Flores sobre las piedras: sobre símbolos y fierros, cuerpos y consignas
Escribo este texto tratando de volcar en él toda la sensatez que puedo. He ido de un lado a otro con mis sentimientos encontrados y esto que aquí palabro es lo que me ha aflorado en esta situación espinosa. Creo que para seguir conversando es indispensable mostrar la voluntad de escuchar a los otros para después, y sólo después, hablar. Me parece que falta mucho por ver y por escuchar, quizá tanto como hay por decir. Digo que las piedras y las flores pueden convivir…
I.
La Comisión de Mantenimiento del Antimonumento +43 emitió un comunicado después de lo sucedido en la marcha del 24 de abril contra las violencias machistas: la intervención ante el antimonumento. Me parece que tal texto guarda el peligro de la homogeneización, al decir que su lucha es “de todos y de todas” y al hacer un llamado a mantener la unidad. Si bien estoy de acuerdo con que divide y vencerás es una estrategia recurrente para disolver las luchas, no sólo la fragmentación es una forma de operar del poder. La unificación hace lo suyo, por ejemplo, en el uso de símbolos patrios que pretenden legitimar a un estado-nación y en tiempos de guerra confrontar a los otros (“mexicanos en tiempos de guerra”).
Tampoco me parece que se trate de jerarquizar y decir que la primavera violeta nos atraviesa a todos mientras que Ayotzinapa es una cuestión necesaria de solidaridad con otros. Ayotzinapa es la punta de un iceberg de desaparición forzada que en efecto nos atañe a todos en México, donde compartimos como lazo de semejanza que a todos nos puede pasar. Sin embargo, ninguna lucha es de todas por más que sus motivos nos atraviesen a todas. No existe conciencia de clase, ni de género, ni de vulnerabilidad, ni de nada, que nos obligue a unificarnos en una gran lucha (¿nos acordamos de los impositores de la bandera del comunismo?). Por otro lado, es cierto que las violencias estructurales son múltiples y operan en simultáneo, en intersección: por eso haríamos bien en articular luchas, que no unificarlas.
II.
Hay una ironía que carga el nombre del antimonumento: que éste es precisamente un monumento; ha sido monumentalizado. Me parece peligroso acercarnos a la construcción de símbolos a partir de una memoria estática, de piedra o de granito, parte de un paisaje que después de su introducción ya no cambia, como no cambia la ausencia de justicia. Esto sucede con las estatuas de la “familia revolucionaria” unificada y homogeneizada, despojadas de un recuerdo que relumbre en un instante de peligro (Benjamin). Creo que en cierto ánimo preservativo de algunos, esa memoria que no podemos tocar corre el riesgo de perder sentido: de volvernos cómplices en la pasividad. Pero precisamente esa sacralización que el (anti)monumento tiene para muchos hacía previsible que intervenirlo sin consulta se interpretara como una ofensa de gravedad.
Ahora bien, no sólo se intentaba tocar algo sacralizado, sino algo tremendamente delicado, que puede mover otra clase de fibras. ¿Cómo se sienten los familiares de Ayotzinapa ante una intervención? ¿Alguien decidió preguntarles? Y, con todo y todo, me parece que muchas feministas que estuvieron ahí no rechazarían la propuesta de Alfredo López Casanova de darle un abrazo a los familiares de los 43. Que muchas buscarían cobijarse con ellas, con ellos.
En todo caso, no debemos perder de vista que el antimonumento no es sólo un 43. Es un +43, y ese + está ahí para decir que no sólo son cuarenta y tres desaparecidos sino muchos más. Cuántas familias se habrán sentido al menos un poco abrazadas por ese pedazo de fierro y su milpa que irrumpen el espacio común en un país donde lo común nos es arrebatado. Hay quien acude a este pedazo de fierro para darle mantenimiento que es actualización: planta flores a sus lados, flores que se llaman nomeolvides. Al menos ahora, justo ahora, ese +43 en medio de la calle no es sólo una mole carente de sentido, como sí parece serlo el memorial de calderón a las víctimas de su propia guerra.
III.
Sin embargo, y esto es crucial, en esta ocasión el monumento no se intervino como se ha dicho. De acuerdo con lo que algunas relatan, una compañera intentaba pintar en él un “Vivas nos queremos”, pero fue interrumpida por un hombre que le gritó “por eso no las respetan”. Ante lo anterior, otra asistente hizo una pinta en el suelo delante del monumento, pero no encima de él. Esta pinta adquiere un sentido radicalmente distinto cuando la leemos completa y no sólo como ha sido difundida: no sólo “Nosotras no somos Ayotzinapa” (o inclusive “Nosotros no somos Ayotzinapa”), sino “NosotrAs no somos Ayotzinapa para ustedes sólo somos un número. Ni una menos.” Una lectura: “Ayotzinapa no es un número: nosotras para ustedes sí”. No se trata del desprestigio de una causa, ni de señalar a Ayotzinapa como una lucha machista. Se trata de mostrar que lo machista es no protestar y no buscar con ese mismo ahínco a las mujeres desaparecidas.
La compañera Quetzalli resume algo que ya se ha dicho alrededor de “nosotras no somos Ayotzinapa”: “no es porque no seamos solidarias, porque no nos duelan, porque no sintamos rabia. Es que nuestras muertes, las de nosotras, parecen no contar, no figurar en la historia, no ser motivo de indignación colectiva.” Es innegable que muchas mujeres arriesgan el cuerpo para las causas generales, pero las causas generales no suelen poner el cuerpo para las causas de género, de las mujeres.
No nos perdamos en la controversia sobre si los hombres debíamos marchar o no el domingo o sobre el papel de los hombres en los feminismos. Es posible hacer nuestra parte contra las violencias machistas incluso cuando se nos pide que no marchemos con ellas, y una de las peculiaridades de los espacios no mixtos es la posibilidad de generar unos espacios sí mixtos distintos. Es notable cómo #MiPrimerAcoso no sólo sacó a flote historias del primer acoso de muchas mujeres, sino también reflexiones y memorias de varios hombres entorno a las primeras veces que acosaron a una mujer o cómo ejercen violencias machistas aunque éstas aparezcan con mayor “sutilidad”.
No perdamos de vista, tampoco, que en esta ocasión las compañeras detuvieron su intervención del monumento cuando hubo reacciones encontradas. Sabemos con certeza que la situación fue muy tensa, y se relata tanto que se agredió al hombre que se interpuso y como que no fue lesionado. Yo no habría pintado un reclamo sobre el monumento por todo aquello que al final sí significa para muchas personas: coincido con que hacer las cosas sin importarnos qué sienten o qué piensan los otros es una forma patriarcal de operar ‒¿y cómo combatir algo reproduciendo su propio método?. Pero las compañeras al final cesaron en la intervención del monumento.
Cuenta cierto relato que el año pasado mujeres de diversos colectivos hicieron un cerco que permitió la instalación del antimonumento. Muchas de ellas quizá reivindican la consiga “mi cuerpo es mío”. Ahora nos preguntamos: ¿mi monumento es mío? ¿Nuestro monumento es nuestro? ¿Quiénes son ese nosotros? ¿Quiénes son ese nosotras? Es cierto que el “ustedes” en la pinta marca un “ellos” con respecto al “nosotras”, pero al menos cabe preguntarnos si esa separación (en apariencia declarada por ellas) no había sido instituida desde antes por un “ellos” , y se perpetúa ahora con el tratamiento que se ha dado al tema.
IV.
Es irónico que la página de Guerrilla Comunicacional reaccione al acto de guerrilla comunicacional llevado a cabo A UN LADO del monumento invitando al troleo masivo, dando información personal de una de las implicadas y responsabilizando a “mujeres como ella, sin conciencia política” de mermas en las luchas de Ayotzinapa y de las mujeres. Asimismo, son inadmisibles las incontables respuestas machistas, como la amenaza a Nayelli que incluía la fotografía del cuerpo de una mujer asesinada en un basurero.
En algunos casos por negligencia y en otros por dolo, la producción de la información se hizo a la Televisa. Se cambió el sentido de la pinta al recortar su consigna, se difundió que el monumento ‒más que el suelo‒ había sido “pintarrajeado” y se utilizaron imágenes de otro evento. No me refiero tanto a las fotos de la jornada de mantenimiento al antimonumento, sino a las fotografías de las pintas realizadas en otra ocasión.
No es sorprendente que con todo lo sucedido ‒difusión de información incorrecta, manipulación de la información, priorización en la agenda, acoso, amenazas…‒ varias compañeras lean en esto que socialmente importa más un monumento que sus propios cuerpos. Tengamos cuidado con la hipocresía: si no minimizamos el daño que se introduciría al rayar un símbolo que para nosotros es más que un pedazo de fierro, no minimicemos las amenazas y el acoso a los cuerpos que son más que pedazos de carne.
V.
Podemos aprender mucho de todo esto. Quizá entre lo más básico está no creernos todo lo que vemos en redes sociales virtuales, como hemos dicho de la televisión. Pero también hay que retomar las otras preguntas clásicas de la economía política de la comunicación: quién dice qué, a quién, para qué, con qué efecto. ¿Quiénes, utilizando fotos de otras pintas, recortando la consigna pintada, se aprovechan de la construcción de este caso como una venganza contra la causa y la memoria de Ayotzinapa? Porque molestarse al leer la publicación, creerla de entrada y compartirla, o incluso compartir las fotos de las otras pintas en reflexiones más digeridas-, es una cosa, pero producir tal discurso con dolo es muy distinto. Retomemos la pregunta por el efecto: recordemos el acoso, las amenazas. Han salido a flote casos de machos que no se habían abanderado con la causa de Ayotzinapa nunca antes, ahora usándola exclusivamente para despreciar la lucha de muchas mujeres.
Dicho lo anterior, no quiero señalar tanto la negligencia que puede introducir compartir fotos viejas a falta de material actual, como a los operadores que aprovechan este conflicto para materializar ahora sí la ficción de separaciones insalvables, aprovechándose del dolor y la rabia de unos y de otros. Miremos encuadres y títulos como el de este video: “Feministas hijas de perra grafitean ¨nosotras no somos Ayotzinapa¨ son unas enfermas”: ese montaje con imágenes de eventos distintos no es una casualidad. No perdamos de vista que la sacralización mediatizada de este monumento se ha utilizado por algunos para invisibilizar todo el machismo que se mueve en este asunto, asunto que desde el principio ha sido mucho más que una discusión.
VI.
Pero la mejor respuesta que encuentro es hacer frente a esto juntas, quienes creamos que es prudente compartir caminos sin jerarquizarlos. Hace falta disponer de toda nuestra sensatez, porque creo que sí, que las flores y la piedra pueden convivir. Es más: digo que las flores pueden crecer sobre la piedra. ¿Qué es lo que sucede si en lugar de monopolizar/invadir los espacios aprendemos a cederlos-compartirlos? ¿Qué pasa si en vez de chingarnos y re-chingarnos acordamos ‒etimológicamente: traemos al corazón‒ esa posibilidad de articularnos?
Dicen que si construimos casas comunes no importa quién pone las primeras piedras. Podemos permitir que en nuestra causa crezcan otras flores, procurarnos primaveras de violeta y de otros colores en un sitio derrumbado. Tal como incontables mujeres han puesto su cuerpo vulnerable para que Ayotzinapa y otras luchas hagan calco sobre ellas, pues “una mujer que se pinta una consigna en el cuerpo desnudo nunca vuelve a ser la misma”. Cuerpos como textos, piedras con las flores: palimpsestos. Textos escritos sobre textos, donde nada está borrado por completo y nunca está todo ya dicho.
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Tiquimtemoah topilhuan; anquinmacah xochimeh: nosotros buscamos a nuestros hijos; ustedes dan flores. Podemos decirlo una vez más: organicemos las rabias para defender las alegrías. No estaremos de acuerdo en todo, pero compartimos algo que ya dice Quetzalli: queremos la vida. ¡Vivas nos queremos!
1 comentario
Muy conciliador tu texto, algo que veo no es muy conocido fuera de ciertos cìrculos feministas, es el contexto de la frase “Nosotras no somos Ayotzinapa” hace màs de un año una chica escribiò lo siguiente que justo hoy republiquè de nuevo acà: http://www.elbarrioantiguo.com/13949-2/