La Peste

Empezó como una pequeña decepción, algo nimio, sin importancia. Uno no debería creer en los folletos que publicitan viajes. Sigue siendo publicidad. La fotografía, con sus colores saturados, sus encuadres perfectos y sus largos tiempos de exposición disimula muy bien la realidad. Además, los monumentos son emblemáticos, por supuesto que quieres visitarlos. Pero si tan sólo me hubieran advertido acerca de La Peste. La Peste que todo lo aniquila. Aniquila al famoso café en la esquina. Lo desmaterializa. No quieres estar cerca del café en la esquina. Qué importa si Camus solía sentarse a su abrigo para escribir sus novelas. Qué importa el que Simone de Beauvoir y Sartre conversaran allí. Es imperativo alejarse de La Peste. Pero no es tan fácil librarse de ella. La Peste es más que el hedor que sale de la alcantarilla o la calle atestada de basura. La Peste está en el aire, incluso en el jardín botánico o la perfumería por la que son famosos: está en la panadería, en el restaurante, en el cuarto de hotel, en la boutique. La Peste está en todas partes. La Peste es este tufo de revoluciones frustradas, historias inconclusas, decapitados, proclamas humanistas, postulados existencialistas. La Peste es la apatía de los parisinos.

Debí suponerlo, desconfiar de aquellos apologistas incapaces de escribir un libro si no van primero a París. Reservar la etiqueta de escritor para el genio, aquel que encuentra su novela en un pueblo miserable y polvoriento, desconocido. Rulfo. Joyce. ¡Oh, sí! ¡Sí! ¡Rulfo! ¿Antes de él quién había escuchado hablar de Comala? En fin. Eran demasiados, alguno debía tener razón: Hemingway, Cortazar, Miller, Bradbury, James, García Marquez… Supongo que hace cien años este era el lugar. Aquí estaban las ideas. Hoy es sólo una postal vieja y descolorida. Photoshop. Silicon Valley. Unos y ceros. Algoritmos y funciones: los nuevos pinceles de los creadores. Ese es ahora el lugar. No este cementerio. Además, ¿cómo no iba a ser así?, son demasiados fracasos: las guerras gálicas, la guerra de los cien años, la guerra franco-prusiana, la línea Maginot, la toma de París por los nazis, las guerras napoleónicas, las fracasadas empresas navales contra los ingleses, Algeria, Indochina, México… demasiado arrogantes para inmiscuirse en cualquier guerra. Demasiado pesimistas como para ganarlas. La única empresa militar en la que han triunfado es la Revolución francesa y esto sólo porque los adversarios también eran franceses.

Y luego están los turistas. Demasiados turistas (60 millones al año según el New York Times). Le roban el alma a cualquiera. Hace mucho se la robaron a los parisinos. Una francesa de la costa que conocí en el tren me lo advirtió: parecen tristes y cansados, por eso no va a París. Debí poner más atención, bajar mis expectativas, considerarlo ya un caso perdido y rescatar lo que se pudiera antes de que me llegara el tufo de La Peste. Fue inútil. La Peste comenzó incluso antes de bajarme del tren. Antes de poner un pie cerca del Louvre o la torre Eiffel.

La Peste está en la desidia, el abandono, la indiferencia, el reclamo. En la última nota de Le Monde, en la huelga de moda, en la Academia, en la Vanguardia, en la Quinta República. La Peste anhela propagarse y se transforma en principio humanista, corriente positivista, análisis estructuralista. Pero bajo su disfraz se oculta el hastío a la vida. La Peste es un camaleón.

La Peste te robará los ojos y nublará tu razón. Los reemplazará con los colores de Manet, Gauguin o Renoir. Con las caderas de la Bardot, los clichés de Doisneau y Cartier-Bresson. Con praderas evanescentes, bailes de salón, desayunos campestres.

Nada de eso existe. Nada es real. Todo es sólo una construcción mental.

La Peste se esforzará por que no la veas. Traerá a tu memoria las falsas historias que te hicieron desembocar aquí. Todo el tiempo que tuviste que esperar. Lo difícil que fue ganar esa beca, la tarjeta que hubiste de saturar. Pero La Peste está ahí. A la vuelta de la esquina. En cada aparador de la calle. En el desencajado rostro de cada parisiense agotado. La Peste está en La Marsellesa. En Sartre. En Camus. La Peste asfixia.

La Peste es la incapacidad de los paseantes para detectar La Peste. La Peste es el absurdo.

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Aun quedan 4 días para largarme de este lugar y, honestamente, no sé si podré lograrlo. El sopor de La Peste invade ya mi animo y, en un gesto irónico, trae a mi memoria un poema de Baudelaire:

“Cuando el cielo bajo y grávido pesa como una losa, sobre el gimiente espíritu presa de largos tedios…”

No lo lograré. Ahora sé que fue él quien dio inicio a todo: antes de él los franceses amaban la vida. Humanismo. Romanticismo. Impresionismo. Praderas evanescentes, bailes de salón, desayunos campestres.

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