El Rector. Una novela de Roberto Castelán

En agosto de 2008 fue destituido el entonces rector de la Universidad de Guadalajara, Jorge Carlos Briseño Torres y, con su suicidio poco más de un año después, culminó quizá el único conflicto grave al interior de la Universidad, por lo menos en los últimos 20 años. Briseño se confrontó con el grupo que lo llevó a la rectoría, «apoyado» por el ex gobernador panista Emilio González Márquez y con el beneplácito de ciertos personajes del priismo nacional.

A partir de este suceso, Roberto Castelán Rueda escribió El Rector, una novela que relata el conflicto universitario, principalmente desde el punto de vista del Rector, un personaje que al llegar al máximo cargo en la jerarquía institucional, decide romper y enfrentar al Líder que controla los destinos de Universidad, el personaje que lo eligió y designó por encima —y frente a la oposición— de los demás miembros del grupo.  

La historia transcurre durante seis momentos del conflicto: la designación de Briseño como rector, su primer informe, la mentada de Emilio a los jaliscienses, el escándalo en el caso  de los trasplantes en el Hospital Civil, la destitución de Briseño y su suicidio. Castelán teje su historia a través de estos momentos, hilando decisiones políticas con emociones, afectos, rencores y hasta los complejos de los personajes. Toda acción tiene una causa y esta novela ficciona las causas que llevaron a un rector a romper con su líder político y moral.

La novela, que se lee como una crónica periodística, está libre de la particular forma de redactar de los académicos, cosa que debemos agradecer dado que el doctor Castelán tiene una larga carrera en la academia. Éste es un texto ágil, con ritmo y un gran manejo de las voces que narran la historia porque —sin mencionarlos y sin que pasen desapercibidos— hay constantes cambios de voz: ora es el Rector, ora un narrador, ora el Líder, ora testimonios a favor de uno u otro. Esto permite que la historia muestre sus texturas, sus matices, la visión de los personajes, su propia versión de los hechos.

De cuando en cuando, Castelán recurre a pasajes históricos, a manera de pausas en la narración, que explican momentos de la historia, reflexiones y decisiones de los personajes. Sin duda, en esta obra salieron a flote las maneras del historiador, para situar al Líder y al Rector en su justa dimensión histórica: no son personajes únicos, su forma de pensar, sus decisiones y acciones no son novedosas, son una repetición, son las mismas decisiones que otros ya han tomado a lo largo de la historia, un reflejo de la naturaleza humana. Estos apuntes históricos, a veces filosóficos, son un aporte valioso para la fluidez de la narración y para dar poner a los personajes en su justa dimensión.

Punto y aparte.

Hay dos elementos que destacan en la historia: primero, El Rector es un manual que explica cómo funciona un grupo político. En sus párrafos se desarrollan los principios o reglas que rigen la vida interna de un grupo.

 

1. La esperanza como una forma de control; un medio para mantener la estabilidad y evitar rebeliones.

«Fue ese día, después de la reunión, cuando me diste una de las claves, quizá la oculta, la fundamental de tu estrategia para mantenerte en el poder por tantos años. No es la fuerza, me dijiste, no es la presión ni el amago. Es la astucia para transmitirles la esperanza. La esperanza mimética, la cercanía del poder inalcanzable, pero en un imaginario posible. Nunca les vayas a quitar la esperanza, no les hagas ver su propia incapacidad para alcanzar el poder. Permíteles sentirse capaces de acariciar el deseo de ser dioses, a fin de cuentas, esa es la sensación que produce el poder».

Dice el Rector: «porque quien la tiene [la esperanza] se descuida, desatiende el presente, vive solo para ella y deja su futuro en las manos de otros».

2.  El poder no se comparte.

«La esperanza no puede tener dos dueños, es hora de mandar a descansar a mi buen amigo en el fondo del arcón, el último objeto de Pandora se queda en buenas manos», otra vez el Rector.

3. Que todos sientan que fueron escuchados, aunque sea sólo uno quien decida.

«Lo que de verdad importa es la simpatía y la voluntad del líder hacia la persona considerada por él como la óptima para, producto de una decisión individual, hacer recaer la responsabilidad de ocupar el anhelado puesto. El Líder lo consultará con algunos amigos, soltará nombres poco a poco», dice el narrador y continúa:

4. Hay que legitimar las decisiones políticas.

«A partir de la designación política del candidato electo, hasta su transformación a rector, todo el proceso queda en manos de las formas e instancias legales establecidas por la Ley Orgánica. Cada uno de los pasos estará estrictamente apegado a derecho y, después de la votación, transcurrida entre urnas y mamparas con la intención de mantener el voto secreto, el rector electo será investido con toda la legalidad requerida por tan importante acontecimiento».

5. Las reglas no escritas son más importantes que las legales.

a) equilibrios

«Hay una [regla no escrita] en específico, hecha para impedir al miembro del grupo que resulte electo rector, controlar él solo a algunas de estas tres organizaciones [los dos sindicatos y la federación estudiantil], limitando sus funciones a mantener con ellas las relaciones formales, legales, establecidas en las reglas escritas de la legislación universitaria. Dicho de otra manera, el rector no puede tener bajo su tutela política a nadie puesto al frente de alguna de las estas tres organizaciones corporativas».

b)respeto

«En esas leyes no escritas (…) destaca la de garantizar la igualdad de circunstancias para todos sus miembros dentro de la estructura legal universitaria; el rector es el funcionario de mayor rango, pero al interior del grupo que legitima esta formalidad, todos sus demás miembros son iguales. Excepto el líder».

c) La ropa sucia se lava en casa

«La verdadera traición, el esperado ataque a las reglas no escritas de civilidad universitaria, llegó cuando el rector, al decidir no tocar el tema en «el grupo político», invitó a la mesa universitaria a un sonriente y hambriento comensal: el Gobernador del Estado (…) Con esa jugada, calculada en la fría cámara del rencor, el Rector saca los problemas internos de la universidad, la ropa sucia oculta, los secretos a voces atrapados en el espacio aséptico de las aulas y pasillos universitarios a un espacio abierto, con otros actores y reglas. Los asuntos de la Universidad pertenecían a un terreno cerrado, público pero ajeno a la intervención de la sociedad o el gobierno. Con los casos de posible corrupción en los trasplantes de hígado en el hospital civil, los temas internos del grupo se convierten en la escandalosa preocupación de la opinión pública».

De este tipo de reglas está llena la novela, reglas que dan luz sobre el funcionamiento de los grupos políticos, de su vida interna, de sus mecanismos de control, de sus sistemas para mantener los equilibrios. Castelán escribió un manual sobre la política de facto, que dentro de la novela es de gran valor para entender el contexto en el que se da el rompimiento entre el Rector y el Líder.

El segundo elemento a destacar de la novela, es la humanización de los personajes y del conflicto que se narra.

El Rector y el Líder son mostrados más allá del estereotipo de los políticos, es decir, es común pensar y decir que los políticos son los malos, la causa de todos los problemas, los enemigos de la humanidad. Son tratados como una raza distinta a la nuestra, cuando en realidad son seres humanos como nosotros: con filias y fobias, con amores y rencores, demonios, pasiones, aciertos, errores. Quizá la única diferencia es que las consecuencias de sus acciones tienen un alcance mayor.

Castelán nos muestra a un Rector acomplejado y necesitado de aprobación, de afecto. Un personaje que quiere ser como el Líder, agradar al Líder, demostrarle su valía, ganar su aprobación, su reconocimiento, pero que entiende que, después de tantos años y en el lugar en que está, la única forma de lograrlo es desplazándolo, derrotando a quien lo designó. Todas las cavilaciones que hace el personaje tienen ese matiz de amor-odio. La última reflexión del Rector, ya al final de la novela, está impregnada de nostalgia, tristeza, resignación y un frío deseo de venganza.

Por su lado, el momento más humano del Líder es cuando tiene que tomar la decisión de destituir a su delfín, a su compañero, a su amigo. Perdonarlo o ponerle un alto, tomar decisiones como líder o como amigo, salvarlo o salvarse, tiene que optar por una sola opción porque sabe que en la política las medias tintas son mortales. Pero incluso en ese instante de debilidad, la necesidad más apremiante del Líder es liberarse de la culpa y de los posibles reproches de su grupo, tiene que dejar de ser la causa del problema y convertirse en la solución para mantener su estatus al frente del grupo: no se equivocó él, se equivocó el Rector al querer ser más que los demás, al querer ser más que el Líder.

Otro momento entrañable, y el que quizá mejor refleja la naturaleza humana, es cuando Castelán nos regala una disertación sobre la traición en la política, que sin duda aplica para la traición amorosa, entre amigos, entre familia. La política es el mejor aparador para ver lo peor y lo mejor del ser humano, pero no es la única.

«El enemigo se convierte en amigo. Nadie está a salvo. No hay que confiar. La política es eso: los amigos desaparecen, los intereses se instalan. Los amigos quedan en el camino, los intereses se reparten. No hay lugar para sentimientos. El cariño, pero también el odio, la ira, la bondad, pierden a quien no sabe dejarlos en su espacio privado, oculto frente a las pocas cosas ante las que un político se desnuda. Llegar al espacio público de lo político, de la política cruda, de los sentimientos a flor de piel, es llegar a un lugar donde te van a arrancar la carne hasta alcanzar los huesos y estos serán puestos en sacos iguales y se repartirán como botín de guerra entre los demás contrincantes de mandíbulas sangrantes. En política nadie se puede fiar de sus sentimientos. Ni creer en el calor de las palmadas de consuelo, en el abrazo fraterno, en las palabras de ánimo de los demás».

Si cambiáramos las palabras «en la política» por «en la vida», esta reflexión tendría el mismo sentido.

Esto es El Rector, la primera novela de Roberto Castelán. Tienen que leerla.

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