Bruce Springsteen: El populismo y las canciones de nuestras vidas
@victorgzapata
El primer comentario de mi padre después de ver a Bruce Springsteen en el Palacio de los Deportes aquel 10 de diciembre de 2012, fue que “se trata de un cantante cuyo espectáculo está basado no solo en la extraordinaria relación del músico con su público, sino entre el público mismo”.
El 13 y 15 de marzo pasado, tuve la oportunidad de ver al rockero de New Jersey, acompañado por su histórica E Street Band en Oakland y en Los Ángeles, parte del “The River Tour 2016”. La idea de mi papá me resonó todo el tiempo en ambos conciertos. Las presentaciones de Bruce son antes que otra cosa esplendorosos momentos de comunidad que a golpe de rituales de los que todo el universo Springsteen se sienten participes, funden hasta mimetizar las misas góspel con reventones de rock urbano en las periferias americanas.
Me volvió a impresionar. Si bien las expectativas no eran claras por tratarse de una gira homenaje a un disco de hace 36 años que está siendo tocado integro en cada concierto, lo que elimina la tradición springstiana de un repertorio diferente para cada presentación, la Banda de la calle E volvió a encontrar las versiones, los sonidos y los discursos que dieran sentido a todo y nos hicieran sentir como en pequeño club de rock and roll, jugándonos el cuerpo y la identidad en la única oportunidad de redención semanal. Y como si afuera no existiera nada más.
“The River” es un disco doble de 20 canciones que a decir del propio Springsteen fue el disco con el que su música pasó de representar la vida en las periferias de New Jersey a contar los retos, reflexiones, desempleos y escapes de todo aquel con un papel secundario en la dinámica sistémica.
Si Born to run (1975) plasmó el triunfalismo y el idealismo juvenil, y Darknes on the edge of town (1978) se sumió en las tormentas de la realidad adulta en las marginalidades, The River (1980) reúne las historias en que esos adultos intentan sobrevivir en la cotidianidad. Es el álbum que encaminó la tradición Brucera de darle un sonido épico a la vida de los perdedores habituales, los héroes de nada que a la vez lo son del diario. Todos aquellos que tienen que aceptar la inevitabilidad de la subsistencia diaria y el desencanto latente. The ties that bind, primera canción del disco, lo pone claro desde el principio.
“Te han lastimado y ya no puedes llorar más/ Te abres paso a empujones por la calle/ Empacaste tus maletas y quieres irte solo/ No quieres nada, no necesitas a nadie a tu lado/ Caminas rudo, muchacho, pero caminas a ciegas/ Hacia los lazos que atan/No puedes romper los lazos que atan”.
Y, Point blank, que abre el segundo disco, lo pone aún más crudo:
“Creciste donde las chicas jóvenes que crecen rápido/ Tomaste lo que te dieron y dejaste atrás lo que se te pidió/ tu no tienes que vivir esa vida/ yo Iba a ser tu Romeo que ibas a ser mi Julieta/ Pero en estos días no hay que esperar más que el cheque de asistencia social/ y todas las cosas bonitas que nunca se puede nunca tener.”
Si en estos tiempos hablamos, bien y mal, de populismo, las historias de Springsteen debieran ser de manual. En el de New Jersey no hay elegancia ni sofisticación, no hay estilo ni apariencia “cool”. Si bien el disco muestra las caras más crudas de la lucha de clases en las entrañas del imperio:
“Conseguí un empleo en la construcción para la Compañía Johnstown/ pero últimamente no hay mucho trabajo por la caída de la economía/ Ahora todas las cosas que parecían tan importantes se desvanecieron en el aire/ Yo me comporto como si no me acordara y Mary actúa como si no le importara.” (The river),
Pero lo cierto es que en su relato no hay panfletos ni metáforas de geometría política. Lo que hay es la capacidad de adentrarse y generar empatía con la realidad de las clases populares y las vuelve capaces de impactar en la subjetividad de todo el que escucha. Las vuelve universales.
Si una canción del repertorio perdido de Bruce debió haber entrado a “The River”, es The wish, dedicada a la esplendorosa sonrisa de su madre que, lidiando con los ojos de muerte del esposo explotado y cargando con su empleo diario, logró empeñar unas joyas para comprarle al hijo su primera guitarra, la que a decir de Bruce, provocó que, por fin, pudiera verse al espejo. En cambio, resaltando el carácter sombrío del disco, si entró “Independence day” sobre cuando un hijo se despide del padre: en medio de una tormentosa relación atribuida a un plural que seguramente son los fantasmas de la alienación y la imposibilidad de una vida feliz:
“Ya no se que pasa siempre con nosotros/ escogemos las palabras y ponemos los limites/ ya no hay manera de que en esta casa estemos los dos/ creo que los dos somos del mismo tipo”.
Con esas cargas y diálogos internos, la puesta en escena de The River provoca que el espectador experimente tantas sensaciones como requiere la vitalidad. Hace poco Sergio Zurita tuiteo:: “Springsteen pulveriza el corazón y lo reconstruye en una pieza de 3 minutos de rock and roll”. Aunque el concierto dura 3 horas y media la frase no es menos cierta: Vertiginosamente vamos del folk al rockabilly, del escalofrío a la euforia, y de los nudos en la garganta a la diversión plena, gracias a la entrega del frontman, a su incomparable creencia en lo que canta, pero también gracias a sus capacidades histriónicas y al abrazo de la banda que tras 40 años de tocar juntos representa ya un ideal de camaradería.
Daniel F, legendario rockero peruano describió a The River como “el monumento más grande que alguien le ha escrito al rock and roll” , mientras que The Gaslight Anthem compuso “Meet me by the rivers´ edge” abigarrando simbología brucera, dándole al rio ese papel purificador de la vida proletaria en los suburbios estadounidense. Así, de la celebración grandilocuente a la salvación, podríamos definir todo el repertorio del Boss, nunca más nítido como en el disco en cuestión.
La transversalidad generacional de Bruce Springsteen provoca que en sus conciertos se vean ya tres generaciones acompañándose unas a otras. Me llaman la atención los niños y adolescentes cantando con fuerza la mayoría de las canciones que seguramente no escucharon en la radio sino en los reproductores de sus padres. Creo que están escuchando algo más importante que lo le gustaba a sus mayores y marcó su infancia. Si hay una manera de explicar el ambiente épico que se crea en los conciertos de Springsteen es porque el repertorio no es más pero tampoco menos que la recopilación de las canciones que describen nuestras vidas, las hacen ver trascendentales y hacen pensar que sobre los hombros cargamos la esencia de la comunidad y la posibilidad de encontrar “Las llaves del universo”. Me volvió a impresionar.