El imprescindible Daniel Sada
Hace unas semanas sería el cumpleaños del escritor Daniel Sada —nacido en Mexicali un 25 de febrero de 1953— a quien la muerte retiró del oficio literario antes de tiempo. Tras una larga enfermedad renal, el narrador y poeta se despidió de este mundo horas después de que la Secretaría de Educación Pública (SEP) anunciara que era uno de los ganadores —junto a José Agustín— del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011.
Daniel Sada fue uno de los escritores más respetados de su generación y la calidad de su obra fue reconocida con premios como el Xavier Villaurrutia en 1992, el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares en 1999, el Premio Herralde de Novela 2008, entre otros. “Dueño de una prosa que lo vuelve el más inconfundible de los narradores de la lengua”, como lo describió el crítico Christopher Domínguez Michael, Daniel Sada desarrolló esa prosa con un ritmo potente — poesía de largo aliento— dotada de una técnica impecable sustentada en el sonido y en los juegos sintácticos dentro del texto. Su mayor logro fue el desarrollo de esta forma de escritura, universo sintáctico personal que dio origen a la creación de un mundo —a la manera de Rulfo— que habitó a lo largo, a lo ancho y a través de una profundidad sórdida y sublime. “No era muy fijado en la construcción anecdótica, preocupación primera entre los guionistas cinematográficos, ni en los personajes y las situaciones; su interés se proyectaba en la capacidad para proyectar un mundo, o lo que a él le gustaba decir, un paisaje interior”, declaró Federico Campbell en un homenaje póstumo que se le rindió en el Palacio de Bellas Artes en 2012.
Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (publicada en 1998) es su obra más grande, un libro emblemático de su estilo y de su tiempo (gran crónica de la violencia en México), verdadero hito que inquietaba al mismísimo Salvador Elizondo (según confiesa el testigo Campbell). Un imperdible de la narrativa contemporánea, a la altura de las grandes novelas de todos los tiempos, y si usted duda de esto basta que eche un ojo en aquellas páginas. Además de esto, una obra ahora ya inconseguible en su formato físico.
Daniel Sada apostó tanto a la literatura que era un hombre que no leía periódicos ni revistas, y que no hacía vida social ni editorial, obsesionado siempre por la idea de que “la concentración en la literatura era lo más parecido a la felicidad”, según afirman sus amigos. Elogiado por Roberto Bolaño, Sada era un contador de anécdotas nato, un inventor más que un artesano, podía decirse que era un científico de la invención, pero creaba principalmente a través del lenguaje, con la conciencia de que cada palabra es una atmósfera, un evento, un personaje. Su ciencia era eso, la construcción de un lenguaje capaz de crear una historia que impele al lector al acompañamiento. Rafael Lemus se refirió a Sada de la siguiente manera: «No es tanto un narrador como una prosa. Llamarlo estilista es denigrarlo. Es uno de los formalistas más extremos del idioma, el más arriesgado de los mexicanos». Arriesgado porque ningún escritor contemporáneo se enamoró —con “doloroso empecinamiento”— de la forma tanto como él, y caer en este delirio es para la narrativa posmoderna un verdadero riesgo en todos sentidos. Barroca y tragicómica, su obra dejó un legado que también fue llevado a las pantallas del cine: sus novelas Una de dos y Luces artificiales se tradujeron al lenguaje cinematográfico por el director Marcel Sisniega.
Daniel Sada se propuso escribir la obra más ambiciosa de su tiempo, pero la vida siempre tiene otros planes reservados para nosotros. Y la muerte condena, principalmente, al olvido. El barroco estilo de Daniel Sada que denunció valerosamente a los actores de la violencia que azota al país terminó rindiéndose al olvido de la mayor parte de los lectores, a quienes no les interesa el peso específico de las palabras, sino el peso insoportable de los actos.