Ensayar otro mundo: José Revueltas y el interés proletario

¿Cuál habría sido la tarea más importante del proletariado? La pregunta, escrita de esta forma, concede por ahora que el término resulta anacrónico, y probablemente lo sea para una jerga propia del análisis que se concentra en las vicisitudes del sistema de partidos vigente en México, o para quienes se colocan a buen resguardo de sus antiguas afinidades doctrinarias. Pero la pregunta, anacrónica e inoportuna, brinda la ocasión de asomarnos a los ensayos de un José Revueltas que desde los veintitantos años tuvo un punto de vista excéntrico a la hora de “pensar el proletariado”, de configurarlo a partir de los elementos que la historia y la realidad aportan.

 

Casi de manera automática se antoja decir que las tareas proletarias consistieron en demandar mayores salarios, menor jornada de trabajo, contratos colectivos que frenaran los abusos patronales, y eventualmente se agregaría a la serie la lucha por la independencia del país frente a las potencias extranjeras o la solidaridad con los reclamos campesinos. Sin embargo, tales aspiraciones y propósitos no generan la expresión de un interés propio (como diría Jacques Rancière) y sólo corresponden al programa provisional de esa identidad poliédrica asociada al trabajo fabril y urbano. En oposición a la enumeración previa, el proletariado tiene ante sí, de acuerdo con Revueltas, la “importantísima tarea de trazarse un punto de vista teórico sobre sí mismo”. El desarrollo cabal de esta postura se encuentra en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, de 1962; sin embargo, desde 1939, en “La Revolución Mexicana y el proletariado” y “La independencia nacional, un proceso en marcha”, Revueltas sugiere que la primera gran tarea proletaria es de carácter intelectual. Habría que remitirnos primero al Ensayo.

 

En el Ensayo, Revueltas dice que el proletariado se define a sí mismo por oposición: es una clase negativa que busca tomar distancia de la propiedad privada y oponerse a ella porque el proletario percibe que esa forma de la posesión desplaza lo humano del centro de interés, de modo que el cuerpo y todo lo que en él se preserva queda relevado o pospuesto indefinidamente. El primer impulso consiste por ello en recuperar la “condición humana” que la propiedad niega o esconde. Es verdad que si actúa contra la propiedad (cuando destruye las máquinas o los bienes), el proletario expresa su voluntad de recuperarse, de volver visible su existencia como sujeto; sin embargo, esta acción directa es “puramente instintiva”, no por falta de razón (motivos le sobran), sino porque de ese modo sólo incide en la superficie de la circunstancia y no “en la situación histórica en que se encuentra la clase en su conjunto” (y por situación habrá que entender una localización que es diacrónica, paradigmática y compleja por la pluralidad de sus relaciones).

 

Ser consciente de la deshumanización que la propiedad opera sobre el cuerpo “no es la conciencia completa”, aunque representa “las premisas ‘naturales’ de lo que es la conciencia verdadera, histórica del proletariado”, a saber, la conciencia teórica, el “despliegue científico” o cognoscitivo de lo que en principio es sólo conciencia puramente instintiva. De lo que se trata, pues, no es de actuar de inmediato sobre la circunstancia de opresión y negación de la condición humana, sino de pensarla y desplegarla teóricamente como situación no individual ni efímera. Cuando Marx adjudica al proletariado la potencialidad de anunciar la disolución del orden prevaleciente “no hace otra cosa”, apunta Revueltas, que formular “aquello que está implícito, pero no visible” en la situación proletaria. Vale decir entonces que nombrar el estado de las cosas, definirlo, compararlo, sopesarlo, ponerlo en duda, confirmarlo, negarlo, repensarlo, en suma, volverlo visible mediante la palabra, es la tarea y el interés que el proletariado debe formular “dentro de su propia cabeza”, sea que ese continente se halle en el cuerpo de Marx, de Lenin o de Ricardo Flores Magón, pensadores multicitados en Ensayo.

 

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Desde luego, Revueltas no pretende que será un grupo de esclarecidos el encargado de iluminar la ruta proletaria. Sí sugiere, en cambio, que la democracia habrá de ser principalmente una acción cognoscitiva, una política basada en la acción teórica generalizada. La sugerencia lleva a pensar que no es la educación (como se insiste hasta la saciedad) lo que cambiará el rostro del país, sino la actividad intelectual la que puede colocarnos en una situación política inédita. No se trata de incitar una acción deslavada de su condición de clase, sino de insistir en que esa actividad debe hallarse marcada por su origen, por esa situación que vuelve invisible el desplazamiento de lo humano en favor de la propiedad. Visto así el problema, los intelectuales no son los únicos encargados de pensar, sino que cada vez un número mayor de sujetos encontrarán que esa es su tarea, mas no de un modo general o neutro, sino que será necesario “pensar con la clase, es decir, con la racionalidad histórica que conduce a la clase obrera a la conquista de sus fines”. Se puede objetar lo anterior como un mero intento de homogeneización o de totalitarismo encubierto, pero eso sería negarse a reconocer que lo que se postula es la necesidad de actuar con el “arma espiritual” de la filosofía en contra de un orden que una y otra vez “pretende ‘corregir’ los aspectos más irracionales e inhumanos del sistema capitalista, pero no la inhumanidad e irracionalidad mismas en que tal sistema se funda”. Se entiende que los fines del proletariado no sean los de la burguesía, pues mientras la segunda sólo corrige o pretende corregir la deshumanización, la conciencia proletaria busca anularla. Puede así suscribirse la proposición de Revueltas (quien a su vez parafrasea a Lenin) cuando señala que sólo el proletariado es un luchador consecuente por la democracia. Habría que agregar que es un luchador que piensa y escribe.

 

Si trazarse un punto de vista teórico es la tarea del proletariado, extrañará menos que los dos primeros escritos publicados por José Revueltas de manera independiente correspondan al terreno del ensayo. Volvemos a 1939, cuando aparecieron como folletos “La Revolución Mexicana y el proletariado” y “La independencia nacional, un proceso en marcha”. El primero (cuyo manuscrito está fechado en mayo de 1938) no llevaba pie de imprenta, pero según un anuncio de La Voz de México (9 de febrero de 1939) lo auspició la editorial Popular. No sólo se trata, como indican Andrea Revueltas y Philippe Cheron, del primer trabajo teórico-político importante del autor, sino de una de sus primeras publicaciones, anterior incluso a cualquier obra literaria; al menos así lo recuerda el propio Revueltas en una entrevista realizada por Norma Castro Quiteño (El Gallo Ilustrado [suplemento de El Día], núm. 286, 17 de diciembre de 1967) y la memoria del escritor no falta a la verdad si consideramos que la única publicación previa, “Foreign Club” (El Nacional, núm. 451, 23 de enero de 1938) no es independiente ni fue recogida en Dios en la tierra (1944). El segundo ensayo apareció primero en El Popular (16 de septiembre de 1939) y más tarde como folleto; del cuadernillo se extrajo un fragmento que se difundió en el mismo periódico tres años después. (Estos escritos tempranos y otros que marcan un lapso de más de tres décadas se encuentran en José Revueltas, Ensayos sobre México, prólogo, recopilación y notas de Andrea Revueltas y Philippe Cheron, México, Era, 1985).

 

Un año antes de dar a la imprenta sus folletos, Revueltas se sentía “plenamente alegre, eufórico” y repartía su tiempo de la siguiente forma, según puede leerse en una serie de cartas enviadas a Olivia Peralta, con quien se había casado el año anterior: estudia por las mañanas, trabaja en actividades de la Juventudes Socialistas Unificadas de México, da clases de historia en una secundaria federal de Mérida, descansa y come a las doce (“flojeo un poco”, dice él); por las tardes y las noches da clases “en la escuela del partido”, y escribe sus artículos o estudia hasta las dos o tres de la mañana. Es en ese mes cuando ya trabaja en “La Revolución Mexicana y el proletariado”. También termina por entonces el primer capítulo de lo que será Los muros de agua. Envía artículos para El Machete y comienza su colaboración en El Popular, periódico dirigido por Vicente Lombardo Toledano. Lee mucho y de autores diversos, pero lo impresiona vivamente La montaña mágica. Se mantiene en contacto con Efraín Huerta y Octavio Paz, y a Olivia le pide que si tiene dificultades para cobrar los artículos publicados en El Popular, acuda a “Octavio” o a Enrique Ramírez y Ramírez. De este año son también sus cuentos: “Foreign Club”, “El abismo”, “El hijo tonto” y “Una mujer en la tierra”, y el tercer capítulo de una novela inconclusa: Esto también era el mundo, que tal vez comenzó a escribir a finales de 1937. Ya para el último trimestre del año está de vuelta en el Distrito Federal.

 

En los ensayos de aquel eufórico Revueltas encontramos una claridad sobre la historia de México y la manera de historiar que a la postre será reconocida (hasta cierto punto) por Cosío Villegas, Enrique Krauze y Javier Garciadiego. Pero por ahora importa señalar un par de proposiciones que se mantendrán constantes en el pensamiento literario del escritor. Una de ellas se refiere a la actitud que asume ante la teoría: “desde el punto de vista de la más estricta dialéctica” (dirá en “La Revolución Mexicana y el proletariado”), ningún principio teórico “puede aplicarse a cualquier situación dada”. Por obvio que parezca, cabe traer a cuento lo anterior y reiterarlo, porque la afirmación tiene implicaciones para una estética y una política que buscan ensayar de otra manera el mundo: no hay principios teóricos aplicables a cualquier situación sino situaciones que exigen extraer de ellas el método que les resulta necesario. No a otra cosa se refiere Revueltas cuando habla del lado moridor de la realidad en su emblemático prólogo a la segunda edición (1961) de Los muros de agua(1941). La realidad, dice ahí, tiene un “movimiento interno propio que no es ese torbellino que se nos muestra en su apariencia inmediata”; dicho movimiento o dirección de lo real tiene, además, “su modo, tiene su método, para decirlo con la palabra exacta. (Su ‘lado moridor’, como dice el pueblo)”. De Marx a Lenin en un lado del mundo, y de Flores Magón a Revueltas por este contorno del planeta, se despliega un modo de pensar que es propio “del pueblo” y sin duda el que nace dentro del proletariado: a cada cosa, su método; a cada torbellino de lo real (en donde “todo parece tirar en mil direcciones a la vez”), su lado moridor: el principio teórico inmanente al problema. Se entiende así que la primera tarea proletaria sea de carácter cognoscitivo: esclarecer la dirección de lo real.

 

La segunda proposición que interesa señalar se engarza con lo anterior y se refiere al establecimiento de los ascendentes del pensamiento proletario en México. El joven que nació en 1914 se muestra optimista en 1938, pues, según considera en “La independencia nacional, un proceso en marcha”, después de veinticinco años la Revolución toma “su verdadero cauce”: con la reforma agraria —dice— el general Cárdenas “cumple el programa” de Morelos y Zapata, mientras que con la expropiación petrolera consuma “una segunda independencia nacional” al arrebatar a las compañías petroleras extranjeras “el usufructo de tal riqueza” que no corresponde sino a la nación (a despecho sin duda de la legislación reciente). Y si Morelos y Zapata son la cabeza del afán indígena y agrario, Ricardo Flores Magón es para Revueltas el hombre “representativo” de esa “nueva clase social, revolucionaria por excelencia” que se “incubó” durante la paz porfiriana; pero además de ser distintivo, Flores Magón encarna también al “líder del proletariado”. Las implicaciones que esta afirmación tiene para la historia intelectual de México y para abordar el peso del comunismo y el anarquismo sindical en la revolución quedan sin seguimiento en estas páginas, y más vale remitir nuevamente al Ensayo sobre un proletariado sin cabeza para observar que Revueltas encuentra en el artífice principal de Regeneración y en el magonismo, “la más genuina corriente ideológica proletaria” y “los antecedentes contemporáneos de una conciencia socialista, propia, nacional, de la clase obrera mexicana”.

 

 

Precisamente en el año que sigue a la expropiación cardenista y no obstante su optimismo, el joven Revueltas señala que el proletariado mexicano “tiene ante sí la tarea importantísima de trazar desde el punto de vista teórico los caminos sobre los cuales se desenvuelve la revolución”; no se trata de “poseer conocimientos teóricos generales” sino de elaborar “la teoría propia, los métodos propios, el camino propio” que la revolución sigue. La tarea encuentra sentido no sólo dentro de la clase trabajadora sino que se extiende ampliamente, porque los proletarios deben “‘adelantarse a todos en la formulación’ de las consignas democráticas y con esto llevar la cabeza en la lucha democrática general del pueblo”. Revueltas parafrasea a Lenin y dirige su llamado en especial a “todos los grupos marxistas”, ya sea que estén dentro o fuera del partido, de acuerdo con la tendencia integradora vigente en una parte del comunismo de la época (la llamada táctica de frente popular). Sin embargo, no sólo Marx y Lenin se encuentran en el horizonte del joven: si algo caracteriza los ensayos de Revueltas es un arduo trabajo de lectura y anotación de fuentes: Luis Cabrera, Andrés Molina Enríquez, Lucio Mendieta y Núñez, Luis González Obregón, José C. Valadés, A. Teja Zabre y Luis Chávez Orozco forman la nómina explícita de donde el joven escritor toma datos, cifras, informaciones y balances sobre la economía y la sociedad mexicana. Tal ejercicio no parece digno de llamar la atención, pero habría que sopesarlo a la luz del momento: de acuerdo con Javier Garciadiego, la historia científica comenzó a escribirse en México en los años cuarenta y fue precisamente la incorporación de los aspectos económicos y sociales en el análisis una práctica que gozó de enorme vigor en todas las historiografías del mundo en la segunda mitad del siglo XX. Antes de que Cosío Villegas asumiera “esa actitud radicalmente innovadora” para historiar la vida de la nación que identifica Garciadiego, Revueltas ya hacía lo propio.


 

Pero ser un adelantado no siempre es visto con buenos ojos: desde finales de 1938 y hasta principios de 1939, Revueltas sostuvo una polémica con José Alcorta sobre la táctica de frente popular en La Voz de México, el órgano del PCM (noviembre-diciembre de 1938; enero de 1939). Como en sus ensayos sobre la revolución y el proletariado, y la independencia como proceso incompleto, el escritor insistía en que la clase obrera debía volverse hegemónica en la lucha democrática y aceptaba que en ese curso cabía la alianza con Cárdenas y el ala reformista del movimiento obrero (encabezado por Lombardo Toledano). A causa de la serie de artículos incluidos en La Voz de México y del folleto “La Revolución Mexicana y el proletariado”, José Revueltas fue investigado informalmente por la comisión de inspección y disciplina del partido achacándole “actividades trotskistas”, calificativo que por entonces era tanto como un anatema. Por mi parte, en aquella convocatoria del joven Revueltas observo, por encima de la circunstancia (pero sin obliterarla), que en la elaboración verbal se juega, más que una concepción del mundo, el destino entero de un hábitat propicio para la vida. Pensar el proletariado ya es una forma del ser proletario, es decir, de asumir una actitud teórica y verbal para imaginar una democracia donde la propiedad no sea la necesaria negación de la condición humana. Y si hubo un escritor capaz de pensar el mundo para ensayar de otra forma la vida, ése fue y será José Revueltas.

 

 


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*José Manuel Mateo (Distrito Federal, 1970) es poeta y ensayista. Se ha ocupado de la obra narrativa y ensayística de José Revueltas. En 2011 obtuvo el VIII Premio Internacional de Ensayo que otorgan Siglo XXI Editores, El Colegio de Sinaloa, A.C. y la Universidad Autónoma de Sinaloa por su trabajo En el umbral de Antígona: notas sobre la poética y la narrativa de José Revueltas (México, Siglo XXI Editores, 2011). Ha publicado también los libros Tiempo de Revueltas. Uno: La nación ausente [José Revueltas y Daniel Cosío Villegas] (México, obranegra, 2013) y Lectura y libertad: hacia una poética de José Revueltas (México, El Colegio de San Luis, 2011).  Ha escrito sobre lírica tradicional, literatura popular y poesía mexicana. Preparó la Iconografía de José Revueltas y El propósito ciego, volumen que reúne los poemas de Revueltas, para el Fondo de Cultura Económica.

 

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