Cuidar la literatura

Tengo una playera del premio Nobel de literatura. Posters, viniles, parches y un lugar en el playlist son necesarios en la colección de casi cualquier rockero que se respete. Su talento, capacidad para componer y la cantidad de canciones icónicas que tiene, no son objetables. Pero ¿premio Nobel de literatura?

Leer a un Nobel en teoría le garantiza al lector promedio un estándar alto de calidad en la composición literaria.

¿Para qué sirve esta distinción? El reconocimiento a una trayectoria es evidente, colateralmente el posicionamiento de una agenda o la valoración de los autores contemporáneos son otra. Pero como casi cualquier otra, el Nobel de literatura sirve como una especie de filtro de calidad.

Leer a un Nobel en teoría le garantiza al lector promedio un estándar alto de calidad en la composición literaria. Dicho filtro es de gran utilidad para conocer a los contemporáneos (ya que no se premia post mortem), asegurando que la profundidad argumentativa, el estilo y el rigor estarán asegurados.

Por la vía de selección a los ganadores de ésta distinción me he acercado a la obra de autores que hoy considero indispensables como Patrick Modiano, Herta Müller y hasta la propia, y también polémica en su selección como premiada, Svetlana Alexiévich. Quizá Nadine Gordimer es el único caso en el que no he terminado satisfecho, aunque pudo haber sido producto de la obra elegida (El conservador).

Inevitable mencionar a los enormes escritores que hoy potenciarían de manera más profunda el valor del premio, pero están ausentes. Borges, Kafka y Cortázar se antojan como algunos de los muchos que faltaron. Entre los contemporáneos Kundera y Murakami resuenan para consolidarse entre los que no lo ganarán.

Y ahora Dylan, grandísimo compositor de canciones, se gana un lugar entre los grandes literatos en medio de demasiadas preguntas. Lo que la academia sueca ha provocado al salirse de la caja con esta decisión, es una amplia discusión sobre lo que es la literatura y qué no, sobre sus alcances y criterios comparativos. Discusión innecesaria y peligrosa para la producción de literatura.

No creo que Dylan debió ganar el premio. Sé que mi argumento rebosa de nostalgia, de ortodoxia, de olor a libro viejo. Pero en el mundo tan acelerado, tan urgido de la profundidad, donde se vuelve un lujo la actividad de intelectual, el filtro que ponen las academias al premiar a los mejores, cumple también una función vital: cuidar a la literatura de la amenaza de lo fútil, inmediato y de la necesidad de estar a la moda porque sí.

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Alguna vez Fernando del Paso me contó la anécdota de cuándo, después de casi 10 años de manuscritos, estuvo a punto de perder el borrador de Noticias del Imperio. Esa dedicación, eruducción, firmeza en el estilo y disciplina le son propias a los que se dedican a la literatura y deben ser protegidos. La música, con sus propias reglas, disciplinas y complicaciones, requiere sus propios guardianes, pero son otros.

Dylan es un músico gigante, pero no un gran literato. De cualquier manera, nos guste o no, la discusión es estéril, porque la Academia Sueca, con toda su autonomía puede premiar a quien le venga en gana y hacer que el mundo haga rabietas o levante en hombros a sus favoritos. Al final ellos conocen sus criterios y la opinión del público y sus gustos poco pesan, porque como dijo José Agustín en el Epílogo de “El rey criollo” de Parménides García Saldaña: «Los gustos no son patrones de calidad literaria.»

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Ernesto Gutierrez, estudiante de la Universidad de Guadalajara.

Tw/ @ErnestoGtzG

 

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