Susana y los viejos: La mujer como objeto en el arte
Reflexiones sobre la historia del desnudo femenino
Observar estas magníficas obras de la historia del arte significa no solo contemplarlas, sino profundizar en sus efectos y entender sus causas. Desde mi perspectiva, al revisar la historia del desnudo en la pintura queda claro que la cosificación del cuerpo femenino hoy en día es un fenómeno global pero con claros orígenes occidentales, cuyas representaciones eróticas se sostienen en un aislamiento sistemático de la mujer [a diferencia de, por ejemplo, el arte oriental o incluso el precolombino que abordan el erotismo casi de manera formativa, describiendo con notoria claridad una extensa variedad de posiciones sexuales en pareja]. Basta revisar someramente la tradición judeo-cristiana que con dos relatos, La expulsión del paraíso y Susana y los viejos, nos revela toda su carga misógina y heteronormativa. Susana es una de las mujeres que cargan con el peso del pecado original, sentenciada por su propio Dios a terribles tormentos durante el parto y a la sumisión ante su marido pero que también debe lidiar con la lascivia de los viejos jueces que intentan ultrajarla y que al no poder hacerlo inventan que ha cometido adulterio, condenándole al linchamiento público.
Sin embargo, la historia de Susana no trata sobre la relación de poder entre lo masculino y lo femenino, sino que es ante todo de carácter jurídico. Por el origen de la leyenda, no sorprende que Susana sea incapaz de defenderse y que dependa de la figura protagónica de la historia, que es obviamente un hombre (representación de la deidad a la que Susana pide clemencia desesperada antes de su fatal destino), pero indigna que el problema ético haga referencia a que el cuerpo desnudo de Susana le pertenece a su esposo y que la moraleja final no tenga que ver necesariamente con el acoso por parte de los ancianos, sino con la elegante forma de resolver el problema por parte del iluminado Daniel llevándolos a interrogatorio por separado. Aún así, con todo y el “final feliz” (la muerte de los ancianos que habían caído en varias contradicciones), en la historia hay una realidad paralela sumamente perversa que desnuda a la sociedad que padecemos históricamente, erigida en la violenta mente patriarcal; ¡Susana habría sido apedreada públicamente si en realidad hubiera cometido adulterio o si en las declaraciones de los ancianos jueces no se hubieran encontrado inconsistencias!
Lo cierto es que nada como el cuerpo de la mujer ha sido expuesto a escrutinio público, las grandes obras pictóricas que desde los griegos hasta los contemporáneos y las millones de imágenes que inundan los medios masivos de información de la actualidad, han construido las idealizadas representaciones que siguen dominando la interpretación de lo femenino en el imaginario colectivo. En este sentido, llama la atención que Susana y los viejos haya sido uno de los temas preferidos de los pintores clásicos-premodernos y que además la representación elegida de la historia sea justo el encuentro de los ancianos con una Susana desnuda, distraída, temerosa y débil, presa fácil que parece avergonzarse de su propio cuerpo.
Se entiende que el momento elegido está referido a nuestra propia experiencia como espectadores, es como sí el que mira las obras de Rubens, Rembrandt o Artemisia Gentileschi, formara parte del acoso y preparara junto a los viejos el ataque. De hecho muy pocas obras (en términos proporcionales) abordan la figura femenina desde otro ángulo que no tenga que ver con las manifestaciones eróticas del espectador. Parece que cada representación de un desnudo femenino trata de captar no lo que sucede dentro del cuadro, sino lo que pasa fuera de él. A los pintores, aún a los más grandes, les interesa el momento en que el cuerpo femenino despierta las pasiones, pero parece importarles poco si el efecto de esas pasiones es tan dramático como la lapidación.
Podríamos hablar de los desnudos de Gustave Courbet, Botticelli, Velázquez, Igres, Schiele o Picasso y encontraríamos siempre la misma relación de “entregar” el desnudo al espectador. Por supuesto no toda tradición de la pintura es así, hay cuadros que logran captar una intimidad poética en la mujer pero son los menos y los nuevos discursos vinieron obviamente con las ideologías contrahegemónicas pero muy pocas con la grandeza de los grandes pintores antes mencionados; incluso el genio de un pintor como Gustav Klimt, que es capaz de sostener el erotismo sustituyendo el desnudo por un discurso pictórico que actúa de manera simbólica y no explícita en la mente del espectador, pertenece al mismo relato histórico porque aun cuando busca retratar a las femme fatale, las aísla y las representa siempre desde la mirada de lo masculino.
Cabe preguntarnos cómo esta historia en la representación de la figura femenina afecta actualmente nuestra relación con el cuerpo de la mujer, en términos socio-culturales. Es claro para los que miran con detenimiento que dicha relación se mueve en relatos distintos de suma hipocresía. Hoy, por ejemplo, se puede destituir a una reina de belleza si se descubre que ha sido fotografiada desnuda en el pasado sin importar que el propio concurso sea un acto de cosificación indignante, que capitaliza una construcción falsa y hasta peligrosa de la figura femenina (hay una clara correlación en los desórdenes alimenticios y dichas imposiciones culturales); nos escandalizamos de las escenas eróticas de “Love”, como si dichas imágenes fabricadas por Gaspar Noé se acercarán solo un poco a la pornografía de fácil acceso en internet; o viajamos en sistemas de transporte que apelan a la paliativa segregación para frenar el acoso permanente en el espacio público al mismo tiempo que de las pantallas del metrobús emanan vídeos musicales que indignarían a cualquier persona formada en las ideologías antipatriarcales.
Por supuesto falta exploración, el mundo del arte es de esos que se renueva y expande, por lo que resulta prácticamente imposible revisarlo en su totalidad. Pero pienso que estamos ante dos problemas; el primero es no reconocer que la construcción social de lo femenino y su reducción como objeto de placer de lo masculino se ha definido históricamente también desde lo que más valoramos [incluso desde las obras más hermosas de los mejores pintores de la historia]; y el segundo es no aspirar a la belleza suprema de aquellas pinturas para insertar los relatos actuales que rescatan la feminidad. Es cierto que obras colosales como las de Paula Rego, señalan los conflictos de género de la época, que los desnudos inigualables de Lucien Freud captan una visión certera de la intimidad o que quizá las niñas de Guillemo Lorca están resolviendo sus pesadillas, pero hasta el momento nadie ha plasmado con la maestría de los Rembrandt o los Schiele a las mujeres empoderadas que constituyen nuestra esperanza futura.