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Sobre ‘Lotería Mexicana’, de Mariano Aparicio

En Tercera Vía compartimos cuatro textos acerca de la Lotería Mexicana del fotógrafo Mariano Aparicio. En esta colección escriben Gerardo Ascencio Rubio, Avelino Sordo Vilchis, Victoria Zazueta Burgos y [el autor] Mariano Aparicio.

Además, compartimos algunas de las imágenes y uno de los tableros. ¡Lotería!


Lotería Mexicana

Se va y se corre

Por Gerardo Ascencio Rubio

 

Esta  es una presentación de un trabajo editorial muy peculiar. Para quienes son asiduos a las presentaciones de libros les diré que este no es el caso, que no es un libro. ¿O sí? Digo, porque al final de cuentas y de cuentos, esta caja contiene historias con su gramática y su sintaxis. Está llena de figuras retóricas y todos, al pasar y repasar las cartas somos recreadores aún de nuestras propias historias.

Quizá de algún recuerdo en el patio de la casa, una tarde-noche estival; de una lejana quermés de parroquia; o de alguna noche en la feria de algún pueblo, cuando el azar era tolerado, no dependía de trasnacionales y solamente nos timaba lo más granado de la picaresca doméstica, trovadora, trashumante, dicharachera y gozosa.

Y es que la lotería mexicana, desde sus meros inicios, era más un arte de cuentos y de azares. Era un arte de romanceros, porque cada carta tenía su verso, más o menos improvisado, para ser cantado voz en cuello. En cada echada pues, se tejía una historia aleatoria que podía iniciar con un gallo que lo mismo anunciaba al sol, que a la luna o a la muerte. Un bandolón podía acompañar al borracho, a la dama y a una chalupa, creando una historia veneciana en Xochimilco.

Esta colección de imágenes, de capturas, es a su manera una colección de cuentos. O de narraciones, para ser menos precisos. Contados siempre desde una visión que, por lo que conozco de sus realizadores, es perfectamente consecuente con sus propias historias de vida.

No es por presumir, pero en que se refiere al editor, Avelino Sordo Vilchis, me liga una amistad y una conocencia de más de 45 años. Si alguien tiene también tiempo de conocerlo, sabe perfectamente que eso me califica para algún reconocimiento de cualquier institución cultural. O de Derechos Humanos.

El caso es que desde siempre el Vilos ha tenido pasión por la fotografía y por el desnudo. Artístico o no, eso sí. No sé si ustedes lo sepan, pero una de las pocas colecciones completas de Caballero o de Él, reposaba en los archivos de Avelino. Y me consta que hasta leyó una o dos de las entrevistas de James R. Fortson y alguna crónica de Monsiváis.

Ya más entrado en años y en gastos, cámara en mano, incursionó también en la fotografía de desnudo y llegó a editar por allá en los noventa y a principios de este siglo, con la colaboración de varios fotógrafos más, una agenda que tenía una foto de desnudo por semana. Fue entonces que conocí a Mariano.

Don Apa, como es ampliamente conocido en las oficinas de la editorial Rayuela y las tertulias semifamiliares, me impresionó siempre por la pulcritud de sus imágenes, por su encuadre, por su manejo de la sombra, que es decir el manejo de la luz. Recuerdo con especial gusto una serie en el Teatro Degollado, por este oxímoron visual: arriba, en el cielo del teatro, Jacobo Gálvez y unas damas de la sociedad tapatía representando el Infierno de Dante; abajo, a ras del piso, un paraíso terrenal recostado sobre la butaquería.

Yo no solía platicar gran cosa con Mariano —ya que yo venía con poca frecuencia a Guadalajara—, pero siempre dialogué con sus fotos, que me develaban el augurio de una semana feliz en la agenda que Avelino me daba cada que empezaba un nuevo año.

Decía Juan José Arreola que “las mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene”, pero en este trabajo de Mariano, las mujeres toman la forma de la carta que las contiene. Son 54 narraciones fantásticas, donde el hombre sólo aparece accesoriamente en una, haciendo el políticamente incorrecto papel de “El negrito”.

La mujer es siempre la narradora, pues de estos acasos.

Es una Sherezada contemporánea que nos puede acompañar 54 noches con una narración distinta, con una evocación nueva. O bien, a la manera tradicional, nos puede echar las cartas al azar y formarnos una historia en forma de escalera, diagonal, chorro o llena, donde los personajes aparecen y desaparecen con su realismo y su magia, o también, como en el teatro absurdo, nunca llegan y nos dejan perpetuamente incompletos, a una sola casilla de la fortuna.

Es quizá la forma que más me gustaría. Porque, además, estas imágenes piden más letras que el enunciado carta por carta. Piden, como en la forma tradicional, unos versos —ojalá que sean picarescos— que formen ese mantra que nos reconcilie con el destino y la suerte; esa letanía que nos salvaguarde del más allá; una buena colección de albures que nos salvaguarden del más acá; algún haikú de Tablada, que hable de la carcajada de la sandía y de la tibieza del vientre… No sé, que alguien pueda, o entre todos podamos, crear un mandala de 54 casillas que cambie con cada nueva oportunidad.

Y en esta vorágine de cartas, cuentos, capturas y cuerpos; de evocaciones, fantasmas, diablos, calaveras y valientes; de frutas, árboles y cactos; de escaleras freudianas, soles, estrellas y lunas; en esta vorágine repito, podamos jugar de nuevo nuestro corazón al azar, seguros de que no nos volverá a ganar la violencia.


La lotería de don Apa

Por Avelino Sordo Vilchis

 

La escena es bastante común en las películas gringas: un salón atestado de mesas donde muchos viejitos —siempre es así: hasta ahora no he visto una donde los jugadores sean jóvenes— esperan que la monótona voz anuncie el siguiente número, con la esperanza de completar el cartón para gritar «¡bingo!», lo que significaría abandonar —al menos por unos instantes— la condición de perdedores que se les impuso como una consecuencia más de acumular años. Por acá las cosas tienden a ser distintas: el escenario es una colorida feria de pueblo, donde la más variopinta (de edad, de sexo, de condición social) asistencia sigue los ingeniosos dichos, refranes o acertijos que anuncian cada nueva carta, con la ilusión de colocar el último frijol sobre el tablero, al tiempo que grita «¡lotería!»

Pero, más allá de la hasta cierto punto inevitable tendencia a esquematizar que caracteriza al cine, lo más interesante es que el antiguo y extendido juego popular genéricamente llamado «lotería de cartones», muestre tan camaleónica adaptabilidad cultural: parece mentira que se trate del mismo juego que, por un lado, avanza empujado por una frialdad casi mecánica de números, y por el otro, se alimenta de la calidez de unas coloridas y juguetonas estampas anunciadas por medio de versos, adivinanzas o refranes. No sé de algún pintor, poeta, dramaturgo, músico o lo que sea, que se haya visto tentado a utilizar el bingo para abordarlo, reinventarlo o reinterpretarlo como proyecto artístico. Y —otra vez el contraste— la lotería sí. Y muchas veces.

Conozco varios proyectos artísticos que han explorado o utilizado la lotería como referencia o fuente de inspiración. La mayoría —si no es que todos— hechos a partir de la reinterpretación o reelaboración de las 54 figuras (hasta ahora no tengo noticia de alguno de índole literario, aunque ahí hay un filón que ofrece interesantes posibilidades: la composición de 54 sonetos en doble sentido para cantar las cartas, por ejemplo). Pero, regresando a las reinterpretaciones o reinvenciones de las estampas, casi todos los proyectos que conozco son colectivos, pues resolver más de cincuenta imágenes resulta un desafío difícil de vencer para una sola persona. No obstante la magnitud del reto, hace algunos años Mariano Aparicio se autoimpuso la tarea de producir su versión-visión de las cartas de la lotería.

El proyecto que Mariano se echó encima consistió en producir 54 fotografías de desnudo en blanco y negro, apegándose a la secuencia y los temas de la lotería tradicional mexicana. Así que se trata de una actualización, una propuesta de renovación de las imágenes tradicionales del popular juego, a partir de un planteamiento plástico contemporáneo. El resultado es espléndido, pues el universo conseguido en la lotería de don Apa —como me gusta llamarla— es amplio y diverso. Cada una de las 54 fotografías ofrecía sus particulares desafíos que fueron abordados con decisión y fortuna, por lo que el resultado es de un alto nivel de calidad, tanto conceptual como estética, al grado de que no me cuesta ningún trabajo calificar el conjunto como un logro artístico.

Más allá de que cada quien escoja de entre las 54 imágenes sus favoritas, debo insistir en el conjunto —en lo que nos ofrece la suma de las más de cincuenta estampas— pues es ahí donde reside la posibilidad de establecer lo que representa como producto artístico. Y es que me parece un acierto que don Apa, por ejemplo, decidiera abandonar el territorio seguro que le ofrecían las figuras muy bien definidas sobre fondos claros de las estampas tradicionales, por las dificultades de perseguir las sutilezas que produce la luz cuando dibuja las zonas de encuentro entre sombra y luminosidad. O la irónica sofisticación narrativa de sus estampas, que ofrece un marcado contraste con la sencillez descriptiva de la lotería tradicional, sin perder en el intento su carácter lúdico, juguetón.

Con eso me quedo.


Convertirse en una de las figuras

Por Victoria Zazueta Burgos

 

Quiero comenzar agradeciendo. Gracias por invitarme a ser parte del proyecto de la lotería de don Apa, gracias a mi amigo Mariano Aparicio. Don Avelino, sin tu ayuda las cosas no hubieran salido tan bien como terminaron con tu curaduría, no hay piropo que alcance, todos reconocemos su trayectoria, seriedad y profesionalismo. Son dos de mis personas favoritas, porque los admiro y quiero mucho. Gracias también a los que están aquí y que de alguna manera han ayudado a que este proyecto se esté presentando el día de hoy en este maravilloso lugar.

Me invitaron a compartir con ustedes mi experiencia como modelo en este proyecto, y quisiera platicarlo en tres momentos; el primero es mi experiencia conmigo misma al posar totalmente desnuda ante una cámara. Es la primera vez que lo hago (sabiendo que sería publicado). Podrían pensar que fue difícil aceptarlo, pensando en la sociedad tapatía en la que vivimos. Pero la verdad es que todos los modelos fueron muy valientes porque se atrevieron a ser libres y ser parte de tan maravilloso proyecto. Yo lo disfrute desde el primer momento y don Apa es tan bueno, que aunque yo no supiera cómo hacerlo, él siempre me hizo sentir y lucir bien. En el momento de la primer sesión, pasaban por mi cabeza muchas preguntas, pero la más recurrente era, ¿Moriré de frío? Cuando ya no había nada que me cubriera y solo estábamos mi cuerpo y una cámara, entendí que los desnudos son el arte para reconocernos, aceptarnos y poder ser; ser una figura de la lotería y ser yo misma.

El segundo momento fue la interacción con el artista y su obra. Fui muy privilegiada, porque siempre me sentí en total confianza. Cuando llegamos al estudio no sabía qué iba a hacer, qué postura iba tomar, cómo me vería, si me costaría trabajo, si necesitaba fuerza para sostener algún objeto o mojarme, o ponerme una corona con velas prendidas, no sabía qué haríamos. Conocía el proyecto, la intención del producto final. Sabía que sería “el valiente”, “la escalera”, un arpa, un soldado, un camarón. No sabía cómo lo haríamos, al principio había una idea conceptual que en las sesiones se fue transformando, la fuimos construyendo juntos: mi cuerpo, las luces, los objetos, la cámara, las posiciones y, por supuesto, don Apa. Siempre tuve la oportunidad de intervenir en lo que estábamos buscando lograr con las fotografías. La dirección de don Apa fue muy orgánica, sabía dónde iba la luz y cual era la postura más fuerte. Esto me ayudó a descubrir otras formas de mi cuerpo, posturas que no imaginaba que podía lograr. No solo estaba posando, también me estaba convirtiendo en cada una de las figuras que don Aparicio buscaba en cada pieza.

El tercer momento de esta experiencia fue ver cómo recibieron la obra otras personas. Ver el resultado, la foto impresa, el juego completo, saber que yo era una carta más. Fue un reto saber que sería observada por mis amigos, mis familiares, desconocidos. Aún sabiendo que no tendrían que saber quién era yo , yo lo sabía, y eso era suficiente para estar a la expectativa de sus apreciaciones. Y escuché todo, escuché de todo. Y entendí que le puse el cuerpo (literal) y el alma a un proyecto que me transformó, me hizo aceptarme y aceptar lo que otros pueden opinar de nuestros cuerpos. Ahora soy otra mujer, más libre, más segura.

Ojalá todos nos diéramos la oportunidad de observar en cada una de las 54 imágenes de las cartas de la lotería a un cuerpo en transformación, representando con su propia forma una figura que nos remonta a recuerdos, al folklor, a nuestras raíces. Ojalá que como a mi me sucedió, ustedes puedan observar cómo un objeto simple y cotidiano acompañando un cuerpo puede significar tantas cosas. Las mujeres y hombres que colaboramos para dar vida a las cartas de lotería que van admirar, intentamos honrar una tradición, de una manera sincera, natural y humana. Al final, vale la pena aceptar que nuestra lotería, nuestra suerte o nuestra propia fortuna individual está al alcance de nuestras manos.


¡Corre y se va!

¡La lotería!

Por Mariano Aparicio

 

Una visión renovada del que es, sin duda, el juego más popular en México, la lotería.

Creado originalmente en Italia e introducido a México por los españoles durante la Colonia, cuando la jugaba gente de alta sociedad, con el paso del tiempo se convirtió en el juego favorito de las clases populares, como lo es hasta la fecha.

En las 54 imágenes que componen la lotería original, prevalecen símbolos relacionados con la vida, la muerte, el peligro, la valentía, el honor, el patriotismo, la tradición, el arte, la naturaleza, la astronomía, incluso la soberbia y el vicio, que fueron representadas a cabalidad en esta versión, lo que fue un gran reto, tanto por su conceptualización como en la producción de cada una de las fotografías, desarrolladas en el género del desnudo.

Con la intención de fusionar este juego tradicional y el erotismo fotográfico, surgió la idea de crear esta colección, donde, matizadas en la riqueza de tonalidades que ofrece el blanco y negro, sobre la neutralidad de un fondo obscuro, permite a la belleza inherente del cuerpo humano resaltar su volumen y formas en un contraste de luces planeadas para cada una de las composiciones.

La Lotería es el concepto de la suerte o la fortuna, al alcance de la mano.

 

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