“Si tú eres artista vamos a sufrir”: el nuevo arte Cubano
¿Qué hay detrás de la utopía? La respuesta no es simple, para algunos no hay nada más que el fracaso y la desolación, para todos: la esperanza. Sin embargo, ¿qué extraña forma de esperanza puede engendrar el arte? Hay dos clases de artistas, los viscerales y los doctrinarios. Y cada uno tiene su respuesta.
En Cuba el arte contemporáneo parece –a primera instancia— ajeno al nuevo panorama político por que atraviesa la región. Convertido en una burbuja el arte cubano vive una etapa en donde los infantes terribles no se atreven a romper el cristal que los rodea, y los productos artísticos se neutralizan a través de la mirada frívola y poscolonial de los curadores internacionales y los grandes críticos más atentos a los valores del mercado que a otra cosa. La prensa internacional ha dicho: [Cuba] “es un globo distópico en el que se puede vivir relativamente aparte y se puede vivir absolutamente del arte”. La culpa no es de los artistas, los culpables son los especuladores que se acercan al “nuevo arte cubano” con la mirada depredadora de siempre: el folclore, el exotismo y la multiculturalidad, sumado a esto, el siempre privilegio de Cuba de “vivir en el pasado”. A pesar de todo, ni los artistas ni el mercado artístico parecen no dejar fuera de su discurso éstas perspectivas.
La culpa no es de los artistas, los culpables son los especuladores que se acercan al “nuevo arte cubano” con la mirada depredadora de siempre
El panorama del nuevo arte cubano, no es ajeno a otras burbujas culturales, pero los artistas cubanos que llegan a nosotros –digamos aquellos dentro del catálogo comercial de exportación — parecen asumir la burbuja y compadecerse de su propia comodidad. A los consumidores les gusta discutir si una obra o no tiene un valor artístico, pero en esencia el valor de una obra radica en su propuesta especulativa. Por ejemplo, la instalación “Si tú eres artista vamos a sufrir” de Ezequiel Suárez, produce un discurso que va más allá de toda crítica estética; entre más ruidosa o visceral sea una obra cubana adquiere con mayor facilidad su garantía de exportación.
Por supuesto, esto sucede en estados unidos y de una manera mucho más vertiginosa, los nuevos artistas del país norteamericano promueven berrinches artísticos como si de grandes obras se tratara. La base de un proyecto artístico es su especulación en el mercado. Y los artistas cubanos del siglo XX se han contagiado de este virus por efecto de su capacidad de estar fuera y dentro de la isla, a través de un insólito don de la ubicuidad que sus predecesores no tenían.
Los artistas de los años ochenta se refugiaron en la idea de construir un arte occidental fuera del mercado, se trataba de un experimento en el que confiaron como si se tratara de alimentar una utopía dentro de otra. La década siguiente, los noventa, desechó aquella utopía y consolidó el deseo de adquirir dinero a través de la diáspora, la consigna era salir de la isla a toda costa. Pero los artistas del siglo XX han asumido su comodidad y parecen vivir de ella con cierta holgura en las directrices del sector turístico, en la arqueología de los íconos de la vieja revolución y el legado de los escombros comunistas, la reapropiación de una nostalgia folclórica y el desplome de los sueños del socialismo.
Hamlet Lavastida, Rodolfo Peraza, Ezequiel Suárez, Carlos Garaicoa, Los Carpinteros, Filio Gálvez, René Francisco, Eduardo Ponjuán, Lázaro Saavedra, Tania Bruguera, Sandra Ceballos o Juan Carlos Atom representa el umbral en donde los nuevos herederos del arte cubano se apoderan del mercado y de las exposiciones internacionales.