Tejer o morir: La vida de las mujeres indígenas en Xochistlahuaca
Por Paloma de Dinechin
Me traslado a las montañas del Estado de Guerrero, en la ciudad de Xochistlahuaca, que viene del náhuatl “Llanura de Flores” o Suljaa’ en amuzgo. Si bien es cierto que esta ciudad se conoce por sus güipiles y tejidos que recorren todo México, lo que pasa con sus habitantes parece importar poco para el resto.
Dos preguntas fundamentales me guían hacia estos parajes, ¿Cómo viven los indígenas amuzgos en sus tierras y cuáles son sus aspiraciones?, para responderlas, tratando de escapar del esencialismo que existe alrededor de la vida indígena, me he instalado en la casa de una familia amuzga de la comunidad ‘Llanos del Carmen’. La vida comunitaria de esta población se opone totalmente al mito occidental de la comunidad indígena. Efectivamente, la sobremediatización del indígena activista a favor de su autonomía invisibiliza al indígena que no escoge su exclusión, sino que la sufre.
Esta exclusión es primeramente económica. Los amuzgos no pueden dedicarse a un solo trabajo, sino a varios con el fin de responder y cubrir las necesidades de sus familias; “aquí, solo el flojo se muere de hambre” me dice Beatriz, madre de familia.
En Xochistlahuaca el axioma parece ser simple; los hombres trabajan en el campo y las mujeres tejen. Tejen en todas partes. Tejen todo el tiempo. Ocho horas por día en promedio.
Con 100 pesos se puede vivir un día en Xochistlahuaca. Las blusas, que tardan una semana en ser realizadas por las mujeres amuzgas, se venden el domingo entre 120 y 220 pesos, los que permiten alimentar a la familia un día o dos con suerte. Este precio se puede mantener si se entrega a un particular, no obstante, en la mayoría de las ocasiones se venden más baratas a un señor que compra unos 50 tejidos para venderlos al exterior, él decide el precio y por ganar algo las mujeres amuzgas aceptan vender su trabajo a bajísimos ingresos.
Como mencioné anteriormente, para cubrir sus necesidades las mujeres se dedican a miles de otros trabajos en la cotidianeidad; Beatriz, por ejemplo, cuida de sus animales (marranos, pollos y cabras), presta su bocina para anunciar ventas, fallecimientos, etc. Con los anuncios gana apenas 10 pesos mexicanos (en Ometepec ciudad vecina ella cobraría 30 pesos mexicanos).
También siembra maíz en su patio, explica que si no lo hiciera pasaría su vida comprándolo, presta su máquina para moler el maíz a dos pesos y también gracias a sus conocimientos en medicina hace de enfermera.
Personas mayores vienen para que Beatriz los inyecte o les tomé la presión, van a su casa porque según una de ellas “en el hospital casi no hay nadie que hable bien amuzgo y como soy pobre no me siento bien en el hospital y tengo confianza en Beatriz”.
Además de estos trabajos, Beatriz vende comida. Hoy, martes, es día de tamales, todas las mujeres de la familia cocinan juntas para vender “una orden” de diez tamales a cinco pesos. Floricelda, su sobrina, no tiene clases hoy, entonces le toca ayudar a cocinar.
Recientemente también vende golosinas para los niños (bolis y gelatinas), para ello compró a plazo un refrigerador a tres mil pesos que tendrá que pagar durante un año. Vende las golosinas a un peso, lo cual no alcanza ni para comprar un cigarro (cuyo costo estándar es de dos pesos). Dice que los niños son también pobres, entonces no les quiere hacer pagar más.
Sumado a lo anterior, el trabajo doméstico también apremia en todo momento. Beatriz se levanta a las seis de la mañana. Dice que “es una dormilona” porque después de haber preparado la comida para su hijo de diecisiete años que sale al campo a trabajar se vuelve a acostar en la hamaca. Apenas cierra los ojos y ya tiene que empezar a vender golosinas.
El hijo de Beatriz se rompió el brazo a los 13 años, debido a esto se quedó tres semanas en casa recuperándose y después de su convalecencia decidió que no volvería a la escuela. Hoy, Fermín me dice que está orgulloso de participar en la sobrevivencia de la familia. Sobrevivencia, definido por la Real Academia Española (RAE) como el “seguir viviendo o existiendo” que al fin y al cabo es lo que justifica todos los trabajos llevados a cabo por las familias amuzgas. Más allá de esto, el campesino gana poco en Xochistlahuaca – donde abunda el maíz los frijoles, los plátanos y la jamaica, escasea el dinero.
A veces las familias no tienen suficiente para vivir en el día a día. Entonces comen “hierba” me dice. Hierba santa para hacer un té, también pueden integrarla a tortillas de maíz, si tienen suficiente dinero para comprarlo o con el que encuentran en el campo, junto algunas frutas que también se encuentran esporádicamente.
Con estas condiciones de vida, la migración es una aspiración esperanzadora. Las madres quisieran al menos ir a vender sus tejidos en la ciudad vecina, Ometepec, porqué se venden más caras allí. Beatriz no lo hace porque cuesta dinero ir hasta allá (treinta pesos) y comenta que las otras mujeres no saben hablar bien el español, entonces no pueden vender en otra parte que no sea Xochistlahuaca. “Nosotros somos miedosos”, dice ella.
Las jóvenes generaciones sueñan con irse. El cotidiano de la madre de familia amuzga, no es aceptable para la mayoría de las niñas y las jóvenes de la comunidad. En la única escuela secundaria de la comunidad, todas añoran irse a otro lugar; “aquí no tengo dinero” me dice Floricelda, sobrina de Beatriz. «Yo no sé mucho tejer y no quiero aprender, me quiero ir al norte, pero no sé cómo». Ante mi interrogante confiesa no saber exactamente a cuál parte del Norte migrar. Su prima, la hija de Beatriz, se fue a Estados Unidos a los 13 años, entonces Floricelda también quiere irse.
Cesar, otro alumno de la escuela me dice «Quiero ir a Estados Unidos, mi mamá está allá, yo vivo con mi abuela, quiero ir en la ciudad de Paris». La geografía es confusa para la mayoría, quienes no salieron del Estado de Guerrero, pero la voluntad de irse es fuerte. Poco a poco, la elección por una vida frugal en la comunidad indígena de ‘Llanos del Carmen’ parece ser ilusoria y muestra su verdadera cara: la miseria.
El lazo que tiene la comunidad con la Madre Tierra es fuerte, pero no hace desaparecer el sentimiento de pobreza de esta población que ve la modernidad alrededor de sí sin poder tocarla; entre tener el deber de vivir “de forma tradicional” o más bien, en la miseria, y continuar haciendo bonitos vestidos sin quejarse.
Asimismo, si ciertas comunidades indígenas aspiran a vivir de forma autónoma, otras como la comunidad ‘Llanos del Carmen’ están sometidas a la marginalidad, a la carencia de servicios públicos como la educación o la salud; la única escuela secundaria de la comunidad tiene salones gracias a los padres de alumnos que se dedicaron a construirlas.
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De cierta forma, esta exclusión sufrida es el resultado de que la lógica capitalista entró en la comunidad creando nuevas aspiraciones en la comunidad, así como un sentimiento de pobreza frente a todo lo que los demás tienen. Estas nuevas aspiraciones arrasan el modo de vida tradicional del pueblo amuzgo.
En este nuevo paradigma capitalista, el indígena está condenado a la miseria con la hipócrita fachada de la protección de su forma de vida tradicional. Sus aspiraciones, por lo contrario, son tener acceso a las mismas cosas que sus vecinos, con la posibilidad de hablar su lengua y hacer vivir su cultura. La cultura del tejido seguiría para algunas, pero no en la situación actual de necesidad vital que se puede resumir en “tejer o morir”.
Texto y Fotografías: Paloma de Dinechin 1Periodista independiente especializada en Ciencias Políticas, región Latinoamérica | Instagram: @Palogram.
Referencias
↑1 | Periodista independiente especializada en Ciencias Políticas, región Latinoamérica | Instagram: @Palogram |
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