Humor sin racismo, sexismo, homofobia o todo tipo de discriminación
Parafraseando a Gérard Jugnot (ganador del Oscar a mejor película extranjera) –Los Coristas (2005)- el humor es como los limpiaparabrisas, nos permite avanzar aunque no detenga la lluvia. Esa es la esencia fundamental del humor, visibilizar, ejemplificar o mostrar a la sociedad, por igual, cuáles son las estructuras de opresión, represión, discriminación, sexismo, racismo, autoritarismo, señalar las deficientes tareas gubernamentales, el abandono de las minorías, incluso, generar una crítica, fundamentada y sustentada, desde la sátira, contra los regímenes autoritarios o dictatoriales -incluyendo a la figura misma del Dictador-. Aunque el humor no tenga la capacidad política, jurídica o económica de desmantelar a las estructuras que atentan contra la dignidad, permiten avanzar, desde la transgresión e información de una manera humorística, esto no quiere decir, que se les deba permitir ser un medio normalizador y catalizador de discursos de odio, disfrazados de comedia.
En ese sentido, el humor en la actualidad es un práctica que necesita reivindicarse, puesto que ha perdido el fin primordial de su tarea entre la sociedad. Hoy día existen distintos actores públicos que por la forma en que conducen su “crítica”, permiten cuestionar si es que el humor se está convirtiendo en un espacio que legitima los discursos de odio, racismo, sexismo, misoginia, discriminación, entre otros, por ello, comenzar a despopularizar, deslegitimar, dichas voces, ¿significa un atentado contra su libertad de expresión?
El humor en todos sus medios: televisión, streaming, cine, mercadotecnia, comedia, desde sus orígenes y hasta la fecha, son los espacios que replican y, permitieron, normalizar en la sociedad “etiquetas”, estereotipos, entre la comunidad, es decir, se tiene la -falsa y equivocada- percepción de que las mujeres sólo sirven para procrear y ser amas de casa, que las personas de tez oscura son quienes deben hacer los trabajos pesados y de explotación, que solamente los caucásicos pueden ser los de clase alta, que los “morenos” o “prietos” tienden a venir de los barrios bajos y son sinónimo de delincuencia, que solo cierto tipo de personas con un características físicas “finas” o de estatus socioeconómico alto pueden entrar a un lugar o no, quien haya tenido acceso a educación pueda tener mejor calidad humana y así podemos seguirnos con un sin fin de estigmas, tristemente, normalizados a niveles intolerables. Donde las condiciones físicas, género u origen son un criterio de contratación laboral, bajo esos mismos criterios se puede establecer a quien se le imparte justicia o no, a quien se le atiende de forma expedita en procesos burocráticos, que arquetipos físicos y sociales deben ocupar cargos “populares”, quien si puede o no hacer un papel para cine o televisión que vaya acorde con los estigmas convencionales e impuestos o simplemente quien es la cara de una campaña de mercadotecnia.
Desde Charles Chaplin con El Gran Dictador (1940) imprime en un monólogo, histórico, una férrea crítica cómica al régimen Nazi; los cuentos con fuerte carga humorística y crítica de las estructuras sociales de Roald Dahl; la filmografía de Quentin Tarantino, específicamente, Bastardos sin gloria (2009) y Django sin cadenas (2012), con un humor negro transgreden el cine cuestionando el antisemitismo, las políticas raciales y la esclavitud sureña antes de la Guerra de Secesión; el referente más actual, se podría mencionar a Spike Lee con Infiltrado en el KKKlan (2018), siempre oportuno en el cine de tragicomedia con argumentos antiraciales. Son algunos ejemplos, que a pesar de que su contenido sigue líneas de estereotipos, se encargan de señalar, visibilizar los problemas sociales producto de un sistema, no de denigrar a la personas mas de lo que ya se hace realmente, creyendo que es algo “normal” porque es parte de la “cultura”.
Por otro lado, hay quienes afirman que se trata de humor negro, pero erran al creer que este tipo de contenido da una mayor libertad de “burla”, porque no es expresión, no obstante, el ilustre caricaturista José Guadalupe Posadas explica que el humor negro, específicamente, aborda la muerte sin distinción alguna y, por supuesto, no pierde su tinte político, bien decía: “La muerte, es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”, haciendo franca burla al concepto tan gastado de democracia.
¿Se les pide que sean políticamente correctos o incorrectos a quienes hacen humor? Tal pregunta, ¿puede suprimir el humor y la comedia, parte identitaria del mexicano?
En ese sentido, pareciera ser, que el poder hablar de forma despectiva de cuestiones tan denigrantes e inaceptables, se trata de un debate público, en el que la comedia ahora lo hace con un lenguaje políticamente correcto, y ese es el gran problema, el racismo, sexismo, misoginia, homofobia, etc, no se debate, no se cuestiona si es correcto o no, si se puede tolerar o no, simplemente se condena.
De igual manera, difícilmente se trata de de una represión de libertad de expresión. En México desde el 2000 al 2020 han asesinado a más de 144 periodistas, en 2014 desaparecieron a 43 normalistas que, como todos los años, irían a ejercer su derecho constitucional a la libertad de expresión el 2 de octubre, misma fecha en la que nuevamente, todo el sistema de seguridad del Estado perpetra “La matanza de Tlatelolco” contra centenas de jóvenes que exigían democracia en 1968, esos casos, si son represión, si son censura y silenciamiento, no la normalización del odio humorístico.
No sé incita a eliminar, desterrar, desmembrar el humor y la comedia, pues son parte fundamental, cultural e identitaria, muy mexicano por cierto, y sirve como una válvula de escape para el estrés colectivo, para el hartazgo social, para la visibilidad y transgresión, no como una arma más en la replicación y normalización de los estereotipos, que derivan en toda discriminación. Es necesario que se revalore su función actual.
Es imperante, no dar cabida al humor racista, sexista, machista, misógino, homofóbico, transfobico, lesfobico, segregacionista, discriminante, entre muchos otras expresión promotoras de estereotipos y de etiquetas.
Las etiquetas solo van en las latas de los productos.