Aunque vuelva a salir rana (notas sobre la independencia de Cataluña)
En el Estado Español, por primera vez desde que en 1978 un referéndum refrendara la prolongación del franquismo a través de una Constitución pactada con el aliento de los militares en la nuca y la flamante rúbrica del heredero a dedo (”He llegado a un país, donde hay un rey, ¿un trey a estas alturas? ¡No puede ser!”, que cantaba la inolvidable Amparo Ochoa), se está poniendo sobre el tablero político una verdadera apuesta para la trasformación radical y democrática del estatus quo.
Contra lo que pudiera parecer, no se trata del experimento de Podemos, operado en las probetas de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y de cada vez más parecido a este PSOE que en algún momento de su historia reciente extravió la S (de socialista) y la O (de obrero) de su acrónimo, o a la Syriza de la cual huyó o fue huido Varoufakis, en el amanecer de la noche europea más eufórica y frustrante de las últimas décadas; sino del proceso, en cierto sentido ya irreversible, a través del cual al menos una parte de los llamados Países Catalanes (integrados por Cataluña, País Valenciano e Islas Baleares) está más que presta y dispuesta a ejercer su derecho a la autodeterminación e independizarse formalmente –ya lo está de facto en términos anímicos– del Estado Español como hace poco más de doscientos años hicieran México y otros pueblos de América.
Esta es, sin duda, una interpretación de los hechos que no trasciende demasiado, pues a los medios e instituciones, tanto de Cataluña, como del Estado Español y del extranjero, responsables de velar por la hegemonía planetaria del neoliberalismo en su híbrida versión nacionalista (al fin y al cabo, EEUU, Alemania, Francia, etc., incluso México, basan gran parte de la fundamentación de sus políticas estatales de naturaleza neoliberal burguesa en la gestión del sentimiento nacionalista de su ciudadanía, cuidadosamente labrados a través del Espectáculo mediático y esa modalidad de disciplinamiento al que llaman educación) no les conviene en absoluto dar visibilidad a la evidencia de que hoy en día, tal como aprendimos del zapatismo chiapaneco y seguimos aprendiendo a través de experiencias como la de Cherán, en Michoacán, o Kobane, en el kurdistán sirio, los movimientos de autodeterminación que dinamitan las viejas estructuras de Leviatán, constituyen una de las pocas alternativas factibles a la barbarie del totalitarismo neoliberal donde el Estado, lejos de desaparecer –no caigamos en la trampa: solo desaparece en tanto que benefactor y garante de derechos — se convierte en el fiel, feroz y fiero guardián de su amo.
Así, es triste comprobar como, con escasa excepciones, como el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores), el intelectual Ramon Cotarelo y pocas, poquísimas más, la izquierda española (si es que así se la puede seguir llamando vista su actitud respecto al proceso catalán), se muestra incapaz de comprender la oportunidad que representa el actual pulso que una gran mayoría de la gente de Cataluña le está echando al Estado de cara a dinamitar las vigentes estructuras heredadas del franquismo, cuyo origen alcanza a la instauración Borbónica, y cuya viabilidad históricamente descansa en la imposición de una idea trascendente, ultraconservadora, homogénea y absolutamente ficticia de nación — España — y facilitar, al fin, la posibilidad de una verdadera reconfiguración y transformación política de los pueblos de la península ibérica y archipiélagos adyacentes.
Ello, claro, sin negar el hecho, al que tanto la izquierda como la derecha españolas pretenden maliciosa y falazmente reducir todo, de que la burguesía catalana, encarnada por Artur Mas y Convergència, misma que por presión popular, y no por voluntad propia, se ha visto obligada a subirse al tren de la independencia bajo riesgo de desaparecer del mapa, está haciendo todo lo que está en sus manos y capacidades para apropiarse del proceso. En este sentido, su estrategia de desaparecer en una supuesta lista de consenso, “Junt pel sí”, és de una astucia política muy fina, pues es más que probable que, en caso de éxito, les reporte durante un buen tiempo las “llaves del reino”, o más bien, de la “república”, fagocitando a su ingenua y menos veces de lo necesario infiel escudera ERC (Esquerra Republicana de Catalunya).
En definitiva, más allá de las batallitas dialécticas entre las distintas burguesías nacionales, exportadas hasta grados que rozan el ridículo a las principales capitales del Capital; Washington DC, Londres, Berlín, Bruselas o Ginebra, en absurdas discusiones sobre mantener o quitar nacionalidades o sobre si ser aceptados o expulsados de ese rancio club de élite (para unos) y masoquismo (para el resto) que es la Unión Europea, lo que el proceso catalán representa es el el ejemplo de como la gente puede empoderarse, decir “basta” y salir a la calle para reclamar y hacer factible una verdadera transformación de las estructuras, pues: ¿qué mayor posibilidad para la transformación que la demolición de un Estado caduco e inviable y el reto de construir algo nuevo (aunque al final pueda volver a salir rana)?
Oponerse a ello, sea como sea, es una postura conservadora.