Un adelanto de ‘Barrio Santa Tere, Retrato de un adolescente’ de Marco Aurelio Larios
Compartimos, como cortesía de la editorial Rayuela, un adelanto de la novela ‘Barrio Santa Tere Retrato de un adolescente‘ junto al comentario de Hariet Quint sobre la misma.
Barrio Santa Tere
Comentario por Hariet Quint
De los invitados presentes en esa mesa, soy la única que no tiene mérito alguno en la publicación de este libro. Me acompañan el autor, Marco Aurelio Larios, quien desde hace décadas ha estado madurando en el pensamiento la idea de este libro; Avelino Sordo Vilchis quien nos presenta este bello producto editorial con una portada hecha ad hoc para el libro: una pintura con ciertos trazos naif que representa una escena de la novela realizada por la artista Isabella Vaidovits; y está invitado también uno de los personajes de la novela: Alfredo Ramírez, oriundo del barrio de Santa Teresita, quien desde temprana edad practicaba el box y era —es— entrañable amigo de Marco A. Se espera de mí, entonces, que tenga una mirada objetiva sobre este acontecimiento y también se me ha pedido que haga un pequeño análisis literario del texto.
Debo decir dos cosas antes de iniciar mi análisis. Aunque nací en el extranjero y mi infancia y adolescencia estaban insertas en otra realidad socio cultural e histórica, me casé con un mexicano y no con cualquiera, sino con uno que había crecido en el barrio de Santa Tere, en donde está situada la historia de esta novela. Al leerla recordé muchas anécdotas que mi esposo me contó, cuya adolescencia transcurrió en la calle Juan Álvarez, entre Ghilardi y Nicolás Romero. Recordé a sus tíos sus hábitos y su modus vivendi, eran personas generosas, nobles pero bravas, buenos por la buena y malos por la mala. De modo que la vida en el barrio no me es tan ajena, con lo que quiero decir que siento cierta empatía con los personajes de la novela. La segunda cosa a la que me referí un poco antes es que los análisis literarios, a veces, pueden ser muy aburridos, pero también tienen una gran cualidad: ayudan a entender lo que sucede en el texto.
Y quisiera partir en mis reflexiones de hoy en la noche, desde una frase que pronunciaste hace unos días, Marco, en el Coloquio de cultura mexicana al que te invité a participar: «Todo autor debe fingir que conoce el mundo del que habla». Es evidente que el mundo que tú representas en la novela Barrio Santa Tere. Retrato de un adolescente, te es muy familiar y haces todo los posible para demostrarnos que lo que nos cuentas es real, empleas un afán inusual en esto que al final de cuentas me parece un rasgo lúdico, como una especie de travesura de adolescente. Por ejemplo: el personaje principal se llama Marco A., tiene tu nombre; tiene tus características físicas; tartamudea, como a ti a veces te pasa; vive en la calle Iturbide, por donde tu vives; va a la escuela Parroquial, a la que tu fuiste; nació el mismo año que tú. Incluyes, además, fotografías tuyas y de tus amigos en el libro, en las que por cierto te vez muy feliz y despreocupado; invitas hoy a la presentación a uno de tus personajes y otro hace los comentarios de la contraportada del libro, etcétera. Entonces, hablando de análisis literario, surgen las preguntas: ¿de qué texto hablamos? ¿es eso una confesión? ¿un diario? ¿una crónica? ¿por qué le llamas novela? y ¿cuál es su mérito literario?
El espacio narrado en el texto se ubica en el Barrio de Santa Teresita del Niño Jesús en Guadalajara en el que, en los años setenta en los que transcurre la trama, vivían personas de clase media baja y uno que otro riquillo que se dedicaba al comercio. El tiempo narrado dura un año escolar, empieza en septiembre de 1972 y termina en junio de 1973. A lo largo del relato se entrecruzan tres historias, cada una con sus episodios muy bien delimitados. En la historia principal se establece un diálogo entre el narrador, Marco A. adolescente de trece años quien nos cuenta en primera persona, como testigo presencial los hechos acontecidos a lo largo de su año escolar, y Marco A., adulto, de cincuenta y siete años quien complementa la historia desde una perspectiva alejada en el tiempo y narra en tercera persona. Él es el narrador que todo lo sabe, el que conoce los pensamientos y el sentir de los personajes y el que define la estructura del texto. Personajes principales de esta historia son Marco A., un joven pacífico, sociable, buen amigo, interesado en la lectura y el estudio cuya vida, como la de todos los demás adolescentes, transcurre monótona de una fiesta religiosa a otra bajo el poder y la influencia impositiva de la iglesia. Lancaster, es el segundo personaje principal, un joven unos años mayor que Marco A., alto, gallardo, dispuesto ya a prestar atención a las muchachas coquetas, de fácil enamoramiento, quien está dispuesto a resolver a puñetazos las riñas de poder.
La segunda historia que se entreteje y se anuncia anticipadamente en el relato de Marco A. cada vez que sucede un acontecimiento violento, es la de “Ellos”, los Vikingos a los que se les dedican varios capítulos subtitulados «Hacia el 5 de junio 1973». El contexto social histórico de este grupo guerrillero del barrio de San Andrés influye en el desarrollo de los personaje, a Lancaster, por ejemplo, lo reclutan para que los apoye en sus actividades bélicas.
Y, por último, hay una tercera historia enramada en la trama, narrada en primera persona por un teporocho llamado Miguelón quien hace tres o cuatro intentos fallidos de pagarle una deuda de 200 pesos a la santa del templo y cuyo desenlace es fenomenal. Refleja la vida de muchos adultos en el barrio: cantinas y bules, frustraciones ahogadas en el alcohol.
Y para contestar las preguntas que más arriba me formulé, diría que se trata de una novela autobiográfica de carácter histórico y no de una crónica o un diario, ya que en ambas hay una sola voz narrativa, la que relata los acontecimientos desde una perspectiva presencial.
Esta novela tiene un gran valor estético. Para los estudios que se hacen desde la sociología de la literatura encontramos códigos culturales y hechos históricos, con referencia a la microhistoria de la época, como las fiestas religiosas que dominan la vida de los habitantes del barrio, la costumbre de comer una enorme variedad de comidas, aguas frescas y botanas en los mercados, el hábito de los jóvenes (muchachas y muchachos) de reunirse en un punto, en este caso llamado el «Árbol de Ella», el despertar del deseo carnal, las riñas y agresividades entre los que son de barrios diferentes, y el retrato de una Guadalajara violenta. Hábitos y costumbres mencionadas en la novela que solo se entienden en un devenir histórico, solo entonces, cuando uno sabe como era la vida en el barrio de Santa Tere en los años setenta.
Otro gran mérito que tiene la novela es el manejo del lenguaje. En sus acostumbradas frases cortas, capítulos pequeños el autor nos narra con agilidad los recuerdos de su adolescencia. En la estructura podemos observar 69 capítulos acabados armónicamente en los que se relatan las dos historias: la vida escolar de Marco A. con sus amigos y la intervención de los Vikingos. En 6 capítulos el teporocho nos platica su vida desafortunada de alcohólico y bonachón sin remedio. Tres voces narrativas, dos en primera y una en tercera persona. ¿Tendrán los números una importancia especial? ¿Los múltiplos de tres harán referencia a la trinidad, por ejemplo?
No me queda mas que felicitar al autor por otra publicación suya, al editor por el cuidado tan especial de la edición y recomendar la lectura del libro.
De tus libros, Marco, éste es mi favorito.
Barrio Santa Tere
Retrato de un adolescente
De Marco Antonio Larios
Capítulo 4
A veces nos reuníamos en El Árbol de Ella. Un árbol de hule, frondoso, de grandes hojas verdes perennes, cuya vista dominaba todo el largo de la calle, a varias cuadras de distancia. Y era memorable, al menos para nosotros. Por ahí hacíamos la ronda jugando canicas o encantados con los compañeros y compañeras de la escuela, pues veníamos de vez en vez al pie del árbol, afuera de la casa de una amiga de quinto, el paradero de muchas tardes. Las muchachas de quinto año rivalizaban con las de sexto, ahora que ellas habían crecido y nosotros ya no éramos niños.
Esa tarde, habiendo salido desde antes de las seis, nos entretuvimos en la esquina de la escuela para luego ganar hacia El Árbol de Ella, justo cuando caía el atardecer y todo, como los gatos, se volvía pardo y nada resultaba claro, ni visible; cuando la oscuridad se ciñe sobre la luz y nada se tiene por cierto si no se tocaba o se olía. Iba Lancaster, Alfredo, el pequeño Porres y yo.
Y allí estaban Yamina, Ma. Paula, Margarita la paletera y Lupita la güera. Todas con las medias caídas en sus tobillos y con las piernas al descubierto. Parecía el reto de no seguir la regla monjil del director de la escuela; la rebeldía que descubría otra revuelta en su conciencia: las ganas de ser un cuerpo del deseo y de su necesidad de existir, ya desprendido del cobijo paterno o materno.
Hablamos sobre «la llevada de la Virgen», la gran peregrinación de la ciudad para acompañar la imagen de la Virgen de Zapopan a su basílica en el pueblo aledaño a Guadalajara, una costumbre que llevaba más de doscientos años de tradición. Hablamos de que compraríamos sombreros de cartón que dirían «busco novia». Las muchachas rieron con su risita callada, tal vez burlándose de lo estúpido que parecíamos.
Fue entonces que Yamina, interrumpió con su manoteo y calló a la audiencia habladora:
—Lancaster, ¿por qué no le das un beso a Margarita? Ella me dijo hoy en la mañana que nadie la ha besado todavía, y supongo que tú ya llevas un rato haciéndolo por ahí —y le tomó la mano para acercarlo hacia la muchacha paletera (en su casa vendían paletas de agua fresca muy baratas, y ella atendía a veces cuando uno tocaba la puerta para pedirlas).
Vi a la tal Margarita que se hizo un poco hacia atrás y se recostó sobre el árbol. Y cerró los ojos y su respiración pareció más profunda y más rápida, incluso separó sus labios, los repasó con la punta de su lengua y se los mordió ligeramente. Soltó las manos y agarró de espaldas el tronco. La vi tan dispuesta que pensé que era mi momento para sentir el primer beso de una muchacha e iniciar el viaje de mi existencia aunado a una otra para siempre.
Pero cuando elucubraba a mi favor, Lancaster la tomó del talle y la separó del árbol y la besó un largo tiempo; ella se quebró en sus brazos y ambos no abrieron los ojos. Todos los demás los vimos con tanta morbosidad, con tanta ansia, con tanta envidia, con tanta soledad, que terminamos burlándonos de ellos.
Margarita, salida del beso, cogió su mochila del suelo y se fue corriendo.
Lancaster todavía tuvo el sarcasmo de repasar sus labios con el dorso de su mano, como si se limpiase de una saliva no propia, aunque ya fundida en la suya.