De paseo con el crew: Low riders en México
LA CRÓNICA
“En este libro hay una imagen semejante a la situación en la que están ustedes”, al mostrarnos el folleto nos dimos cuenta que en el dibujo faltaba algo. Ni ranflas cromadas, ni tatuajes, ni gafas negras, ni cholos. Pero el señor Testigo de Jehová no se había equivocado, tal vez Dios actúa también sobre las averías de los automóviles clásicos modificados.
El Dodge Dart 69 de Jaime atrae las miradas de todos los transeúntes. Aparcado provisionalmente en una calle, el auto es reparado con la ayuda y el apoyo moral de varios de sus amigos. Al atravesar uno de los famosos y venenosos baches de las calles y avenidas de Ecatepec, en el Estado de México, la llanta sufrió un esguince, o en términos mecánicos: la rótula de dirección se rompió. El accidente sucedió antes de que Jaime fuera a recogernos en el metro Muzquiz para la entrevista con Tercera Vía. “¡Qué pinche suerte! Ayer me la pasé todo el día arreglándolo para las fotos, hasta le cambié la tapicería”, nos explicó mientras nos llevaba en el auto (de modelo más reciente) que le había prestado su hermano Miguel: “los voy a llevar a donde se quedó mi carro”.
El movimiento lowrider es una contracultura que alcanzó su mayor auge en la década de los 70’s
La forma en que suceden las cosas es misteriosa (y no me refiero a lo que nos dijo el Señor Testigo de Jehová), si el Dodge no se hubiera descompuesto en el momento justo antes de nuestra reunión, estoy seguro de que no hubiéramos atestiguado la solidaridad de los integrantes de La Unión Car Club. Sin ese desperfecto sencillamente no se hubiera podido ejemplificar con mayor evidencia el sentido del nombre que decidieron ponerle al grupo. Jaime es uno de los ocho fundadores de La Unión Car Club, y según lo que me cuenta una de las mayores satisfacciones que le ha dejado el club es precisamente esto: “La amistad, se me descompuso el carro y todos vinieron a ayudarme, eso es tener amigos; te ven tirado y ahí van. No sólo se trata de ir a tirar el cruising (o dar el rol)”, lo que los une es la solidaridad.
El magnífico ejemplar Dodge Dart 69 que tenía ante mis ojos empezó a construirse “desde abajo”. Era una vil carcacha que Jaime compró en 4 mil pesos -con su primera tanda- cuando salió de la preparatoria, a la edad de 19 años. Después de 12 años de meterle mano, inspiración y dinero –lleva más de 80 mil pesos invertidos a lo largo de esta década— lo ha convertido en auto estupendamente modificado: grecas, rines de rayo, dirección hidráulica, frenos de disco, tapicería, pintura, cromo e infinidad de cosas (que ya no me quiso contar). Pero la imaginación no es el límite: el verdadero límite es tu cartera. “Puedes meterle pantallas, puedes hacer que brinque o que baje (con bolsas de aire). Los Impala modificados que hay en Estados Unidos valen hasta casi un millón y medio o dos millones de pesos”, explica Jaime. En el Club apenas hay tres autos con la capacidad de brincar: el sistema hidráulico es uno de los elementos más caros en un lowrider.
¿Qué significa para tí tu auto?, pregunto. “Que soy mexicano”, me responde Jaime con seguridad. “Ahí están las grecas aztecas, como si fuera una pirámide de Tenochtitlán. Me gustaría que donde quiera que me pare digan: “ah, ese carro está bien grequeado y se ve bien mexicanote”.
Ese auto azteca de color vino que atrae las miradas de todos es más que el producto de los deseos de su dueño: es el reflejo de identidad de una cultura urbana. “Mi carro se llama ‘Sangre Azteca’ porque tiene el color”. Cada coche en el Club tiene su nombre. En efecto, cada automóvil lowrider es único, como una obra de arte.
Adentro del Dart observa con tranquilidad la situación el pequeño Emiliano, el hijo de Jaime, quien lleva ese nombre por Emiliano Zapata. Ajeno a las labores de los amigos de su padre por establecer una solución provisional a la rótula de dirección, le dice a su mamá que tiene sed. “Cero pandillerismo, cero drogas, cero violencia. Lo que es normal: un poco el alcohol, estar con los amigos, mantener un ambiente más que nada familiar —siempre con los hijos, la esposa y los hermanos—, la ropa cholera, los tatuajes, los carros, las baicas…esto es lo que yo considero mi estilo de vida. Y hasta la muerte”, sentencia.
El estilo de vida lowrider se adopta desde morrito y en muchos casos es una tradición familiar. El pequeño Emiliano es bien cholito, como su papá: da la impresión que lo lleva en la sangre. “No es una moda, es una cultura”, señala Jaime.
El movimiento lowrider es una contracultura que alcanzó su mayor auge en la década de los 70’s, como una manifestación de la forma de vida chicana en Estados Unidos, pero que hoy en día sigue siendo una señal de identidad y resistencia social.
Jesús Madrid es mecánico. Toda la vida se ha dedicado a los autos clásicos –su padre también se dedicada a repararlos— y es él quien sugirió amarrar la rótula de dirección con un cable de acero hasta que la pieza pueda ser reparada. Una vez arreglado el desperfecto, los miembros del Club se mueven al taller de Jaime que está unas cuantas calles más adelante.
Ahí converso con don Jesús, quien no está involucrado totalmente en el ambiente lowrider, pero que está en el Club por iniciativa de su hijo Daniel, que tiene doce años. Fue a través de un club de autos clásicos que llegaron a La Unión, después de la primer rodada lowrider en la que participaron, Fue entonces que Daniel manifestó su deseo de adentrarse en esta cultura. “Primero tiene que encontrar bien su identidad, y después lo que él decida yo lo apoyo”, me dice Jesús. Tanto al padre como al hijo les gusta el ambiente. A la mamá apenas la están convenciendo.
Jesús y Daniel todavía no modifican su auto. Primero buscarán obtener las placas de clásico. Con la sabiduría de la paternidad me explica don Jesús: “A veces hay gusto y pasión, pero no hay dinero. En México se vive una situación económica difícil y el mantenimiento de un coche así es bastante caro”.
¿Cuáles son los aspectos negativos de los de los lowriders? Le pregunto a don Jesús. “Hasta ahora no he visto ninguno, por eso estoy aquí con mi hijo”. Para ellos los fines de semana no volverán a ser iguales: en La Unión los domingos son para el cruising,, y hoy, después de las fotos y la entrevista, se van a echar la rodada hasta una “exposición de perros”. El próximo veinte de noviembre harán otra que tiene como finalidad “hacer la revolución en las carreteras de la Ciudad de México”.
Para Jaime sí hay experiencias negativas, por ejemplo, el hecho de que a veces la gente le raya su carro, y sobre todo, la discriminación: “hay gente que no respeta ni tu carro ni tu forma de vestir y ya te la quieren hacer de a pedo. Igual con las autoridades vas pasando y “revisión chavo”. ¿Por qué? “Porque te ves bien chaca y andan robando por aquí”, dicen los policías, yo les digo qué pasó carnal, yo soy albañil, si quieres te llevo a mi chamba. Te ven pelón, con los tatuajes y las gafas negras y dicen ese güey roba y mata, pero no. Aunque hay de todo aquí en México, hay gente que se viste así y sí te puede asaltar y hay gente que no. Yo he tenido amigos que están en la cárcel así como amigos bien trabajadores”.
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LAS ENTREVISTAS
Miguel Antonio
¿Cómo es tu vínculo con los automóviles?
A mí me nació desde niño una relación a los coches. Tengo un oficio, la hojalatería y pintura. Soy maestro en eso y tengo mi propio negocio. Un tío me enseñó. Él trajo desde el otro lado el oficio, y me gustó. Me latió pintar carros y esa onda. Tenía unos ocho años y veía a mi tío como pintaba, como los dejaba, y me agradó. Me quise meter a la mecánica, pero se me hizo complicado por las matemáticas.
Sí, las matemáticas son difíciles…
No son difíciles, es lógica. Simplemente es pereza que uno tiene. ¿Si me entiendes?
¿Qué significa para ti ser low rider?
Primero que todo low rider quiere decir jinete agachado. Es una forma que va con tu personalidad, el carro bajo, el ir despacio, que te hace único o genuino.
Foto: Annick Donkers
¿Cómo defines tu vida low rider?
Ser low rider es un arma de dos filos. De morro me agradó todo ese debraye, pero desgraciadamente yo me fui por el mal camino: el alcoholismo, el gandallismo, el vandalismo. ¿Si me entiendes? Y de alguna forma yo adopté ese estilo por gusto, por atracción. Te lo explicaría más a fondo, pero no sé si me entenderías.
Muchas veces uno adopta formas de otros por demostrar un carácter, que eres fuerte ante otras personas. Ahora ya no me interesa lo que piensen de mi. Otras personas pueden ser más locas que yo o puede tener más problemas que yo, tanto emocionales como existenciales, frustraciones o complejos en su vida. Uno es más libre, a uno como que le vale más gorro. Si me quieren conocer, chido, ya me conocerán como soy. Yo me considero una persona noble. Las apariencias engañan y el león no es como lo pintan. Yo soy como un libro, ya es cuestión de los demás que lo quieran leer.
A tu hermano también le late estas cosas, ¿Es una tradición familiar?
Sí, ya es cosa de familia. A los primos y a los hermanos nos gustó. Yo por eso jalo a mi hermano y le digo que no se vaya por esos caminos como yo, que soy drogadicto, y quiero salir, pero me cuesta, no puedo. Le digo que se vaya recto, que sea una buena persona, honrado, trabajador, limpio consigo mismo y respetuoso. Una buena persona no tiene que ver con como se viste uno o su carro, sino como es, que haga las cosas bien.
Me gusta este estilo de vida porque hay cultura, respeto a la familia, unidad y fraternidad, pero es un arma de dos filos, porque si te dejas envolver por pensamientos erróneos de otra persona, cáes en su juego y cometes actos que no debiste cometer.
Yo te lo explico por el lado negativo, pero por el lado positivo está como transformar un carro a tu idea, a tu arte, a tu estilo. Eres transformador, eres creador.
¿Tu carro que modelo es?
Yo no tengo carro. Tuve un bocho modelo 95 hace unos siete años. Lo vendimos, porque se tronó de la máquina. Andábamos cotorreando y ya sabes, más chavo te vale gorro y le das en la madre a las cosas. Piensas que hay tiempo y dices “no hay bronca, la próxima semana me recupero”, pero eso no llega.
¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta del mundo low rider?
Pues lo más feo en esta onda es hacer sufrir a mi madre, me la fui acabando, la enfermé. Varias veces he estado detenido por delitos, como en Veracruz, que hasta salí en el periódico, porque quise traerme un camión de la Coca-Cola ya bien drogado. Son situaciones en que pones en riesgo a la familia: mi madre y mis hermanos fueron a tratar de sacarme de la bronca y se voltearon en las curvas. Antes no se mataron.
De las cosas más chidas está la convivencia con mi carnal. La unión. Lo que me agrada de los low riders es que hay humildad, sencillez, no hay soberbia. Luego llegas a otro lado y sientes la vibra de las personas, pero aquí reflejan la camaradería, que es lo que importa en las personas. La cosa no es como te vistes, sino que seas atento, humilde, y así cabes en cualquier lugar. Yo vengo de familia humilde, donde hubo carencias. Una persona que tuvo todo no sabe lo que es una necesidad, y por eso hace a un lado a las personas. Nosotros hemos sufrido el bien y el mal a la vez. Por eso hay muchas cosas que cada uno encierra en sí mismo.
Orlando
¿Cómo empezaste en esta onda?
A los doce años y por los amigos me empezó a gustar. Eso fue antes de irme al Gabacho. Mi papá además es mecánico, él me enseñó el gusto, pero a mí ya me latía la mecánica y los carros.
¿Cuál fue tu primer coche?
El primer carro que tuve se quedó allá, en Estados Unidos, porque me deportaron y no me lo pude traer. Llegué aquí primero con un Malibu que me vendió mi primo; luego, tuve un Caprice 80. Ahora me hice de un Dart 75, que apenas me pasó un amigo.
De esos carros ¿Cuál es el que ha significado más para ti?
El Cadillac. Dejé a toda mi familia por el sueño americano y gracias a Dios me fue bien y fue el primero que agarré.
¿Cómo fue tu experiencia en USA?
Está de la chingada. Correr, batallar con hambre, frío, sed…la primera vez que pasé, duramos cinco días caminando día y noche, y nos agarraron en Texas. Lo volví a intentar a los quince días. Sí la sufres, nada más traes una garrafa de agua, sin comida, durmiendo en el frío, sin cobijas ni nada. Gracias a Dios tuve la oportunidad de llegar a Houston.
¿Dónde asumiste el estilo?
Me fui a vivir un tiempo a San Luis Potosí. Ahí conocí los low rider y agarré el gusto. En Estados Unidos ves más estilos y más dinero. Modificarlos es más rápido y barato, más fácil. Allá comencé a juntarme con unos amigos que parecía que sus carros estaban guardados: enteritos, originalitos. De ahí me empezó a llamar la atención el Cadillac, el Grand Marquis, el Chrome Victoria, carros grandes.
¿En México cuanto cuesta arreglarlos?
Bastante. La economía no es igual que la de allá. Aquí tienes que sacrificar algunas cosas, a veces sacrificas el andar de cotorreo por una llanta, un rin, la pintura…
Éste que traes, ¿Cuanto cuesta?
30 varos.
¿A cuál le has invertido más?
Al Cadillac, que le metí unos 10 mil dólares. Ese sí fue con rines, unos hidráulicos, un poco mas completo que éste, y vuelvo a repetir, allá es mas fácil conseguirlo todo.
¿En México es fácil que te roben un carro arreglado?
Sí, pero es la bronca de las envidias más que nada. Uno no roba, trabaja, y pues consigues dos trabajos o deudas para sacar tu carro, para que un cabrón se lo robe de volada. Yo lo saco nomás para eventos, no le doy uso personal por lo mismo, no sabes donde dejarlo, si va estar o no, o si va a estar completo.
¿Es común que por los arreglos pueda fallar?
Apenas me pasó un accidente en que se rompió una rótula, es como todo, tienes que invertirle dinero para que no te falle. Yo me ahorro la mano de obra: como se hacer de todo, yo le meto lo que necesite.
¿Qué es lo mejor y peor de este estilo de vida?
Es bonito hacer todos juntos: un club significa unión, echarse la mano entre todos. Si se te poncha una llanta se regresan, están preocupados por auxiliarte, es como una familia donde todos están al pendiente de todos. Lo mas gacho es que a veces no puedes llegar a las juntas por tu trabajo y el tráfico, y se sacan mucho de onda porque es un club, pero no faltas porque quieres, sino porque no puedes, hay circunstancias.
¿Qué le dirías a quienes no conocen mucho de este estilo de vida?
Que esta chido. Uno no andas en bandas, esto es familiar: puedes traer a tu esposa, hijos y padres. Te la pasas muy bien en los eventos, sales de la rutina, y lo mejor es que muestras algo bonito, que a toda la gente le gustaría tener, algo para lo que tu has hecho tus sacrificios.
¿Cuál sientes que es la diferencia entre la comunidad low rider de México y la de Estados Unidos?
Allá también hay unión y hermandad, pero la diferencia es que la mayoría tiene dinero para meterle y que salgan impecables los coches. Aquí es como de: “¿No tienes de casualidad ese tornillo?” pero todos nos vamos echando la mano. Es más bonito batallarle. Esta bien luchar por las cosas, por los sueños.
¿Cuál es tu sueño?
Mi sueño es tener un taller. Ahorita ando chambeando en una constructora. Ahí andamos. A veces tengo que salir fuera y dejo de venir al club, pero cuando se puede aquí ando sin falla.
Monserrat
¿Cómo conociste el mundo low rider?
Por mi esposo Jaime.
¿Tu cómo defines la cultura low rider?
Es una cultura en que no te guías por una moda. Me gusta que ningún carro es igual, porque cada uno lo hace a su manera, a su modo, y no se parecen.
¿Tu influyes en la manera en que Jaime tiene su carro?
Claro. Siempre comentamos las modificaciones, y así queda mejor.
Antes de que entraras al mundo low rider, ¿Qué pensabas de ellos?
Siempre me llamó la atención. Incluso mi mamá me decía “¡Estás loca!” porque yo le contaba que me quería casar con un cholo, que yo quería plancharle su ropa, que siempre ande bien vestido. Siempre me gustó porque es una forma de vida hasta la muerte.
¿Cómo es la forma de vestir de las mujeres low riders?
A mí no me gusta casi el estilo low rider para mujeres porque es muy poco femenino. Pero a mi hijo lo traigo así vestido y me gusta mucho.
¿Qué sientes por ser parte de este grupo?
A mí me da orgullo. Antes de casarme con Jaime, él mismo dice: “no le arreglaba nada al carro, y orita que estoy contigo, ya lo levantamos”. Me llena de felicidad verlo así, que cumpla su sueño.
¿Y cuál es tu sueño?
Seguir con él. Comprarnos una casa, siempre todo familiar. Él por ejemplo sale a trabajar toda la semana, y yo me quedo en la casa con el bebé. Los fines de semana salimos con el club y ahí convivimos y es un desestrés, para él del trabajo y para mi de estar encerrada.
¿Cómo participan las mujeres en la dinámica del low rider?
Motivándolos para que sigan echándole ganas, sobre todo económicamente, decirle que le meta dinero al carro. Yo digo que hay que apoyarlos mientras no descuiden a la familia.
¿Tu manejas el carro?
Yo no sé manejar, pero le digo a Jaime que vamos a buscar la forma de que tenga mi carro. Jaime dice que sí. A mí me gustan los impala, me lo imagino morado, con rines fregones.
¿Tu sientes que hay discriminación por el modo de vida low rider?
Pues la gente te mira raro, por como te vistes, pero a mí no me importa. Es lo que yo siempre quise tener y pues lo tengo.
¿Qué le dirías a la gente para cambiar su percepción? ¿Qué aspectos positivos crees que no ven?
La gente es así porque es muy cerrada de mente y siempre juzga lo que es diferente a ellas. Quieren seguir un patrón de vida. Deben aprender a ver otros tipos de vida sin juzgarlos. Si no te gusta, respétalo y ya.
LA NARRATIVA VISUAL
Todas las fotos: Annick Donkers
CRÉDITOS
Crónica: José Manuel Vacah Edición: César Alan Ruiz Galicia Fotografías: Annick Donkers Diseño Web: Francisco J. Trejo Corona Ilustración: Jonathan Gil