#NiUnaMenos
Empalamiento es una palabra que no conocía, supe que viene de atravesar analmente a un animal. Así fue como murió Lucía Pérez, la adolescente brutalmente masacrada en Argentina. ¿Qué significa ser asesinada de ese modo? ¿Qué significa que te saquen los ojos o que te quemen y te arrojen a un basurero? Incluso la guerra tiene códigos, que seguramente no se cumplen, pero frente a esa violencia acordada se intenta, aunque en alguna versión delirante, no olvidar la cualidad humana de los prisioneros. Mientras que la crueldad que hemos estado presenciando hacia niñas y mujeres, lleva la humanidad de las víctimas a un punto cero, a ser trozos de carne que se lanzan al vertedero.
Un dato interesante: esos países idealizados, los nórdicos, que se supone han superado más que otros el sexismo, sin embargo, encabezan la lista de feminicidios de los países Europeos. La explicación oficial: padecen de una pandemia de alcoholismo, cuestión que “desinhibiría” la moral masculina, rompiendo el pacto de igualdad con sus compañeras. ¿Qué es aquello que se desinhibe? Aparentemente ese poder hipnótico de la dominación (Virginia Woolf).
Para que tales crueldades y desinhibiciones emerjan es necesario que exista una gramática que la posibilite. Y esa tiene que ver con la lógica de la dominación. El problema del poder es que éste siempre se ejerce contra otro. Muchas veces de manera simbólica, sometiendo al otro a través de la primacía económica, de la distribución inequitativa del trabajo, los roles domésticos, la sintaxis de las disposiciones sexuales y sentimentales. Todas prácticas que implican un modo de administrar los cuerpos, cuestión que a veces pasa la raya simbólica hacia esa violencia cruenta sin metáfora y sin retorno.
La pedagogía rapiña es como nombra Rita Segato a la educación de nuestro ojo hacia los cuerpos feminizados, esos que son objetualizados desde un programa de televisión hasta ridiculizados en una conversación privada. Una pedagogía que alienta una fantasía muy primaria del goce de dominio, que se traduce en esa frase común del lenguaje sexual, un “te voy a hacer mierda”. Que bajo el acuerdo entre pares toma el resguardo del juego erótico. Pero tal acuerdo es el que justamente no siempre es posible por la distribución del poder: algunos hacen mierda, otros son hechos mierda.
De ahí que no es tan cierto, que la liberación sexual nos libera igual a todos. Me pregunto si es tan cierto que la educación sexual propuesta por el polémico libro de la Municipalidad de Santiago, democratizará el placer, o bien, reproducirá el placer de unos y el temor de otros. Quizás la educación que falta, antes que una pedagogía erótica, es la de la política del sexo: comprender las relaciones de poder que lo cruzan.
La visibilización de estos casos ha llevado a que muchas saquen del clóset sus historias, y me atrevería a decir que la mayoría las tenemos. Yo misma en la adolescencia fui victima desde manoseos en la micro, un abuso “confuso” por parte de un ¿amigo?, y un intento de violación a los quince años. Si ni lo conté fue porque la humillación avergüenza y por algo fundamental: como adolescente no estaba dispuesta a perder mi libertad. Y hoy pienso en todas las libertades que deberé restringirles a mis hijas para cuidarlas de esta política del sexo. Una tragedia.
Por eso que #niunamenos es un movimiento político. Aunque aparecieron alegatos de que mejor se hable de “nadiemenos” apelando a todas las violencias. Y sí, todas son importantes, pero hoy hablamos de una que tiene que ver con una lógica de dominación, por ende es política. Y ser tratada como tal tiene impacto jurídico, como al distinguir femicidios de otros crímenes.
Nota mental: Lo masculino no es bestial en sí, pero existe una plataforma que invita a que tome un sitial en que se autorice al rapiñaje de otros cuerpos. Y es tal armazón la que no debemos dejar de desmantelar.