Teleférico de Ecatepec: el sueño erótico de un dios

 

¿Saben qué es lo peor que puede sucederle al recién inaugurado teleférico de Ecatepec? Lo realmente grave no es que caiga –desdeñado por el dios del viento—; o que la delincuencia realice atracos “de altura”; o que la gente –en un intento cotidiano por autoflagelarse— convenga que este medio de transporte está “tan gacho que ni para distraerse el domingo”. Lo peor que puede sucederle al teleférico es que se convierta en un gran éxito turístico.

¿Cuál es la gravedad que conlleva esto? Pues la siguiente: en México ningún transporte público debe ser bueno, eficiente y agradable. Si llegara a serlo sería un fracaso para nuestro imaginario popular. Así que el Mexiteleférico no es ni será un ejemplo de nada, aunque lo intente el gobernador con su diseño artístico de primer mundo.

El teleférico es esencialmente un sistema de transporte engendrado en las elucubraciones sexuales de un gobierno por preñar la mitología de un municipio. Ya de por sí maldito, Ecatepec es una de las regiones del Estado de México con la mayor cantidad de raperos del mundo. ¿No me creen? Al menos hay que considerarlo estadísticamente, con una explosión demográfica tan intensa (es el municipio más grande del estado más poblado de toda la república)  las faldas del cerro del viento ha reclamado el derecho de ser la cuna de la poesía.

En México ningún transporte público debe ser bueno, eficiente y agradable.

Porque los raperos –fieles del hip hop o no— son tan sólo una parte de esa cantidad mayúscula de amantes del ritmo sagrado de las palabras. A este gran grupo se le suman los poetas (ya sean versolibristas, elegíacos, panegíricos, clásicos o amenizadores de fiestas y tertulias); los músicos líricos (estilo Profeta del nopal), vanguardistas (mitad Patti Smith, mitad Juan Cicerol) o conceptuales (Ai Wei Wei versión mexicana); y como si no éstos no bastaran, hay que considerar a un minoría bastante grande  de practicantes del ‘Spoken Word’, esa actividad limítrofe entre la poesía y el síndrome de Münchhausen.

En ninguna manera condeno esta situación, al contrario, me parece maravillosa –una situación digna de presunción, lamentablemente la única que hay que presumir. Como habitante del ‘Cerro del dios del viento’ me siento con el derecho a compartir la siguiente sentencia: tenemos una comunidad de artistas literarios ejemplar. Esto está simbolizado hasta en el metro —ese ecosistema del placer y las pasiones— pues si usted visita la emblemática y desconocida estación “Ecatepec”, si usted se atreve a bajarse allí verá que el puente peatonal está decorado con un mural. Al caminar por dicho puente, podrá leer en las columnas transversales un gran poema dedicado al metro como eje del viento: la rosa cardinal entre la muerte, la vida, la miseria y la grandeza.  

Ahora tenemos un teleférico (no me he desviado del tema, pero tenía que hablar sobre el estatuto del arte en nuestro municipio), a este anuncio se le suma otro, recientemente Ecatepec fue declarado como la peor urbe para vivir en el país. Y en efecto lo es.  

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El diario internacional El País señaló los siguientes galardones: “El hogar de la Santa Muerte. El territorio sin ley que logró arrebatar a la mítica Ciudad Juárez el título de ‘cuna del feminicidio’ al reventar sus índices de violencia contra la mujer.” Reprobado en todos los parámetros de una encuesta que se basa en medir la calidad de vida de los centros urbanos mexicanos “sus más bajas calificaciones fueron en los rubros ‘aire limpio’, ‘empleo’ y en el último lugar la seguridad. En esta materia, el municipio del central Estado de México tiene el índice más bajo de todo el reporte, por debajo incluso de Victoria y Reynosa, ciudades del norteño Estado de Tamaulipas, uno de los más azotados por el crimen organizado.”

Ah pero tenemos teleférico y gracias a ello, los hijos de Ehecátl podremos imitar a nuestro padre. Transportándonos como gaviotas desgraciadas –sin presidente de consorte ni alas para volar más alto—, amparados solamente por un cable eléctrico seremos saltimbanquis de nuestros propios sueños suicidas (¿será qué también nos arrebatarán el derecho de lanzarnos al vacío?), en esa cima recién alcanzada sólo nos quedarán como refugio las palabras, dueños y señores de la poesía, los habitantes de Ecatepec declamaremos poemas desde lo más alto del transporte público, desde lo más alto de la urbe.

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