafíe,

que ya no se sueñe

sino se asesine,

que ya no se llore

sino se pisoteen los vientres embarazados;

 

 

cuando la noche;

cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena

que cada vez parece más una enfermedad de los dientes,

 

 

entonces oigo torrentes furiosos de semen que corre por las calles

como entre caños de sombra y de injurias:

 

 

semen impuro y vicioso de horrendos señoritos,

destilado en las esquinas oscuras, en los pasillos de los cines

y en los mingitorios.

Semen con la decrepitud alucinante del ojo que mira por la cerradura

en el cuarto del hotel donde la joven pareja se ha sepultado para siempre.

 

 

Semen cien veces maldito de las sombras de los jardines.

 

 

Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle.

 

 

Se sucede sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado,

con una falsa alegría de labios relamidos y de placer gratuito,

sin pensar en la sangre derramada,

sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio,

sin pensar en la música y el aire,

sin pensar en la vida.

 

 

Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros,

que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado,

que quede nada más un grito clamando, herido eternamente,

y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso

para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.

 

 

Cuando lo noche.

Cuando la angustia.

Cuando las lágrimas.

 

Octubre de 1937

 

 

 

[Antes de que me vaya…]

 

Antes de que me vaya, antes de que me mueras y me llores, quisiera poseer ese pedazo de sombra en que estabas detenida la última vez, donde no cabías, aquel espacio puro en el que te negabas a estar, pero tan anclado por tu presencia, donde te pisaba el aire y doblaban tu cuerpo aquellas esquinas del tiempo, y tú no hablabas ni reías, detenida, amarga mía, maravillosa y sola.

 

Pero déjame, antes de que me vaya, antes de que me dejes, antes de que tu sangre comience a salir de mis dedos y te tome y se embriague para decirte adiós.

 

Enero de 1955. 

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