El falso Leonard Cohen
Después de la muerte, otro Leonard Cohen ha decidido vivir. La música es inagotable, tanto como el amor. Los grandes artistas renacen cada tres días, o menos.
Tras el fallecimiento único, otro Cohen recorre las calles del alma humana, se apodera de ellas y las canta (su canto es infinito pero no implica una prolongación sino una constante pérdida y una recuperación). La poesía, que también es una ciudad, ha quedado rota e intransitable. Cada que muere un poeta, no sólo nos deja la sensación de que hemos perdido un amigo, sino parte de nuestro lenguaje. Sin embargo, sus más grandes canciones son lo más cercano al desamparo, Leonard Cohen siempre nos abandonó, era su forma de estar con nosotros. Fue un solitario fraterno, solidario con la pérdida y la esperanza.
El poeta, el músico, el sacerdote, el rabino, el místico, el amante, el maestro, el compañero, el hombre y el fantasma. Pero aún hay otro, el que está frente al espejo de la noche, la voz gutural, sobrehumana y grave, diciéndote: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.” En esta metáfora hay una identidad palpable, Cohen fue luz y silencio, aún en contra de toda voluntad musical. Su personalidad, su ser y su personaje, nunca existieron en el escándalo, en el estruendo o en el alto volumen, pese a todo, siempre creyó en el silencio como el sustento del sonido. No denunció el amor, creyó en él. El amor ha cambiado el mundo más de lo que podemos percibir.
“Déjame admirar tu belleza, cuando los testigos hayan desaparecido. Y baila conmigo, hasta el fin del amor.” Hay un antes y un después de escuchar esta canción, la letra encierra una noción de trascendencia. Toda experiencia, en poesía, adquiere inmediatamente una tonalidad verbal, pero “dance with me to the end of love” ha dejado de ser una frase y se ha convertido en una experiencia.
Cada acorde, cada letra, cada silencio en sus canciones, estará allí para hacernos habitar la otra orilla. Traspasamos el umbral, y conocemos el sentido y la armonía del universo. La muerte nos enseña esto, Cohen murió varias veces durante su vida y en el final impostergable sólo asumió una experiencia ya pasada. “Deseo que sea más oscuro”, sentenció en su último disco y la premonición se asumió como una balada sonando a mitad de la madrugada. “Hay un hombro donde la muerte viene a llorar”, cantó en Take this watlz, y aquella fue otra premonición, la muerte vino a llorar con nosotros ese día.
No me enteré de que un Leonard Cohen habitaba mi casa, hasta que me sentí empapado de su propia oscuridad, entonces ardí con él y encontré mi voz y lloré. El día en que murió el compositor, apagué las luces de mi casa y dejé sonando su música. Cerré los ojos y hablé con él en aquel silencio impregnado de melodía, fue una especie de comunión entre dos fantasmas: el que recita y el que le da sentido al poema. De esa manera, supe que yo también era un falso Leonard Cohen.