Los tiempos de Dios
¿Qué más poesía y metáfora que la que el lector siente en la desesperanza, en la dulce incertidumbre de la espera de un primer hijo que está por brotar? Por ejemplo.
L. Carlos Sánchez
Le apuesta a contar la realidad. Desde el archivo más ingobernable que es la memoria.
Se sumerge entonces en los datos verosímiles, lo que ocurre en un país devastado por la violencia y la impunidad. En este país que es México, donde la vida de los ciudadanos le pertenece a un desconocido que a la hora que se le antoje puede disponer de un corazón para hacerlo trisas.
José Luis Valencia es autor de Los tiempos de Dios, Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2020. En este volumen, en sus narraciones en primera persona, en tiempo presente a veces, desde el pasado, también, José Luis nos propone una butaca para descorrer el telón y describirnos escenas y locaciones cotidianas; lo hace desde la empatía, con el filo agudo de la desolación, desde los infortunios en los que habitan (habitamos) los nacidos para perder.
Tiene el acierto de contarnos las cosas que importan, el interés de los lectores que buscamos a través de la lectura el encuentro con lo que somos. José Luis Valencia narra con pulcritud de lenguaje, la inminente faena de comunicar de manera ágil y sencilla, lo menos fácil en el oficio de escribir.
Por eso nos dejamos ir, por eso abrazamos las páginas con el candor de un movimiento que nos incita a continuar sumergidos en la seducción de las palabras, los más directos pronunciamientos, como si escucháramos esas voces a punto de quedarse sin aliento por la anécdota de lo que construyen, allí afuera, en la banqueta como en esos días de hacer la vaquita para completar el próximo refresco y beberlo en colectivo.
Aquí está eso: el discurso de la memoria de lo que somos o fuimos de muchachos, la pasión por el futbol, la indolencia cuando se ha triunfado en la vida y el estatus hacia la victoria te guiña el ojo. La vuelta de tuerca que nos otorga la vida en el momento menos esperado. Como si el karma entrara en desespero y ahorcarnos a la de ya.
Paneamos con la mirada y encontramos con el pensamiento, la desgracia de los desaparecidos de manera violenta, la incertidumbre y el desconsuelo, la indefensión ante un aparato de justicia que es obviamente injusto, el desvalido ser que somos todos como padres o hermanos en el instante menos esperado, de cuando un ser amado no ha vuelto.
Paso a pasito, sin devorarse al dragón, sin las retóricas, ni las metáforas, sin el retruécano ni el oxímoron. Despacio y natural como el agua que nace desde la montaña, así mix, Valencia, edifica la casa de este libro que es su ópera prima en el género –porque ya en la narración le antecede La poeta gorda, novela por demás lúdica, publicada hace algunos años bajo el sello de Rayuela Editorial-.
Porque: ¿Qué más poesía pueda requerir un libro de prosa que esa misma que habita en las calles? En un accidente de tránsito, en el grito de un gol que no se anota, y que en libro quizá no se cuente, pero subyace y eso es agradecible porque la participación del lector también cuenta a la hora de completar el cuento?
¿Qué más poesía y metáfora que la que el lector siente en la desesperanza, en la dulce incertidumbre de la espera de un primer hijo que está por brotar? Por ejemplo.
Las apariciones – desapariciones parecerían ser el hilo conductor de Los tiempos de Dios. Las desapariciones de la ética, el valemadrismo de los otros que solo atinan por apostar a la crueldad. Las apariciones de lo que no se dice, pero el lector intuye. Los mundos soterrados que necesarios son encontrarlos en esta propuesta de José Luis, como para refrendar de qué estamos hechos, en qué país vivimos.