La carta de Fabrizio Mejía en la que renuncia a la Asamblea Constituyente
Fabrizio Mejía Madrid renunció a la Asamblea Constituyente de la CDMX. Envío esta carta a Proceso para explicar sus razones:
A veces hay que renunciar para no traicionar. Como lo escribió Henry David Thoreau cuando se negó a pagar el impuesto para financiar la guerra de Estados Unidos contra México en 1848: “Bajo ninguna circunstancia me prestaré a cometer el mal que condeno. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la rectitud”.
Estoy convencido que, aunque sólo votó el 28 por ciento de los electores de la Ciudad de México, la Asamblea Constituyente tenía, de inicio, el objetivo doble de restringir a los poderosos y ampliar los derechos de los ciudadanos. La ciudad es de izquierdas.
Es la del 68, de la insurgencia sindical de los setenta, la de los rescatistas del terremoto de 1985, la que luchó contra el fraude electoral de 1988, la de los zapatistas en 2001, y contra el desafuero a su jefe de gobierno en 2004.
También es la del matrimonio gay, la despenalización de las mujeres que no quieren tener hijos, la del Zócalo encuerado de Spencer Tunick. Pero quienes reformaron la Constitución no quisieron reconocernos: la Asamblea Constituyente sería electa sólo en un 60 por ciento; el resto, designado. Fue así que el PRI, al que sólo le correspondían cinco diputados, llegó a tener 21 por gracia del Presidente de la República y el Congreso de la Unión. Una sobre representación del 162 por ciento.
A pesar de ello, tuve la confianza reservada a los límites de la predicción. Con la presión de los ciudadanos y las mejores mentes del grupo redactor del proyecto y de las izquierdas, podríamos tener un ejercicio intelectual colectivo que nos llevara a pensar en la ciudad del 2070 y no en la del 2018. Me equivoqué.
Los ciudadanos del Defe, que se organizan como sociedad civil sólo en las emergencias, jamás se enteraron de que se estaba redactando una Constitución y, si lo hicieron, no les interesó, frente al día a día del declive del sexenio, los partidos, la corrupción, y los aumentos de precios.
A las afueras del edificio de Xicoténcatl llegaron notablemente dos grupos: Pro-Vida y los que luchan contra las corridas de toros. A las audiencias llegaron pocos. Por Internet, menos. Y, sobre la redacción de una ciudad imaginada, empezó a dominar, como dice Mardonio Carvallo –que pidió licencia indefinida desde los primeros meses– “los manoteos desde las cúpulas”.
Guerra por posiciones hacia la elección del 18 y no de ideas, estos últimos meses del Pleno han sido obstaculizados precisamente por quienes no deberían de estar ahí: los sobre representados, los no electos, los que no piensan y sólo levantan el dedo para que “no se acepte para su discusión”.
Al derecho a que la ciudad evalúe a sus propios maestros, se opuso el secretario de Educación Federal. Ni hablar de que el Defe decida sobre sus escuelas, como el resto de los estados. A la renta básica, todos los que ven en los 500 pesos para los que no tienen trabajo, una ruptura de la posibilidad de seguir comprando votos. Al derecho humano al agua, los privatizadores que ya vieron en la distribución uno más de sus negocios.
Más de un millón y medio de no asalariados se quedaron sin pensiones porque “ese derecho es una ocurrencia”.
La lista de ideas vetadas sin mayor argumentación que el burocrático “es de competencia federal” o “¿cuánto cuesta?”, se ha ido acumulando en artículos que regresan a las comisiones cuando éstas ya los habían dictaminado en sesiones de las que se salía a las seis de la mañana para regresar a las once.
Pero, sobre todo, se me han ido acumulando en la conciencia. No serviré de aval a una Constitución neoliberal. Como escribió Thoreau, “si el poder pretende obligarte a cometer una injusticia, rompe con el poder”. Eso es justo lo que estoy haciendo: no renuncio al Constituyente porque no me importe, sino porque esta ciudad me importa demasiado.