Hacia una cultura de padres amorosos
El ejercicio de la maternidad se sigue considerando un deber social, mientras que el de la paternidad es más una elección individual y en términos laborales son ellas las que suelen optar por una reducción de la jornada laboral con la llegada de los hijos, mientras que ellos la mantienen o incluso la amplían para resolver las nuevas exigencias económicas que implica la llegada de las(os) hijas(os).
Aquí encontramos un ejemplo claro de asimetría de género que se traduce en las pésimas políticas públicas de nuestro país: no se trata por igual a mujeres y hombres y, por lo tanto, no se aprovecha el potencial cuidador de ambas(os) progenitoras(es). Es decir, los permisos de maternidad y paternidad no ofrecen a madres y padres las mismas posibilidades de aprender a cuidar de una criatura desde los primeros meses de vida.
El cuidado es una capacidad que se adquiere a través de la práctica y la dedicación y, por lo tanto, estos permisos son cruciales para poder cuidar por igual. Los permisos deberían ser de igual duración para mujeres y hombres, intransferibles y remunerados al 100%. Esto permitiría que los hombres se responsabilizaran del cuidado y se encargaran también de su gestión y control, no solo de la ejecución, sobre todo si cuidan solos de su bebé después de la finalización del permiso de maternidad.
Mandaría también señales muy claras de que la crianza no es solo cosa de mujeres y contribuiría a fomentar y normalizar la idea de que mujeres y hombres se ausentarán, en principio, durante el mismo tiempo de sus empleos cuando nazcan sus hijos.
Razones para que ellos se impliquen más
Una mayor implicación de los hombres en el cuidado nos acercaría a la igualdad y favorecería el bienestar de la infancia. A veces nos olvidamos del derecho de los niños y las niñas de gozar por igual del contacto y apego con sus dos progenitores. También del derecho de la infancia a que no se les transmitan los roles sexistas.
Además, la evidencia empírica reciente constata una asociación positiva entre una paternidad más activa y emocionalmente implicada y una mayor capacidad cognitiva de los niños y niñas.
Por último, el uso por parte de los padres de un derecho individual a cuidar, similar al de las madres, crearía un vínculo de apego más estrecho con sus hijas(os), algo muy importante en el contexto actual de creciente inestabilidad conyugal y cambios sustanciales en la organización familiar. Numerosos estudios han demostrado que cuando los hombres cuidan de sus bebés desde las primeras semanas, se implican más en su cuidado años después, incluso en el caso de una ruptura conyugal.
Cada vez más hombres, ya sea porque son favorables a la igualdad de género y desarrollan conscientemente estilos de crianza más modernos e igualitarios o por el paulatino debilitamiento de su situación laboral –agravado por la reciente crisis financiera y económica– buscan otras vías de identificación y realización personal fuera del trabajo remunerado.
Por supuesto que también es urgente trabajar a fondo con las masculinidades, ya que de poco serviría que los padres se involucren más en la crianza si en el proceso transmiten los prejuicios de género y la ignorancia que impera en esta sociedad de profundas raíces patriarcales*. Son todavía pocos los hombres que se esfuerzan por desarticular los males de la cultura heteronormativa, pero su tendencia al alza trae consigo razones para el optimismo en la construcción de un nuevo modelo de paternidad amorosa. Una reciente publicación sobre estos nuevos hombres nos recuerda que ser más justos no es renunciar a nada. Es aprender a ser más felices “(…) porque la vida, aquella que merece la pena ser vivida, solo es posible en la comunidad de los cuidados compartidos”.
Selección sobre un texto de Teresa Martín García para Agencia SINC | Comentada y contextualizada para México por el Colectivo Alterius.