El paisaje más sublime
A Salvador López lo desaparecieron el diecinueve de agosto de 2019
La proclividad al vuelo. Que es búsqueda. Las alas que se tienden una y otra vez mientras un ave oscura asecha. O vigila.
La plástica y su exploración. La diversidad de colores. El cuerpo como la estación de otoño o primavera. El invierno quizá. El cuerpo es el paisaje más sublime de todos. La oración que manifiesta ausencia, desolación, incertidumbre, impotencia.
El cuerpo es el paisaje más sublime de todos es el título de una serie portentosa de obra plástica propuesta por Clotilde López, quien de oficio es bailarina de danza contemporánea, y que ahora urde en la composición del movimiento físico, la expresión más imprevista de quienes atienden su llamado para la construcción de su discurso.
Tiene su origen el deseo de manifestar. El más desgarrador argumento de cuando el ser querido desaparece, a la fuerza, en esta tierra de fosas clandestinas que es Hermosillo, como Clotilde cita en sus publicaciones.
A Salvador López lo desaparecieron el diecinueve de agosto de 2019. El hermano, la misma sangre que irriga ausencia y dolor.
Desde ese día la búsqueda incesante. Porque no se puede vivir si el ser amado no regresa. Entonces el inicio de esa otra búsqueda: las herramientas contra los desasosiegos. Porque el golpe cala hasta lo más profundo de la identidad.
A partir de la ausencia surgen las preguntas: ¿Quién soy, hacia a dónde voy?
Dice Clotilde que crear desde donde aparentemente no hay posibilidad, “Para mí ha sido muy fuerte, desde ese infierno de no encontrar a mi hermano, y mis padres a su hijo”.
Y sucede que a través de la creación se abren las puertas de otro mundo, el pensamiento que se conecta con el cuerpo, y por instantes llega la alegría. Construir para no desfallecer ante la angustia.
Confieso que la primera propuesta plástica que observé, a través de la pantalla porque ahora todo se virtualiza, sentí que las manos de Clotilde me tomaron de los hombros y me sumergieron en la silla. “Siéntate y siente”, escuché la voz del más allá.
Tuve que parar. Observar el cielo y decir muchas veces el nombre de Salvador.
Debe ser porque cada una de las piezas, con sus colores desagarrados, en esas posturas físicas de sus modelos que son bailarines, que son amigos, que son solidarios, la generosidad que se adhiere a la convocatoria, se me convertía en un dardo en medio de la pupila.
Al contemplar supe entonces que el alma existe, que se puede ilustrar con la existencia de las aves. Y no he dejado de sentir desde ese primer encuentro, la punzante idea de los vulnerable que somos, de que ahora nuestras vidas están a expensas del primer intruso cuya vocación es el ejercicio de la crueldad.
La inquietud, la perturbación de la obra de Clotilde, me lleva a preguntarme cómo se construye un trabajo con esas características. Más allá de una explicación que incluso me pudo dar la autora, donde expone que “La premisa es usar una silla y ropa en tonos rojizos, yo les voy diciendo qué movimientos hacer…”, las preguntas permanecen.
“Todo esto se elabora a distancia, a través de una pantalla, sobre las sesiones con los protagonistas de sus obras”. Ya luego vendrá la intervención, sobre la manipulación de las fotografías, el recorte, la libertad de crear.
No obstante, la información que de pronto parecerías aclararme esas dudas, el madrazo ante la contemplación, permanece.
Hay un aura que me asecha constante. El cuervo en su graznido me cuenta que lo que mis ojos miran es un dolor inminente.
Las preguntas permanecen: analogía del pico de ese animal que excava…