Los Hooligans en el Levante

El distinguido corresponsal en Medio Oriente Robert Fisk, publicó a principios de la semana un artículo en el periódico británico The Independent donde acertadamente denuncia el silencio de occidente frente a la destrucción del patrimonio cultural saudí y en todo el mundo islámico patrocinado por el régimen wahhabí. Desde Bosnia hasta Mecca, pasando por el Cabo (Sudáfrica) donde los bellos rituales asociados al desarrollo del Islam en esa región, como las danzas de sable o la veneración de tumbas sagradas y keramat han sido tachados de superstición, las aplanadoras alimentadas por los capitales del petróleo han arrasado con el patrimonio arquitectónico otomano, greco-romano, e incluso de los tiempos del profeta Mahoma.

Fisk arguye que ésta interpretación fundamentalista es la responsable de la devastación en Siria e Irak a manos de ISIS, que tanta indignación ha causado en todo el mundo y bien hace en llamar vandalismo.

Sin embargo, existe otro elemento a considerar para entender la compleja y cruel guerra en aquella región y los alcances de la cultura occidental en ella. Cifras publicadas (2015) por el Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización y la Violencia Política (ICSR) sugieren que al menos una quinta parte de los combatientes de ISIS provienen de países occidentales y unos 4,000 vienen de Europa; siendo Alemania (500-600), Bélgica (440), Francia (1,200) y el Reino Unido (500-600) los principales expulsores dejihadis.

Ante este panorama es pertinente pensar no solamente en el silencio hipócrita de occidente frente a la tiranía Saudí, sino a su responsabilidad en la generación de condiciones de marginalidad y desigualdad entre su población. Cuando vemos el arco triunfal de Palmyra caer con impotencia o la pulverización de los Lammasu en el museo de Mosul con rabia, esto no dista mucho del hooliganismopracticado en Piazza di Spagna a principios de año o en cualquier copa de fútbol en sus respectivas emisiones.

El hooligan que habita entre nosotros, escasamente se relaciona con el concepto acuñado en la época victoriana, y se ubica más dentro de lo límites establecidos por la figura que surge a partir de los años 60. Es entonces cuando este tipo de “comportamientos sub-culturales transgresores… (que) coquetean con el espectáculo de la violencia para atraer y entretener a audiencias predominantemente masculinas” (Poulton, 2013), comienzan adquirir mayor notoriedad con el auge del deporte de masas y la proliferación de la televisión. Para los años 80, la violencia irracional y vandálica generada entorno al fútbol en Europa y sobretodo en Inglaterra había alcanzado niveles de escándalo al mismo tiempo que las políticas neoliberales de Margaret Thatcher pulverizaban a las clases trabajadores y sus estructuras de organización y comunidad. Éstas prácticas vandálicas asociadas a rituales de masculinidad y nacionalismo (King, 1997) -y en muchos casos hasta de supremacía racial-, han sido reproducidas con tal frecuencia al grado de que podemos afirmar que ha permeado en el umbral más maltratado de las sociedades europeas, desde hijos de inmigrantes hasta minorías étnicas.

La guerra contra ISIS es también una guerra contra la intolerancia y la indiferencia de occidente, que por décadas ha encabezado una purga de sus sociedades y que ha llegado a suprimir el futuro de una parte considerable de la población con el fin de convertirlos en mano de obra barata y consumidores de la basura que ellos mismos producen. Cuando el horizonte de expectativas se cancela, como lo han hecho las políticas neoliberales en Europa, se genera un vacío que ha sido aprovechado inteligentemente por las extremas derechas, desde Francia hasta Hungría y que tiene su par en los grupos extremistas como ISIS que han acogido a muchos hombres que tal vez sin quererlo, han tenido en la televisión y éste ambiente degradado un tambor de guerra que tristemente los ha llevado a una cruzada contra nosotros mismos.

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