Poesía y Política: #MéxicoSOS

Foto: Annick Donkers

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La cruenta y asfixiante jornada que ha experimentado nuestro país, a partir de la década de los años 80, con las recurrentes crisis económicas, la adopción de un modelo económico neoliberal, el crecimiento de la violencia ante el desarrollo y empoderamiento de carteles del narcotráfico, y una corrupción rampante en todos los niveles de gobierno y de la sociedad que ha derivado en que el crimen organizado gobierne grandes sectores del país y en una condición alarmante de derechos humanos e impunidad. México es hoy en día una de las naciones más violentas del mundo, la más peligrosa para ejercer el oficio de periodista y con los más altos índices de homicidios, desapariciones forzadas y desplazados. Sin contar los índices de pobreza que se presumen alarmantes, pero que carecen de una metodología confiable, tras el reciente conflicto por este tópico entre el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).

México es hoy en día una de las naciones más violentas del mundo, la más peligrosa para ejercer el oficio de periodista y con los más altos índices de homicidios, desapariciones forzadas y desplazados.

La presidencia del priista Enrique Peña Nieto se ha caracterizado por la corrupción y discrecionalidad en los recursos públicos y privados, así como una marcada violación de los Derechos Humanos por parte del Ejército, Marina y Policía Federal, además de una impunidad intolerable. En este contexto podemos contar casos emblemáticos como los 43 normalistas desaparecidos de La Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, la ejecución de 22 civiles en una bodega en la comunidad de San Pedro Limón, Tlatlaya, y el asesinato de más de una decena de pobladores del Municipio de Nochixtlán, Oaxaca, a mano de la Policía Federal y grupos de choque durante un desalojo carretero. Así como el fracaso de las reformas energética y educativa que han sumido, por un lado, en una profunda crisis a las ex paraestatales PEMEX y CFE, y por el otro, han gestado un activo movimiento de educadores en resistencia encabezados por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Es decir, México vive uno de los momentos más dramáticos y cruentos de su historia, con dirigentes torpes, corruptos y cínicos.

Desde el nicho de la poesía, se han visto ascender varias posiciones: la primera, la de aquellos poetas que manifiestan su descontento vía redes sociales, otros que lo hacen vía artículos periodísticos, otros más que han hecho eco en su obra de preocupaciones sociales y políticas, y una minoría que enquista un cinismo a la defensiva hacia estas preocupaciones o incluso una visión artificiosa de la realidad que resulta autocolonizante ante el panorama político actual.

Hay un nutrido grupo de escritores mexicanos ha renunciado a su conciencia de clase y se aferra a defender sus privilegios
La posición del escritor autocolonizado es la que opta por cierta visión del mundo analítico, por la descripción de su propia naturaleza o la de su medio y que excluye la percepción de las realidades colectivas. Hay que apuntar que hay un nutrido grupo de escritores mexicanos ha renunciado a su conciencia de clase y se aferra a defender sus privilegios. Lo cierto es que esta condición es mucho más generalizada de lo que se piensa: el sistema de becas, de estímulos a la creación, puesto en marcha desde el salinato, alejó al creador de dos vertientes vitales: su búsqueda de sustento más allá del presupuesto o el mecenazgo y de su interacción social más allá de sus pares. De manera que existen autores jóvenes e incluso de trayectoria que buscan ponerse al margen de la sociedad o, más bien, participar en ella a título de consumidor puro. Es decir, la posición del becario. Estamos en la hora en que el prestigio literario se busca medir con base en cuántas veces se ha obtenido la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas, las del FONCA: Jóvenes Creadores y Sistema Nacional de Creadores de Arte, y la cantidad de premios conquistados.

Este fenómeno tan esparcido y asimilado en la comunidad de escritores resulta conveniente para un sistema político que tiene a sus creadores más interesados en discusiones de cómo obtener una beca, por qué fulanito gana cada vez que la pide, por qué no hay más becas, por qué no incrementan sustantivamente los montos de las becas o premios, etcétera. Mientras el Plan Nacional de Cultura, en el mejor de los casos, se improvisa sexenio tras sexenio. Hemos despolitizado el sentido económico de las becas y apoyos, justificando la necesidad de su existencia para crear (o peor, como modus vivendi) y, a priori, afirmando que el creador de arte las merece, excepto cuando las recibe aquel de tal grupo mafioso o aquel otro de tal círculo.

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Al despolitizar el sentido económico de las becas o apoyos, justificamos a la élite de creadores que literalmente viven de ellos, de quienes obtienen de manera nebulosa un beneficio personal a partir, por ejemplo, de los recursos etiquetados a los que difícilmente se les da un seguimiento. De pronto, nos encontramos con que la verdadera batalla política es económica entre ciertos creadores e instituciones culturales que se disputan las partidas presupuestales. Cuando despolitizamos el sentido de cooptación de estos estímulos caemos en una gran ingenuidad. Recuerdo en 2012, año de elecciones presidenciales, que una preocupación de algunos escritores mexicanos rondaba en que si Andrés Manuel López Obrador obtenía el cargo, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desaparecería y con él también las becas y apoyos. Este tipo de inquietudes indican hasta qué punto ciertos creadores se encuentran alienados a este mecenazgo, que no sólo les aporta económicamente, sino también les da un estatus. Algunos entienden la profesión con este punto de exclusión: todos podemos ser escritores, pero no todos pueden ser escritores del FONCA. Bajo esta premisa, la desaparición del FONCA no sólo hubiera implicado una pérdida económica, sino también la pérdida de su estatus material de privilegio entre sus pares. El sistema político en este punto ha sido más inteligente que los creadores: construye una batalla intestina entre ellos por los recursos y el estatus, y todos están dispuestos a lucharla. El desajuste a ese sistema que en este punto los creadores podrían encabezar sería la lucha por una seguridad social universal para los creadores de arte, entiéndase asistencia médica, cobertura en discapacidades, maternidad, desempleo, vejez y muerte.     

En 2012 una preocupación de algunos escritores mexicanos rondaba en que si Andrés Manuel López Obrador obtenía el cargo, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desaparecería y con él también las becas y apoyos.

El escritor mexicano se encuentra para ojos de autores externos en la panacea del mecenazgo, no obstante este Welfare system o asistencialismo para escritores ha creado una culpa que desconoce su culpabilidad. Me explico, hay escritores de mi generación y más jóvenes que desconocen o no tienen idea de cómo el escritor puede insertarse en acciones concretas, activas para influir en su comunidad, o ni siquiera les interesa, sin embargo llenan las redes sociales de quejas sobre el gobierno, la violencia, y el desgarramiento social, y con ello se piensa que se cumple el rol de decir la verdad de los ofendidos. Lo cierto es que la palestra de las redes sociales si bien crea un clamor, sigue siendo ineficaz en terrenos sociopolíticos, no trasciende a las esferas del poder. El creador joven despojado de bases de organización política o desconfiado o ignorante de ellas, vive el círculo de un sistema que le ofrece estímulos a la creación y a los ofendidos (desplazados, familiares de desaparecidos, asesinados) se les ofrece nada.

Hay escritores jóvenes que en su desesperación espetan: “¿Pero qué más puedo hacer, sino escribir?”. En efecto, nada, sino escribir, porque el sistema sólo lo estimula para escribir y le otorga, en su caso, una posición de becario, de consumidor puro. Hay que señalar una problemática muy difundida hasta el choteo, que va desde que hoy los poetas mexicanos sólo escriben libros entre 60 y 80 cuartillas ‒que es el mínimo y máximo de las convocatorias de los premios‒ hasta los manuales de cómo preparar un proyecto para obtener una beca de jóvenes creadores. Se producen así libros y proyectos neutros, esterilizados.

También existen voces de autores pertenecientes al SNCA que han alzado la voz en contra de la autocolonización de los autores, así como una crítica de la descomposición política actual como las de Heriberto Yépez o María Rivera. Y han elaborado críticas puntuales a la burocracia cultural en temas como la antología México 20, la Nouvelle Poésie Mexicaine (2016), donde evidenciaron vicios y costumbres de las instituciones culturales al realizar muestras de este tipo con un corte preferencial por cierta estética o nombres.

Darle la carga política que, de hecho, tienen los recursos que la Federación y los Estados otorgan a los creadores, implica adquirir un compromiso ético ante la población que (consciente o inconscientemente) hace posible con sus impuestos la existencia de los estímulos a la creación. Los tiempos de penuria que vive el país nos convocan a no vivir como se nos sugiere: en la posición de becario, de consumidor puro y con ello escindirse de la sociedad. La participación de los escritores si bien se da con la denuncia en redes sociales, en revistas y diarios, debe buscar también su relación con la gente, con los grupos vulnerables, con la creación de lectores. En una de mis visitas al campamento de la CNTE en La Ciudadela, los educadores y alumnos que leen y escriben me externaban esa necesidad, que los escritores famosos, y no famosos, asistan a aportar su conocimiento a las comunidades históricamente abandonadas.

No es suficiente con tomar la actitud de intelectual postpolítico y con una autosuficiencia periclita señalar con el dedo lo que la izquierda partidista no hace y lo que la sociedad civil tampoco consigue.
Quizá por mi formación política creo fervientemente en proyectos que surgen desde abajo, desde la autogestión de recursos y que se montan para influir positivamente en la población vulnerable. No es suficiente con tomar la actitud de intelectual postpolítico y con una autosuficiencia periclita señalar con el dedo lo que la izquierda partidista no hace y lo que la sociedad civil tampoco consigue. Con una actitud decidida para incidir en una población con el tejido social desgarrado, apolítico y apático hemos visto ascender proyectos de escritores que asumen su posición de creadores y de ciudadanos. Podemos contar programas de alfabetización, de promoción de la lectura y gestión cultural. ¿Quién hace esta chamba? En efecto, promotores culturales y gestores, pero también un nutrido grupo de escritores como el notable esfuerzo de la poeta Marina Ruiz, en la Colectiva Editorial Hermanas en la Sombra, que edita libros hechos por las propias mujeres presas en el Cerezo de Atlacholoaya, Morelos. Los procesos de alfabetización, talleres de lectura y escritura bilingüe que realizan compañeros poetas de la Normal Rural de Huajuapan de León en la región Mixteca de Oaxaca, los talleres de lenguas originarias como el tu’un savi (mixteco) que realiza el poeta Kalu Tatyisavi, que se imparten a indígenas de la región que han perdido su lengua materna. El taller de poesía del poeta Max Rojas a jóvenes en situación de riesgo en colonias de Ixtapalapa como Cananea. Asimismo los talleres de edición, traducción, y la recuperación y publicación de poesía y cantos tzotzil y tzeltal bajo el sello Taller de Leñateros de la poeta estadounidense-mexicana Ámbar Past, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Este es el tipo de militancia, de indignación por las condiciones actuales del país que considero más genuinas, las que conllevan organización y cooperación social. Organización horizontal entre creadores y la ciudadanía. De igual forma, diversos poetas se han unido a movimientos en defensa de los derechos humanos, por ejemplo el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Javier Sicilia. Sin lugar a dudas el escritor que mejor encarnó una posición crítica hacia el poder y cercana a los movimientos sociales fue Carlos Montemayor, quien falleció en 2010.

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II

En este contexto, durante los últimos años se ha escrito una poesía de denuncia, de indignación sobresaliente. Sin contar los poemas sobre la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que ha derivado en la aparición de varias antologías con este tema, que si bien es un esfuerzo plausible, hay que señalar que los resultados han sido muy desiguales. En realidad los poemas con mayor reposo y que no tienen que ver directamente con los 43 son los que, desde mi punto de vista, han podido reflejar la indignación social y política. En un rápido repaso puedo resaltar libros como Altos Hornos (2006), de la poeta Dana Gelinas (Monclova, Coahuila, 1962), uno de los primeros poemarios, si no el primero, sobre el desgarramiento neoliberal durante el salinato, se trata de una serie de poemas sobre la vida alrededor de la mayor siderúrgica del país, localizada en Monclova; la corrupción, el saqueo, la crisis y la quiebra a la que fue sometida por el gobierno federal hasta su privatización vistas desde una mirada que vivió en primera fila el cataclismo que significó para trabajadores y sociedad local. Otro volumen a destacar es As If the Empty Chair. Poems for the disappeared (2010) de la poeta estadounidense-mexicana Margaret Randall (1936), que fue publicado en México en 2012 por La Cabra Ediciones con el título Como si la silla vacía. Poemas para los desparecidos, y que de forma rotunda aborda el tema del terrorismo de Estado patente en los desaparecidos forzados en México y el resto de América Latina, a partir de los años 70. También en el año 2010, la poeta María Rivera (1971) comienza la difusión de su poema “Los Muertos”, que fue muy divulgado en periódicos, internet y marchas, y que captó de forma certera el coraje, la desazón por los desaparecidos, torturados, asesinados mexicanos y centroamericanos de la llamada “Guerra contra el Narco” durante el gobierno de Felipe Calderón. En 2012 se publica Antígona González de la poeta Sara Uribe (1978), libro que con base en técnicas como la apropiación, la reescritura y el collage teje la historia de Antígona González y su hermano desaparecido Tadeo. Un libro estremecedor que sigue el derrotero de la intertextualidad y reescritura que el poeta Jaime Reyes (1947-1999) marcó con su libro La oración del ogro (1984) que de forma meticulosa nos adentra en la atmósfera íntima de campesinos e indígenas desplazados, desaparecidos, torturados y asesinados en el sur del país. Para esto utiliza distintas formas poéticas y géneros como el poema en prosa, verso libre, diálogo, epístolas, crónica y artículos periodísticos.  

Estos cinco ejemplos de poesía de denuncia marcan una pauta en contra de la idea autocolonialista y postideológica de no investigar, montar y ejecutar problemáticas sociales y políticas en la literatura. No hay un neutro o centro liberal, lo que ocurre con cierta narrativa con la temática del narco; en este tipo de poesía los autores al ver que el espacio neutral de la ley o impartición de justicia fue rebasado o es inexistente, se apuran a tomar partido por las víctimas. La neutralidad imparcial no existe en un sistema donde reina la impunidad. Jaime Reyes cuando señala la problemática social de los desplazados, desaparecidos y asesinados indígenas en Chiapas, apunta a un hecho atroz que se repetía cíclicamente por gobiernos locales y ejército, y que políticamente implicaba el incumplimiento del reparto agrario y la discriminación, esto apenas trascendía en los periódicos nacionales. Reyes tocaba este tema porque sabía que representaba algo que sacudía el orden social que maquillaba el gobierno priista del presidente de “los desposeídos”, José López Portillo, y trastocaba el orden de jerarquización de los mexicanos. Años después se descubriría que Jaime Reyes estaba en contacto con el EZLN desde tiempo antes de su aparición pública en enero de 1994.

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III

 

y si estamos sumisos,

vendidos, aherrojados,


si no podemos rebelarnos,

si no podemos pedir nuestro sitio,

nuestra vuelta a la brisa,

si no podemos gritar esto que somos a la cara de todos:


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“burocraticémonos,

bajemos la cabeza,

escupamos la gracia y de por vida,

aceptemos la escupidera, la jerga, el menosprecio,

la orden, humillación

convirtámonos en cómplices,

en detractores,

en perjuros

en falsarios,

acobardémonos,

neguémonos,

digamos que la poesía está de más.

Abigael Bohórquez, Del oficio de poeta.                                    


El creador debe dejar de verse solamente como creador y asumir su rol de ciudadano

Si bien los poetas dan cuenta en su obra, en redes sociales y periódicos el momento desgarrador que vivimos en el país, hay que apuntar que nos hemos quedado cortos; hay un campo de acción del creador con la sociedad que hemos explorado muy poco. Asumir nuestro oficio como parte de la sociedad y no como algo para iniciados es tarea eminentemente nuestra, y hace mucho tiempo que esta labor se ha obviado. Hay ejemplos notables de las posibilidades de los escritores interviniendo tanto en la autogestión como con apoyo de dependencias e iniciativa privada a grupos vulnerables, a esa base que conforma nuestra población olvidada: talleres de alfabetización, de tradición oral, de lenguas originarias, de lengua castellana, de lectura, de literatura. Y desde luego nuestra partición política en organización de grupos en universidades, en publicaciones periódicas, en proyectos editoriales, que hagan trascender las demandas de manera organizada y amplia. El creador debe dejar de verse solamente como creador y asumir su rol de ciudadano y transitar junto al resto de la sociedad que carece de lo elemental en el contrato social.

Los escritores se encuentran escindidos por un sistema que les ofrece la posibilidad de estímulos a la creación, del mecenazgo, que muchos asumen como una meta y no un medio, y al mismo tiempo ese sistema no les ofrece nada a las víctimas del cruento momento histórico que vive nuestro país. Cuando señalo que los creadores deben politizar el sentido económico que, de facto, tienen las becas y apoyos, por lo que ya hemos argumentado que otorgan una posición de becario, de consumidor puro, además que es excluyente al facilitar un estatus sobre el resto de los escritores que no son del FONCA, quiero que se entienda que el creador debe asumir que este asistencialismo es sólo eso, no un seguro de desempleo, no un modus vivendi, es sólo un apoyo económico para facilitar la creación individual o de grupo y para hacer viables proyectos culturales que tienen un destinatario que es la sociedad civil, a ellos tenemos que llegar.

No todos los escritores beneficiarios realizan su retribución social con las actividades antes señaladas, la mayoría prefiere hacer donación de libros o ser jurados de premios nacionales.
Como gremio no podemos anquilosarnos, aburguesarnos con este asistencialismo que, como hemos visto, al paso del tiempo empodera a una élite (dividida en varios frentes) que otorga y recibe los beneficios. Creo que dos formas de crear un desajuste con este sistema, que invariablemente nos divide en guerras intestinas por los recursos, es, primero, acompañar a la sociedad civil en sus demandas a todos los niveles de gobierno por la violencia, la corrupción, la crisis de derechos humanos, la impunidad, en las calles, con pancartas, lecturas, libros, revistas que acometan el tema. Así como crear redes con ONGs, asociaciones civiles, municipios autónomos, etcétera, para cubrir necesidades en cuanto a bibliotecas, talleres de alfabetización, de lenguas, de lectura, de tradición oral, de literatura. Incluso dentro de FONCA, el Programa de Retribución Social y el Programa Creadores en los Estados, que llevan creadores beneficiarios con los distintos apoyos al interior del país para realizar talleres, conferencias y presentaciones artísticas con una estructura más dedicada a cumplir las necesidades artísticas de la sociedad y no sólo el ahorro económico y llenado de estadísticas de las dependencias estatales podría ser un puntual punto de partida para crear un impacto en todo el país. Cabe señalar que no todos los escritores beneficiarios realizan su retribución social con las actividades antes señaladas, la mayoría prefiere hacer donación de libros o ser jurados de premios nacionales.

La segunda manera de crear un desajuste tiene que ver directamente con el asistencialismo, si las disputas encarnizadas se dan en el gremio por las becas y apoyos que nos darán una vida honrosa, hay que tomar al toro por los cuernos y darse cuenta que la batalla real es una que no hemos querido dar con los distintos niveles de gobierno. Se trata de la lucha por una seguridad social universal para los creadores de arte y gestores culturales, hablamos de asistencia médica, créditos de vivienda, cobertura en discapacidades, maternidad, desempleo, vejez y muerte. En esto hay avances, pero que los mismos creadores ignoran, como la que encabeza el coordinador del Grupo Parlamentario de Movimiento Ciudadano en la ALDF, Armando López Campa, quien busca que en la nueva Constitución de la Ciudad de México se garantice el acceso de los artistas a la seguridad social. Y desde luego está el proyecto de Ley que contempla la creación de un fideicomiso que administrará el fondo de apoyo para el acceso de artistas, creadores y gestores culturales a la seguridad social, propuesta por la actriz y senadora perredista María Rojo en 2011. La ley se aprobó en la Cámara de senadores el 24 de noviembre de 2011. Se tenía pensando que para comienzos del 2013 ya estuviera listo el fideicomiso que daría operatividad, pero hasta el momento esta ley se encuentra en pausa. Este es el tipo de luchas que todo el gremio artístico, sin divisiones de estéticas, debería enfrentar aguerridamente. Por lo visto este es uno de los desajustes que al sistema le duele que encabecemos, pero hemos optado por anquilosarnos en las becas y en los premios e ignorar nuestra condición de ciudadanos y luchar por los derechos que como clase trabajadora nos han sido negados. Qué contradicción tan grande no luchar siquiera por nuestros derechos, por nuestro oficio. Los estímulos a la creación han prolongado nuestra dependencia, nos han proporcionado un estatus que nos aleja del resto de la clase trabajadora, nos sentimos extraños a lado del obrero o el comerciante porque los concebimos como un eterno menor de edad que está en la última fila de nuestros posibles lectores; acaso un resabio espectral del escritor en su torre de marfil recorre el gremio. En este contexto hay que aceptar que hemos pecado de indolentes en las reivindicaciones laborales de sindicatos y organizaciones obreras disidentes que han sido paulatinamente desmembrados como el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y en el actual conflicto por la Reforma Educativa, que en realidad es una reforma laboral para los educadores. Y hemos sido indolentes porque hemos dejado que sus reivindicaciones laborales se queden como demandas aisladas, de gremios puntuales que nada tienen que ver con nosotros, cuando, de hecho, sus demandas pudieron ser enriquecidas con las nuestras ya que compartimos la orfandad en la asistencia social, hemos perdido la oportunidad de convertir sus reivindicaciones particulares en reivindicaciones con una dimensión universal que incluya distintos extractos activos de la sociedad como el artístico.

El escritor mexicano tiene que adaptarse a un nuevo contexto de una sociedad violentada, reprimida, aislada y ensimismada por un gobierno corrompido y aliado al crimen organizado. No comprender que los estímulos a la creación existen por esa sociedad y que ellos deben ser nuestro público es abandonarlos. No luchar a su lado en las calles, con la consigna, con la prosa, con talleres y otras dinámicas de integración es abandonarlos. El espacio neutral de la ley o impartición de justicia no existe en un sistema donde reina la impunidad. Al abandonarlos nos vamos quedando solos también nosotros. Nuestras acaloradas peroratas en redes sociales, diarios, en entrevistas, en libros serán meramente una dolencia hipócrita.

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