Los colores de la vida
Por Jose Bastide
La vida de cada persona está llena de una diversidad de colores que se van presentando de acuerdo con su paso por ésta. Varían desde tu nacimiento, y sus tonalidades cambian según tu crecimiento, tu estado de ánimo o de todas las circunstancias que se reflejan y producen algo en tu interior o en tus sentimientos o en la percepción de la forma en que otros te tratan, lo cual puede ser positivo o negativo.
Un bebé desde el vientre de su madre puede percibir el estado de ánimo de ella y saber si su espera es con alegría o con mucha tristeza o todavía peor: es no deseado. Seguro que este bebé nacerá ya con un color interior que aunque no se perciba, lo marcará probablemente para toda su vida.
Yo afortunadamente, fui un bebé deseado, y el amor que mis padres sintieron por mí desde que tuvieron conciencia de mi concepción, hicieron que yo naciera con un color vivo y lleno de luz, como el azul cielo, amarillo o incluso blanco.
Durante mi niñez, como sucede con la mayoría de los niños, me tuve que enfrentar a diversos momentos difíciles, como fue por ejemplo; el abuso que hacían mis primos mayores conmigo y creo que entonces algunas veces mi color llegó a ser negro, por el coraje y la frustración que sentía. Sin embargo, gracias al amor tan grande que recibí de mis seres queridos, esto lo logré superar; aunque con algunos tropiezos y en esta transformación los colores llegaron a ser naranja, pero superándolos todo fue color de rosa.
Pues mi felicidad en mi mundo diminuto era inmensa y llena de placeres y dentro de las posibilidades de mis padres nunca me faltó nada, sobre todo un techo bajo el cual refugiarme y un pan que poder llevarme a la boca.
En la pubertad, donde vas saliendo de tu caparazón de niño y te vas enfrentando a cosas desconocidas, tu color cada día o cada momento cambia y puede variar desde lo negro, pasando por azul, amarillo, naranja y llegar a lo rosa o rojo, cuando empiezas a comprender que hay algo en tu interior que te empieza a inquietar como es la atracción hacía alguien.
En la adolescencia y juventud, creo que sólo hay dos colores: el negro porque te sientes incomprendido y que nadie te entiende, ni te presta atención, y el rosa o rojo, pues ya vas conviviendo con aquellas personas de sexo opuesto que te llaman la atención y tus sueños cambian a cada momento.
En la madurez, también tienes a diario varios cambios de colores pues las obligaciones llegan a ti y muchas veces no estás preparado para ellas. Escoger la carrera idónea, a la pareja perfecta que te acompañará para formar una familia, tener la oportunidad de encontrar un buen empleo que te de seguridad en tu persona y posteriormente en tu hogar, la llegada de los hijos… Con todo esto un sin número de responsabilidades y lo que hasta hace poco tiempo era rosa o rojo, en algunos momentos se convierte en café o gris, pero también llega lo blanco, rosa muy intenso o un rojo carmesí que te traen estas nuevas situaciones.
En fin, todos los días dependiendo de tus logros o frustraciones tus colores van cambiando y tu vida se convierte en la paleta de un pintor, que está manchada de una diversidad de colores, los cuales los va usando de acuerdo el momento que vas viviendo o sin querer para hacerle frente a los problemas o situaciones cotidianas.
Cuando llegas a la maduritud, que es una etapa parecida a la juventud, pues se encuentra entre la madurez y la edad de oro, tus colores se van convirtiendo en aquellos que empiezan a reflejar paz y armonía, pues casi todo ya lo has logrado o estas a punto de hacerlo y vuelves a los colores pastel, aunque de repente vienen o resurgen el gris o el café, debido a que de todas maneras no puedes hacer oídos sordos de los problemas que puedan surgir en tu familia y tu cabeza, tu intuición o tus conocimientos se dan cuenta de ellos y tienes que intervenir.
Ya en la edad de oro, su nombre lo dice; está debe de ser de ese color, porque por lo regular ya has cumplido todos tus objetivos y ahora es cuando tienes el tiempo para disfrutar, lo que tal vez anteriormente no lo pudiste hacer y volteas a tu alrededor y te das cuenta de que si existen los problemas, pero que todo tiene solución o tal vez, ahora otro ocupa tu lugar y se encarga de resolverlos.
Yo estoy en la etapa de esa transición entre la maduritud y la edad de oro, pues por un lado todavía no dejo al cien por ciento a mis hijos y sus responsabilidades y mis alegrías han crecido junto con la llegada de los nietos, pero por otro lugar ya tengo mis espacios para hacer lo que por mucho tiempo anhelé y algunas veces, otras que ni las me las había imaginado.
Por eso mis colores van desde el oro, que espero algún día ya se quede en mi persona, pasando por el rosa o rojo según sean los logros de mis hijos y gracias al enorme amor con el que cuento, al tener una compañera que me comprende y me deja hacer que se cumplan mis sueños; pero también de repente, todavía aparecen los grises o negros, porque al ir perdiendo facultades sobre todo en la salud, está te puede dar algunos sustos.
En fin, mi vida ha sido un lienzo en el cual se han plasmado una diversidad de colores a lo largo de ella y espero que esto siga sucediendo todavía por muchos años más.