Por una literatura libre: Un nobel para Gabriel Zaid
Cualquier cosa que puedo cantar, la llamo una canción. Cualquier cosa que no puedo cantar, la llamo un poema. Cualquier cosa que no puedo cantar y es demasiado larga para ser un poema, la llamo una novela
– Bob Dylan
Gabriel Zaid merece el premio nobel de literatura. Es el mejor ensayista de habla hispana desde hace décadas y nadie lo ha notado. En Zaid conviven la tradición de Montaigne, de Tomás de Aquino y de Denis Diderot, por citar algunos ejemplos.
Sin embargo, sucede que hace algún tiempo, alguien decidió endosarle la literatura a los escritores de libros. Así como el LP monopolizó la comercialización de la música y, gracias a ello, las valoraciones que tenemos sobre los músicos (los mejores músicos son los que producen los mejores discos, como los Beatles o Pink Floyd). También los libros monopolizaron el mundo de la literatura.
Por eso celebro el acto de genialidad que representa haberle entregado un premio Nobel a Robert Allan Zimmerman, que alcanzó la fama en el personaje del rockero rural; esa fórmula mágica de rebelde country que también ha generado otros íconos de la cultura popular norteamericana, como Johnny Cash y Fleetwod Mac.
La literatura nació oral y ahora es diversa
Un argumento contundente, entre quienes creemos que fue una genialidad el premio Nobel al cantautor de nacido en Duluth, Minnesota, es la reivindicación del origen de la literatura.
El lexicógrafo Ilan Stavans, conocido por su irreverente actitud frente a los puristas del lenguaje, escribió el pasado jueves desde su cuenta de Twitter: “Galardonar con el Premio Nobel a Bob Dylan es una manera de honrar la tradición homérica: tradición fundacional de la literatura”.
Al igual que Stavans, varios intelectuales han recurrido a la tradición homérica para descalificar las críticas de quienes se escandalizaron porque el Premio Nobel de Literatura fuera entregado, este año, a un “no escritor”.
El concepto de “no escritor”, (que utilizo deliberadamente) es una categoría realmente nueva en la historia de la cultura. Nadie se hubiera atrevido a cuestionar el aporte a la literatura de quienes utilizaron medios distintos a los libros para plasmar su obra.
Y no solo están las canciones o los ensayos a los que antes me he referido. La literatura tiene entre sus antecedentes más importantes la tradición epistolar, entre cuyos exponentes han destacado Herodoto, Cicerón, Erasmo de Rotterdam.
De hecho, las grandes obras literarias de movimientos significativos como el feminismo, no son otras sino las cartas de Simone de Beauvoir, Gabriela Mistral o Rosario Castellanos.
La literatura debe dejar atrás el desencuentro con la cultura popular
Acompañando a esa visión que no comparte el reconocimiento a Dylan, en razón de que es un “no escritor”, está un argumento elitista: no tiene la calidad “suficiente” para el premio.
El desprecio a la cultura popular tiene muchas expresiones
En México, acabamos de vivir un episodio parecido a raíz del ícono musical más importante de nuestra cultura popular en las últimas décadas: se le cuestiona la calidad a quienes son capaces de estremecer a millones y de llevarlos al encuentro con las letras. Incluso, a José Emilio Pacheco, hubo quien lo acusó de falta de rígor.
Este desprecio a la cultura popular tiene muchas expresiones. Están, por supuesto, las que son abiertamente elitistas (cargados de clasismo y racismo, en ocasiones), pero que básicamente no tienen argumentos estéticos ni intelectuales que las avalen.
Pero hay también una tendencia ilustrada que desprecia estas expresiones y que la advierte como un riesgo para “la cultura”. Quizás, uno de sus más sólidos exponentes sea Mario Vargas Llosa. En La civilización del espectáculo, que es un ensayo que termina estableciendo límites para evitar lo que define como “la banalización de la cultura”, el escritor peruano escribió:
“Desde luego que la cultura puede ser también eso (una manera divertida de pasar el tiempo), pero si termina por ser sólo eso se desnaturaliza y se deprecia: todo lo que forma parte de ella se iguala y uniformiza al extremo de que una ópera de Wagner, la filosofía de Kant, un concierto de los Rolling Stones y una función del Cirque du Soleil se equivalen”
En mi caso, me resisto a fijar esos límites, cuando el principal problema que veo en la cultura es un problema de supervivencia. Antes que pensar en tablas de equivalencia para que la gente distinta a Kant de los Rolling Stones (si es que necesitarían distinguir algo), me preocupa la monstruosa desigualdad de un mundo en el que millones están excluidos de su derecho a la cultura.
Y no hablo de lo que gobiernos de la actualidad entienden por este “derecho a la cultura”, que suele ser la organización de espectáculos masivos en plazas públicas (predominantemente conciertos), sino al rescate de la cultura que es intrínseca a cada comunidad y a la educación artística que sigue sin ocupar un rol relevante en el sistema educativo mexicano. Si hubiera una preocupación genuina del Estado por la formación de públicos, sin duda, se reflejaría en las aulas.
Me gusta imaginar que esta discusión sobre Dylan permitirá a muchos, entre quienes hayan escuchado sus canciones y quienes no, asomarse al maravilloso mundo de la literatura. Así sea por simple curiosidad.
Pero también me gusta pensar que muchos de quienes leen, sin seguir el recetario de los falsos eruditos de la literatura, y que se sienten constantemente despreciados porque “no leen lo que deberían”, hoy tienen una forma de auto-afirmación que los hará explorar sus gustos de forma auténtica.
¿Cuántos estudiantes no habían escuchado ya decenas de prejuicios por parte de sus profesores sobre Octavio Paz antes de leerlo? ¿O de Carlos Fuentes? ¿Quién dice que eso es formar lectores?
Un gesto para las nuevas generaciones
Si quienes se sienten dueños de la literatura se han dado la atribución de distinguir a los escritores de los “no escritores”, también lo han hecho en el caso de los lectores (que casi siempre, son solo ellos) y los “no lectores”.
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De entrada, quienes leemos en el iPad, en el teléfono o en nuestra computadora no tenemos la misma jerarquía lectora que ellos; peor aún, si el mayor porcentaje de lo que leemos no son libros.
“La tecnología es del diablo”, es la máxima de estos sabios ignorantes que olvidan que el libro es, también, tecnología.
El Nobel de Bob Dylan es, también, una reivindicación generacional. Y eso importa. Pero el mayor mérito que veo en esta decisión es que se ha convertido en una poderosa invitación a reproducir el acto que es el más importante en el mundo de la literatura: leer.
Leer a Dylan y a sus críticos. Leer a los que debieron ganar el Nobel. Leer a Homero. Eso es la literatura. Como diría Fernando García Ramírez, precisamente hablando de Gabriel Zaid: “La alegría que produce la poiesis es multiplicadora, puede derivar en un ensayo, en un poema, o simplemente en un día mejor, más habitable, más claro, donde las cosas vuelvan a ser lo que son”.
Eso, los días mejores, los días más habitables, es la literatura. Gracias a Bob Dylan y su Premio Nobel por habérnoslo recordado.