El Jardín de las delicias y la expulsión del reino de PokemonGo

Nadie duda del aura misteriosa y enigmática que posee el Jardín de las Delicias, pintado supuestamente –puesto que ninguna firma lo acredita—por El Bosco hacia el año de 1500 aproximadamente. Dicho misterio  se presiente aún en las más desafortunadas reproducciones digitales que uno encuentra en la web. ¿De qué se trata el Jardín? Para quienes no conozcan esta pintura (dividida en tres partes) intentaré resumir su sentido en una sola frase, pese al riesgo que esto implica: Dios ha finalizado el tercer día de la creación y los seres humanos que habitan la tierra se entregan al gozo de todo tipo de placeres.

Este es el sentido central del tríptico. Sin embargo, también está representada en la primera de sus secciones la expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal; en el tercer segmento aparece el Infierno en toda su cruel magnificencia. El contraste entre el placer y el tormento produce la perturbación.

El escritor español Antonio Muñoz Molina es un visitante asiduo del Museo del Prado —el recinto que alberga el delicioso Jardín— durante este septiembre en el que se prolonga una exposición dedicada a El Bosco. En su columna que mantiene en El País, ha entregado un texto (“El Bosco, en el Retiro”) que me ha cambiado la percepción sobre el mundo —esta aseveración sonará exagerada, pero entendamos que a veces el más insignificante detalle, una vez descubierto, también nos ha de cambiar la perspectiva).   

Tal vez sí exagero en algo, no me cambio la percepción del Mundo, sino solamente la de un mundo particular. El del PokemonGo.

¿En el futuro quién podrá negar la boda entre una app y un ser humano?

Quienes conozcan este obsesivo juego de realidad aumentada sabrán (o intuirán) que existe un extraño placer en la conjunción de las bestias japonesas (los pokemones) y el avatar —la representación de ser humano en su realidad digital (la representación de nosotros mismos)—; conozco a muchos que sueñan con el acoplamiento carnal de su otro yo y un pikachu, o en los términos delirantes que propone El Bosco: el mundo pokemón entregado a sus frenéticos deseos. ¿En el futuro quién podrá negar la boda entre una app y un ser humano? (Recuerden la profética película Her) Pongámonos más severos –en términos morales, si se me permite tal incorrección— ¿El Infierno tendrá un castigo para tales actos? Ojalá no responda el Frente Nacional por la Familia.

Muñoz Molina en su artículo hace una comparación entre una caminata por el Parque del Retiro con su apreciación particular de la gran obra del Bosco. Yo también he hecho un ejercicio semejante pero no me había atrevido a confesarlo: he visto la Alameda de la CDMX habitada durante un pervertido viernes mientras los jugadores de PokemonGo la convierten en un Jardín de las delicias –con sus tormentos y todo. Algunos sabrán a lo que me refiero; a quienes no lo sepan, sólo me basta sugerirles una excursión a dicho lugar en busca de pokemones.

“Van por el paraíso aproximadamente como van por el Retiro los buscadores de pokémons. En un horizonte al que no llega la mirada arden mientras tanto ciudades y bosques y hay columnas de fugitivos por los caminos” (Muñoz Molina dixit).

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Tengo que decirles una cosa con lastimosa tristeza, he sido expulsado del Paraíso del PokemonGo. A contraluz de esta desgracia escribo este artículo como homenaje a los placeres que me proporcionó la aplicación. ¿La causa de la expulsión? Tener un proceso incompleto de root  en mi teléfono. Ahora resulta que el dios padre de esa tierra plana, decidió que todos aquellos con un proceso root somos también tramposos pecadores, viles cuervos, ponzoñas que corrompen el reino.

 

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