El día siguiente al asesinato del periodismo
“El tiempo tiene miedo
el miedo tiene tiempo”.
Alejandra Pizarnik
Ayer mataron a otrx periodista de Veracruz.
El día siguiente de la política oficial es una conferencia de prensa en que el gobernador mascará palabras podridas, parado sobre un pedestal de huesos. Apelará a hechos aislados, crímenes pasionales, “andaba en malos pasos” o noventa y nueve cosas buenas contra una mala. Sus periódicos a sueldo confeccionarán fábulas y trascendidos, que impresos en manadas de negritas aduladoras, repicarán como un manantial de centavos al leerse de corrido.
El día siguiente de los periodistas asesinados es un sol que les acaricia sin respuesta y en descampado. Voces que se quiebran, huecos en el estómago de familiares, colegas, amigos e hijos. Mientras la espina del dolor echa raíz en sus afectos, el paisaje mediático local será tan reluciente como la plaza de Tlatelolco el 3 de octubre: la huella del crimen, una pregnancia sofocante.
El día siguiente para quienes leemos la noticia significa morir un poco y a ratitos. Tensión en los hombros –¡carajo, todo se está cayendo a pedazos!- y hundimientos súbitos en tristezas sedimentadas. Miedo. Angustia por la familia. Imaginar una noche irrumpida por encapuchados que te levantan, sin poder distinguir -aún siendo tu proyección- si lo ordenó el narcotráfico o el gobierno. Y es que se confunden desde hace tiempo.
No hago periodismo de alto riesgo, pueden decir, y en consecuencia no debo darme una importancia inmerecida. Responderé que la mayoría de lxs periodistas que han sido asesinados tampoco lo hacían. Hoy le puede pasar a cualquiera.
II
El último informe de Freedom House sobre libertad de prensa establece que la mayoría de los asesinatos o agresiones hacia periodistas o trabajadores de los medios de comunicación en México fueron perpetrados en función del descubrimiento de los nexos entre oficiales del gobierno y el crimen organizado. En el caso de Veracruz, es un sitio más peligroso para periodistas que países con guerras civiles como Ucrania, lugares con presencia de organizaciones terroristas como el Estado Islámico o Boko Haram e incluso por encima de naciones en conflicto como Irak, Afganistán y Nigeria.
Sin duda un incentivo para los ataques contra periodistas es la impunidad. De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) el 89% de los delitos perpetrados contra el gremio siguen impunes hasta la fecha. ¿Pasará así con el caso de Anabel, con Rubén, con Goyo, con tantxs?
Este México se ofrece como una cartografía violenta y enmarañada. Obliga a arriesgar tesis de fondo. Nuestros grandes males -aparentemente superados por la época- como el racismo, la esclavitud, el machismo aniquilador y el asesinato como forma de hacer política, nunca se han vencido del todo y más bien han terminado fragmentándose. Un país tan diverso es asincrónico y saluda el amanecer del siglo XXI no como superación de estas calamidades, sino en la colección de todas ellas bajo formas de control y represión que históricamente conocemos y que creímos zanjadas: en Veracruz se asesinan periodistas opositores como en el porfiriato, se matan y desaparecen estudiantes en Guerrero como en los setentas, se esclavizan niños en cafetales chiapanecos como en los orígenes de la colonia y se trafican órganos con la más alta tecnología en la frontera. Este México es el microcosmos de la necropolítica global.
III
Por encima de este dolor sin paredes sostengo dos conclusiones. La primera es que de la misma forma en que se fragmentaron las opresiones, hay que tejer resistencias híbridas para combatirlas. El periodismo actual en México necesita incorporarse a las nuevas tecnologías de la información tanto como estar agremiado. No se puede combatir la aniquilación de periodistas de forma testimonial y memorial con estos niveles de impunidad, sino que ha de ser con una determinación y unión a la altura de las agresiones que se están recibiendo. Esto conduce a la segunda afirmación: en este México, la generosidad suprema para los que vienen está en sobrevivir. Hay que arrastrar nuestras palabras y nuestras prácticas a la zona de la vida en cada elección, incluída la de organizarnos.
A la memoria de Anabel Flores