El Atlas y Cocca: ni la derrota ni la nostalgia ni el campeonato son permanentes

No sé cuándo ni cómo, pero quizá mi primer recuerdo fuerte como atlista es uno de vergüenza. Recuerdo estar en la casa de una amistad de la familia, viendo la final de 1999 frente a Toluca, un grupo de futbolistas vestidos de blanco enfrentaban a unos de rojo, la euforia se sentía en esa casa y en las calles, algo improbable estaba a punto de ocurrir, se sentía en los gritos, en los tonos de voz, en las camionetas con banderas. No recuerdo detalles del partido que años más tarde he visto en al menos 50 ocasiones en sus resúmenes gracias a Youtube. Pero sí recuerdo mi reacción al penal fallado por Estrada y festejado por Hernán Cristante. Corrí, me volteé la playera del Atlas y lloré. Tristeza y aunque volteé la playera, en mi absurda defensa, no la quité ni renuncié al equipo, ahí había sido nuestro flechazo, nuestro trágico flechazo para siempre.

La vida para mí es como el Atlas, aunque he leído la historia de mi equipo, mi historia inicia ahí en el 98, y ha habido grandes equipos, ese de Lavolpe nos dio al menos otros dos años de glorias, semifinales, Libertadores y exposiciones futbolísticas de gran nivel, luego algunos destellos con Sergio Bueno, Quirarte, Tomás Boy y el Profe Cruz. Pero de ahí en más, hubo muchas derrotas, hubo muchos partidos a los que salíamos sabiendo de antemano que íbamos a perder, incluso el pensamiento negativo llegaba el día de las finales, ¿cómo nuestro equipo con una curiosa maldición podría pensar ser campeón? y la vida es algo así, pierdes muchas veces, quizá más de las que deberíamos, y digo que pierdes cuando algo no sale como querías en tu vida cotidiana o laboral, incluso hay jornadas diarias que sabes que vas a perder pero estás listo para ello; inteligencia emocional o tolerancia a la frustración le llama la psicología del Instagram, pensamiento atlista los aficionados al club rojinegro.

No fatalizo la vida cuando digo que es mucha derrota ni romantizo perder, pero tomando al Atlas como brújula y a todos los equipos deportivos, desde mi visión, en la vida laboral o cotidiana uno no puede ganar siempre, lo común es que no estés ganando, la victoria es efímera, se acaba en cuánto se festeja, es más común estar en un estado ordinario y no de victoria.

Es por ello, que como atlista las victorias y los dos campeonatos, mejor dicho, el BICAMPEONATO, no es menor. Fue un estadío de victoria nada común y nunca antes vivido, en mi caso, por un equipo de fútbol. Y es ahí cuando llega la nostalgia, esa palabra tan bella que significa pasado, anhelo y que quisiera no existir, porque cuando llega la nostalgia es un sinónimo de que todo lo que anhelamos ya pasó, ya fue, ya murió. La nostalgia llega de inmediato, al segundo después de festejar, cuando Vargas detuvo el penal, fue un segundo que no se repetirá jamás, cuando Furch anotó fuerte, razo y colocado o cuando Quiñones terminó el maradoniano gol. Aunque la foto después de esos momentos en este instante parece inolvidable, ese abrazo, esas lágrimas esos besos de celebración, se acabaron en cuanto nacieron, como todos nosotros, que en cuanto nacemos nos empezamos a morir.

La nostalgia es un sentimiento muy bello, por eso los videos y las fotografías nos hacen llorar de alegría, porque la nostalgia nos mueve, por eso cuando Diego Cocca en una lección más de vida decide no aferrarse a la nostalgia y partir, la nostalgia nos queda a uno; a nosotros, a todos aquellos que anhelamos el festejo, a todos esos que vi llorar, que vi llevar la foto de sus abuelos, que vi no creer lo que veían, que vi recordar su infancia, que vi relatar el día que su papá los llevó al estadio por primera vez, a aquellos que nunca se bajaron del barco, en realidad no conozco a ninguno que lo haya hecho, como en otros equipos, la nostalgia nos movía, la nostalgia por el 98, la nostalgia por el 51, y ahora la nostalgia por el mejor equipo de nuestra historia.

Como Cocca, uno en la vida no puede aferrarse a la nostalgia, aunque de vez en cuando es un signo de vida sentirla, tampoco como el Atlas de la mayoría del tiempo en 70 años, uno no puede aferrarse a la derrota, la victoria llegará y se irá, la nostalgia llegará y se irá, pero uno debe salir a jugar, aunque sepa que la probabilidad de perder es alta, aunque sepa que la alegría del campeonato ya pasó, aunque quizá falte mucho tiempo para volver a ser campeón o la victoria vuelva más pronto de lo que creemos, lo importante es salir a jugar, no quedarse en la banca.  Zaldívar y la jugada de la primera final es una lección grande de eso, parecía que iba a ser él nuestro culpable de no campeonar al fallar una jugada más clara que el sereno pero no, no duró un segundo lamentando la falla, se la sacudió y siguió corriendo, dejando el cuerpo y el físico, levantando la mano para cobrar un penal y colgarse la medalla unos cuantos minutos después, porque la vida tampoco puede ser tan fácil y no debemos darle la espalda a los penales, no podemos huir de ese volado tan dramático. Nada es permanente: ni la derrota, ni el campeonato, ni la nostalgia que hoy siento por la partida de Diego Cocca.

Postdata.

A Cocca: te vas como pocos se van en el futbol, en una lección de no aferrarse a nada, de dejar crecer y de no cargar las maletas, te vas porque nada es para siempre, aunque quisiéramos, llegaste a este equipo que casi decendía, que casi te corre, convertiste a un portero desconocido en una muralla, en el mejor jugador de nuestro historia; a dos centrales sudamericanos inseguros en titanes impasables; a un lateral mexicano regular en figura codiciada por el norte; a un joven Diego Armando en una joya de la cantera, a un canterano veterano en un joven audaz multifuncional de cabello dorado; a un comandante con experiencia en un monarca que conquistó cual reino se le puso enfrente; a un canterano en pilar de templanza y dinamismo como el aire de Chicago; a otro jóven reencarnación de Guardado en un referente indomable que cuando tuvo al rival de la ciudad lo sentenció dos veces; a un veterano emperador en el árbol que da sombra a todo el juego y a un extranjero no deseado en otros equipos en un diamante precioso y ni hablar del aficionado que juega que puso el cuerpo y rompió esa maldición que le había caído encima por fallar en el momento más preciso. Lo que nos diste no tiene adjetivo, el equipo no solo era ordenado, era perfecto, era eso que soñamos, eso que escribíamos que tenía que ser la antítesis de nuestra maldición. Profe Cocca, me diste algo que ningún entrenador de mi equipo me dio; cuando fuimos al tiempo extra con León no sentía ni pensaba ni estaba en mi cerebro la posibilidad de perder, esa certeza de victoria es imposible de sentir en la vida, uno tiene que jugar y cualquier cosa puede pasar, pero para mí siempre va a ser ese sentimiento que le dije a Luis: no estés nervioso, esto está resuelto, vamos a ser campeones y seguro estoy que volveremos a serlo contigo, profe, en la nostalgia y celebrando con nosotros.

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