Helga Weissová, la pintora que retrató la crueldad del Holocausto a los 12 años
Helga Weissová (República Checa, 1929) es una artista que sobrevivió a cuatro campos de concentración: Terezín, Auschwitz, Freiberg y Mauthausen. Muy pocas oportunidades había para sobrevivir en aquel infierno, al que llegó siendo todavía una niña. A la edad de 12 años fue deportada al gueto de Terezin, donde decenas de miles de judíos sufrían la crueldad nazi en lo que fuera Checoslovaquia. Ahí tuvo la oportunidad de dibujar la barbarie. Ahora la pintora, con 88 años de edad, se pregunta “¿Por qué he sobrevivido precisamente yo?”.
Durante aquellos años brutales, en diciembre de 1941 —tras el asesinato de Reinhard Heydrich, la máxima autoridad nazi en el país checo— Helga Weissová recibió de su padre un consejo que jamás olvidaría: “Pinta lo que ves”. De esta manera, la niña Helga se encargó de retratar la muerte que acechaba a cada uno de los habitantes de aquella prisión con las dimensiones de una ciudad.
Esos dibujos son parte de una exposición que acaba de inaugurarse en el Centro Sefarad de Madrid, España. Se trata de una muestra que reúne 62 de esas pinturas y parte de la obra adulta de la artista, en total son 100 obras que conforman un retrato directo del Holocausto que lleva por título la frase de su padre: “Pinta lo que ves”. Es indiscutible que la exposición debería llegar a México, para conocer más de cerca a esta artista que transformó la violencia cotidiana en arte.
La artista todavía conserva la estrella amarilla con la palabra Jude escrita en negro, aquella funesta insignia con la cual los nazis identificaban a los prisioneros. Pero no es lo único que conserva, también mantiene una buena salud. Al respecto de su exposición en Madrid, la artista fue entrevistada por el diario español El Cultural, en dicha entrevista Weissová recordó el momento en que compartió a su padre el primer dibujo que hizo: “Se lo pasé a escondidas a mi padre en el barracón de los hombres y él me lo devolvió después de escribir ‘Dibuja lo que ves'”.
De esa manera, ahí en el campo de Terezín —una cárcel urbana que en 1942 estaba poblada por 58.491 reclusos donde hoy viven 2.000 personas— comenzó a dibujar el Holocausto sin una conciencia plena de lo que hacía. Su testimonio no sólo fue a través de la pintura, pues también comenzó un diario. El diario de Helga. Testimonio de una niña en un campo de concentración está publicado en español por la editorial Sexto Piso e incluye algunos de los dibujos que forman parte de la exposición.
“Las condiciones eran horribles. Frío, enfermedades, confinamiento. La mayoría de las mujeres perdían la menstruación cuando llegaban a Terezín. Yo era una niña y había tenido mi segundo periodo justo antes de llegar, luego lo perdí durante dos años. Lo recuperé unos meses pero lo perdí definitivamente en Auschwitz. Me parece un milagro que las mujeres que pasamos por campos de concentración hayamos podido tener hijos”, expresó la pintora en la entrevista.
Lo que más la impresionó fue cómo las mujeres podían tener hijos en ese encierro. Durante su trasporte a Mauthausen vio cómo una mujer se puso de parto. Muchos años después, la pintora, durante la presentación de su diario en Londres, conoció a Eva Clarke, el bebé que nació ese día en Mauthausen.
Weissová fue una de los 100 niños supervivientes de Terezin. Una cifra muy pequeña si la comparamos con las estadísticas de ingreso: 15.000 menores de 16 llegaron a la prisión junto a sus padres y familiares. Terezin fue un espejo que disfrazaba el horror. Los nazis utilizaban ese purgatorio como propaganda ante las inspecciones internacionales. Montaban obras de teatro, lecturas, conciertos, óperas, juegos. Luego llegaban los trenes. Desde allí deportaban a los prisioneros con vía preferente a los hornos y al exterminio. La frase Arbeit Macht Frei (El trabajo os hará libres), era el lema nazi que daba la bienvenida —enmarcado en cinismo— a los campos de concentración alemanes.
Allí en Terezin desarrolló su formación artística a través de la documentación de aquel infierno. En Terezín vivió tres años, fue el paso de la infancia a la madurez.
“No llevaba bien mi separación de los padres, echaba de menos mi casa, pasé por varias enfermedades, tenía hambre. Por otra parte, llegué a conocer la solidaridad y amistad verdadera. Estaba alojada en lo que llamaban la casa de las niñas. Teníamos cuidadores en cada fila de prisioneros 24 horas al día. Nos impartían clases, nos leían poemas, jugaban con nosotros, cuidaban de los enfermos. Intentaban protegernos del sufrimiento psíquico y se esforzaron para que no perdiéramos los principios morales”, recuerda Helga en entrevista para otro diario español, El País.
Sin embargo, aquello era una tortura psicológica, porque había arte pero también había mucho espanto. La poesía leída en aquel encierro jamás pudo servir de consuelo para la realidad terrible. “Vivíamos con miedo permanente de ser incluidos en el trasporte hacia el Este. Aunque no sabíamos adonde iban esos trenes, ni teníamos idea de Auschwitz, éramos conscientes de que se trataba de algo peor que Terezín”, afirma la pintora en entrevista.
Finalmente la pintura fue para ella una evasión. Una evasión a la que se dedicó toda su vida.