Hacia una comunidad concreta: La toma de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
Por Cintia Martínez y Yankel Peralta
La respuesta colectiva en torno a la actual toma de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se ha concentrado en lo que se percibe como una negativa al diálogo por parte de las Mujeres Organizadas. Dentro de las causas de esta negativa se han contado el “infantilismo”, la falta de madurez política, el exceso de emotividad y rabia de las participantes, factores que se volverían centrales en sus decisiones estratégicas. Este texto intenta ampliar nuestra comprensión como comunidad, porque creemos que las interpretaciones que se han ofrecido no son suficientes para abrir nuevas vías de resolución del conflicto, un conflicto que, conforme pasa el tiempo, se polariza cada vez más, no sólo por parte de las alumnas, sino también por parte de las autoridades. En este sentido, pensamos que no es suficiente un llamado al diálogo sin antes reparar, con mayor sensibilidad, en las condiciones bajo las cuales les pedimos a las alumnas que dialoguen.
“Denunciamos el hostigamiento a través de la permanencia de una camioneta pick up con placas NV0842A el 9 de noviembre en el estacionamiento de la Facultad, esa misma noche sonaron las alarmas de la Samuel Ramos […] al usar el botón de emergencia su respuesta [de auxilio UNAM] fue que no podían asistir […] después exigieron que nos identificáramos, cuando lo hicimos, ignoraron el llamado. […] Durante el fin de semana un grupo de 50 porros rodeó la facultad, se colocaron en puntos estratégicos en grupos de diez y permanecieron ah hasta las 10 pm. Esa misma noche, después de una reunión de vinculación con nuestras compañeras de la Facultad de Ciencias Políticas, un conjunto de aproximadamente diez patrullas de vigilancia UNAM, con las luces apagadas, buscó intimidarnos todo el camino de regreso.” Las anteriores son algunas de las denuncias expresadas el 20 de noviembre del presente año por las Mujeres Organizadas, mismas que no cesaron hasta el final de la semana pasada, pero que se mantuvieron constantes todos los días posteriores a la toma. A esto debemos añadir la frecuencia con la que las alarmas de la biblioteca Samuel Ramos han sido encendidas de madrugada y la presencia a las dos o tres de la mañana de personas que frotaron con metales la entrada de la Facultad.
Percibimos un cambio sustancial en el tono en el que las compañeras expresaron sus denuncias del 20 de noviembre, en contraste con la aparición el 8 de diciembre del video en el que las estudiantes encapuchadas reformulan de modo más exigente y pormenorizado su pliego petitorio. Pensamos que esto puede también guardar relación con la serie de intimidaciones que acabamos de citar y en su momento no fueron atendidas. Por ello, leer este cambio de tono simplemente como una “radicalización” unilateral de las alumnas resulta parcial y poco fructífero con miras a la resolución del conflicto. No es exagerado pensar que las intimidaciones son un factor que ha enturbiado el clima de negociación hasta el punto de hacerlo parecer imposible. Algunas de las conductas de Mujeres Organizadas pueden quizá ser interpretadas como gestos de punitivismo o de sectarismo, pero no deberíamos pasar tan pronto por alto que ellas están respondiendo a circunstancias que no podemos calificar de otro modo que de beligerantes.
En su ensayo Sobre la violencia, la filósofa Hannah Arendt distingue estrictamente los conceptos de poder y violencia, y llega incluso a oponerlos: El poder es la capacidad de una comunidad para actuar de manera concertada; la violencia, una acción unilateral que se impone sobre la mayoría. La violencia más pura, dice Arendt, sería expresión de una impotencia absoluta que, en última instancia, tendría un fundamento puramente instrumental. Un poder absoluto, en cambio, podría prescindir por completo de los medios violentos. Uno y otro caso son, por supuesto, abstracciones: en toda acción política siempre hay, en realidad, un grado de violencia y un grado de poder.
En un texto reciente, Pietro Ameglio se ha referido a la aún activa toma de la Facultad. Ahí, el Dr. Ameglio establece una relación decreciente entre la duración de la toma y su legitimidad como acción. Su razonamiento se basa en el cálculo de que, entre más dura la toma, más se desvincula la acción de las Mujeres Organizadas del poder de la comunidad universitaria. Haciendo precisamente alusión a Arendt, el Dr. Ameglio dice que “a esta altura la toma es una acción de ‘fuerza’ y no de ‘poder’.” En el texto de Arendt al que nos hemos referido, la fuerza se refiere a la “energía liberada por movimientos físicos o sociales”. En este sentido, la fuerza podría ser una expresión tanto de poder como de violencia. En cualquier caso, el Dr. Ameglio concluye que entre más se prolonga la duración de la toma, “más unilateral y autoritaria, violenta, excluyente e insegura” se vuelve. En este punto, razona el Dr. Ameglio, la toma pasa de ser un medio a un fin en sí mismo (“si bien podría decirse que [la toma] es un medio, esto no es totalmente cierto en este caso ya que se ha convertido en un fin en sí mismo”,) es decir, la acción pasaría a fundamentarse instrumentalmente, como cualquier otro acto de violencia.
¿Es este cálculo adecuado? Una acción como la actual toma de la FFyL puede tal vez calificarse de violenta en el sentido generalísimo relativo al efecto contrarrestante que una fuerza tiene sobre el curso regular de las cosas. Pero, ¿se trata de una acción violenta en el sentido arendtiano, una acción que se desvincula de todo poder y que hace de sus medios un fin en sí mismo? Coincidimos con el Dr. Ameglio en que la toma (esta toma) es un gesto de impotencia (en el sentido de que es una acción no apoyada por la mayoría), pero, ¿es una acción violenta? En el texto del Dr. Ameglio subsiste la ambigüedad de si la toma es un fin en sí mismo o si es un medio —a estas alturas— inadecuado. Si sus medios son inadecuados, la acción no puede sino resultar impotente.
Las Mujeres Organizadas mantienen la toma, dice el Dr. Ameglio, por el temor de perder peso en la negociación con las autoridades, pero no la mantienen entonces como fin en sí mismo, en ese sentido, creemos que no se trata de un gesto de violencia. En realidad, de acuerdo con Arendt, el carácter violento radica en la exclusiva concentración en los medios en la medida en que eso excluye cualquier vínculo con el poder de la comunidad. Cabe preguntarse, sin embargo, si el desenvolvimiento de la toma de las Mujeres Organizadas puede leerse como un proceso de desvinculación con la comunidad. ¿Es su separatismo una forma de “sectarismo”, o bien, es nuestra incomprensión del separatismo lo que nos impide hacer comunidad con ellas y las hace aparecer como violentas?
El Dr. Ameglio hace un llamado a una nueva etapa de co-operación rigurosa y real entre la comunidad, “camino que hay que caminar comunitaria y colectivamente”, atendemos activamente a esa valiosa invitación ante la urgencia de reconstruir un tejido social seriamente dañado. Sobre todo cuando aparece el reto de la vuelta a la “normalidad” después de esta toma. El llamado a la co-operación real no podrá avanzar, creemos, sin una problematización del tipo de co-operación que el caso demanda. Por ello, es importante preguntar ¿cómo cooperar con el separatismo, con este movimiento feminista?, un fenómeno social que sin duda nos obliga a cuestionar cómo nos integramos a un movimiento que pone en duda la posibilidad sencilla de sumarnos sin más. Antes que condenar la necesidad separatista de las Mujeres Organizadas como un capricho, nos interesa tratar de dar cuenta de su lógica interna. Un grupo de personas excluye a otra, sería una primera comprensión. ¿Las razones de esta exclusión? Así las formula Laura Rosales, estudiante de doctorado en filosofía de la ciencia: “el separatismo, en particulares formas y momentos, puede ser una manera de articular estrategias de lucha y puede permitirnos avanzar en agendas específicas, hacernos más fuertes en el sentido de posibilitarnos señalar y dar testimonio de diversas formas de opresión y violencia”. Porque tendemos a la utopía, al deseo de una sociedad en donde resulte innecesario el separatismo (y mejor aún, el feminismo entero) hay que transitar por un feminismo separatista que permita, como estrategia política, la articulación de la lucha y, sobre todo, que permita crear un espacio de silencio en el que pueda emerger la voz de determinado grupo social y ahí sus intereses y agendas.
¿Cómo ser solidarios con ese espacio en el que de entrada no todos pueden hablar de igual manera? Hay una discusión larga y compleja sobre la posibilidad que tienen los hombres de hablar de feminismo, o sobre la posibilidad de hablar por el subalterno desde la exterioridad o el privilegio. Esas discusiones, por demás acaloradas, no vamos a abordarlas aquí; nos basta con sugerir el reconocimiento de los límites de la visión, con enfatizar que es un reto reconocer lo que no nos atraviesa, lo que no nos afecta y que el camino a esa comprensión está plagada de debates. Para crear las condiciones en las que el feminismo, el separatismo o la rabia indignada, no sean ya necesarias creemos que es bueno concentrarnos en lo que subyace a las malas o buenas estrategias políticas: el deseo común de una universidad pacífica en donde el feminismo no genere problemas (pero no por la incomodidad que producen las feministas), sino porque las condiciones de justicia en materia de género sean tales que resulte obsoleta la suspensión del orden de las cosas.
¿Cómo regresamos a la “normalidad”? No es posible sin la escucha de aquello que, en estos momentos, excede nuestra comprensión, y nos asusta. Quienes escribimos esto creemos que la comunidad concreta sólo será posible si integramos en ella aquello que no podemos comprender del todo, para ello también es importante partir de dos puntos que hasta ahora pueden ser reconocidos como consensuales: a) el deseo de un espacio académico libre de violencia sexual, de hostigamiento, de sexismo y, b) la condena a la intimidación a las paristas. Partir de estos puntos nos permitirá encontrar canales de comunicación, y será aquello en común desde donde podremos cuestionar el acierto o desacierto de la movilización.