José Revueltas y el ojo de Dios. Reseña de “Ensayos y otras conversaciones” de José Manuel Mateo

“La vida es algo muy lleno de confusiones, algo repugnante y miserable en multitud de aspectos, pero hay que tener el valor de vivirla como si fuera todo lo contrario”, escribió José Revueltas a través de uno de sus personajes en la novela Los días terrenales. Uno anda por las calles de una ciudad colérica y brutal, como la nuestra –o como cualquier otra que se le parezca— como un pez o como un perro, sorprendido por las corrientes de nuestra propia respiración: la asfixia, el ahogo; los pulmones en plena confrontación con el humo, los ojos en plena confrontación con la crueldad, la miseria o la belleza, el ser humano enfrentado a la pérdida de su condición humana. Así andamos por las calles. José Manuel Mateo en “Ensayos y otras conversaciones” nos coloca en esta ruta como un compañero solidario de un camino trazado de antemano que culminará en una profunda  incertidumbre.

 

“Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en un bosque, requiere aprendizaje”,  Walter Benjamin pensaba esto. David Lynch, por su parte, confiaba en el extravío como una suerte de meditación: “Las ideas son como peces. En las profundidades, los peces son más poderosos y puros. Son enormes, abstractos y muy bellos.” Ambas rutas tienen su punto de encuentro en el poemario que toma para su título la palabra ‘ensayo’. Un ensayo puede entenderse superficialmente como una forma de desarrollar una idea o una serie de ideas, pero también ensayar significa extraviarse a la manera de Benjamin y de Lynch. Y una conversación ¿no es acaso una manera de ensayar también la incertidumbre?

 

La voz poética del poemario no pierde su condición de filósofo en ningún momento, pero esto no quiere decir que el ensayo –como ejercicio filosófico— imite burdamente a la poesía, o visceversa. No, la poesía de  Mateo adquiere una condición visceral y mundana que la aísla: “anda entre cristales/ y le da por fumar/ por beber/ por multiplicarse como un recuerdo/ observa la mancha/ y adivina el rumor del agua que bebieron/ aquellos amantes/ de trastienda”. Estos versos pertenecen al primer poema con el que comienza el libro, ese primer poema que traza las coordenadas de la ruta hacia el abismo. Es precisamente en la observación de esa mancha donde el poemario admite su militancia en la tradición del poema-ensayo que tiene como antecedente más inmediato el libro Incurable de David Huerta que inicia de la siguiente manera: “El mundo es una mancha en el espejo”.

 

Pero no será el hijo sino el padre —Efraín Huerta—, y por supuesto, su compañero entrañable José Revueltas, éste último quizá una de las figuras más íntimas y cercanas en la obra de Mateo, con quienes la voz poética conversará. De esta manera el barbas de chivo y el gran cocodrilo son compañeros en la misma ruta que comienza en la emblemática, mitológica, molesta e incómoda Bucareli. Esta calle que aspiró durante el siglo XVIII y XIX a ser uno de los más esplendorosos paseos para los caminantes, y terminó rindiéndose al caos de nuestra urbe. En esta mítica Bucareli somos celacantos miserables, peces ancestrales y antiguos, horribles fósiles vivientes en busca de oxígeno, al borde del infarto y la dislalia.

 

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Esa voz poética que intenta mantener una conversación: “piensa/ en el perfil enrojecido de la tarde/ en la entraña hospitalaria de la noche/ y en el descanso/ en el amor que se gesta proféticamente/ cuando la mañana le devuelve/ la inocencia imprecisa de la lucidez”. Una conversación que se mantiene entre la incertidumbre y el accidente: “—algo espera por nosotros/ musita por lo bajo del celacanto/ una fosa/ una falla/ un abismo que no usaremos ya/ como cisterna miserable”. Algo espera por nosotros, ¿qué es? ¿quién es? No lo sabemos, tan sólo conocemos el rostro sórdido de la ciudad, la violencia del país, y la ausencia de los muertos con los que tratamos de conversar.

 

Sentencia Mateo: “ha sido mi país/ una declaración de ausencia/ de ineptitud frente a la noche/ e incompetencia”. En esta dimensión social del poemario la muerte adquiere un carácter enemigo, una presencia con la que se discute furiosamente, para asumir el fracaso y el dolor. “En el horno queda un pan/ y se quema/ irremediablemente”. Esos versos de resonancias evangélicas, también nos recuerdan el dolor de la pobreza que César Vallejo cantó en Los heraldos negros.

 

Si seguimos este tránsito, llegaremos al sur, a la calle Providencia en Santiago de Chile, donde conversaremos con Óscar Hahn, con Huidobro, con Parra, sobre la última fe de los hombres. La fe en el amor, como una forma de comunión con el otro, como un fulgor divino y una bendición. A través de esto, habitamos la esperanza de encontrar a dios “nada más para saber/ cuánta ceguera cabe/ en estos días/ terrenales”.

 

La ceguera pero no el silencio, la conversación que es ruido y herida, sangre y humor,  que traza las últimas coordenadas del viaje, el cardiograma definitivo de la ciudad monstruosa:  la parte final del libro representa la última alarma, el último aviso. La búsqueda que iniciamos llegará a su fin sin el hallazgo deseado: “ayer domingo/ lo busqué/ temprano/ pero no/ el séptimo día/ el señor descansa”.

 

 

Ensayos y otras conversaciones

José Manuel Mateo

Malpaís, 2016


77 páginas. 150 pesos

 

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