A través de Ayotzinapa podemos ver el verdadero rostro de México: Paula Mónaco

ENTREVISTA CON PAULA MÓNACO FELIPE

Originalmente publicada en septiembre del 2016 en Tercera Vía

La periodista, activista, militante de H.I.J.O.S., nació en Argentina, donde sus padres fueron desaparecidos por la dictadura. Con un largo proceso de lucha en su país por la memoria, la verdad y la justicia, se acercó a Ayotzinapa, con el objetivo de documentar, de manera directa, la experiencia de las víctimas. De aquello resultó un libro que nos obliga a mirarnos como país, de frente, sin afeites ni retoques.

Todas las fotos: Annick Donkers

¿Cuáles fueron tus motivaciones para escribir “Ayotzinapa, horas eternas”?

La convicción de que la memoria es una apuesta a largo plazo, que puede ser cansada, pero que es muy importante en términos de los derechos humanos. Creo en la memoria como una forma de justicia, sobre todo en contextos donde la impunidad es la regla, como en México.

Por otra parte, mis dos padres son desaparecidos en la dictadura de Argentina, por lo que crecí en un contexto dictatorial primero y luego al comienzo de la democracia. Era un país y una época en que “justicia” era una palabra lejana, fría, vacía, como lo es hoy en México. En aquel entonces sentíamos lo mismo que se siente hoy aquí: que la justicia es inalcanzable, imposible.

¿Cómo fue tu proceso en Argentina y de qué manera lo vinculas a tu trabajo en México?

Toda una generación decidimos trabajar por la memoria, la verdad y la justicia en Argentina. Esos son los lineamientos de las organizaciones a las que pertenecía y pertenezco, y creo que también pueden ayudar a enfrentar situaciones como las que vemos hoy en México: la crisis de graves violaciones a los derechos humanos, los miles de desaparecidos, los más de ciento cincuenta mil asesinados en menos de diez años, etcétera. Todas estas situaciones que son terribles y que han orillado a que muchas personas en este país vivan sin vivir.

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¿Trabajar sobre la memoria es una forma de evitar tragedias futuras? ¿No dependen las masacres y las graves violaciones de derechos humanos de la permanente libertad humana de herir?

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Foto: Annick Donkers

Creo que pueden darse las repeticiones, que hay cosas que vuelven, pero sobre todo en países en donde nunca hubo justicia. Tenemos que entender que no solo se trata de que exista un proceso legal en donde personas sean condenadas y vayan a la cárcel, sino que tiene que ver con la más básica forma de justicia: acceder a la verdad.

Ahora bien: ¿Dónde están volviendo a ocurrir masacres? En México. No está pasando en otros países. Existe una venda que no hemos quitado de nuestros ojos. En otros países no hay ciento cincuenta mil muertos. No hay treinta mil desaparecidos. Eso está pasando acá, en el país que en 1968 vivió una masacre de estudiantes respecto a la cual no tenemos ni verdad ni justicia. El mismo que en 1969 tuvo su primer caso de desaparición política, la del profesor Epifanio Avilés. Sabemos que hay cientos y tal vez cerca de mil desaparecidos entre 1969 y 1971 en la sierra de Guerrero, que hubo otros tantos en el norte del país. Los responsables de esas desapariciones están libres, impunes y gozan de privilegios. El ex presidente Luis Echeverría vive en una mansión, protegido por el Estado Mayor, con jubilación, con sus gastos garantizados. Eso no está ocurriendo en todas partes. Está ocurriendo aquí. Hay que atrevernos a ver eso.

Creo que Ayotzinapa sintetiza mucho de lo que es México, y a través de ello podemos ver su verdadero rostro como país. Este libro es un espejo. Debemos atrevernos a mirarnos en ese espejo, para ver lo que nos gusta y lo que no; para cambiar es necesario que nos enfrentemos a las cosas que aparecen en nuestro reflejo.

En tu vivencia, ¿De cuáles estrategias puede valerse la memoria para lograr encaminar la justicia?

La memoria no es la única herramienta. Tiene que ir acompañada de procesos sociales, de procesos de participación, de procesos de asumir como propio lo que está pasando. En Argentina existió un movimiento de organizaciones de familiares que nunca bajó los brazos: madres, abuelas, familiares, hijos, que hemos caminado a la par, pese a las diferencias generacionales y las distintas formas de pensar. Además, hubo un gobierno que tuvo una clara disposición a eso, a la memoria, la verdad y la justicia. Pero sobre todo, se conformó una sociedad que pudo mirarse a sí misma. La situación empezó a cambiar cuando los desaparecidos dejaron de ser exclusivamente de sus familias, como si se trataran de un asunto privado.

La situación empezó a cambiar cuando los desaparecidos dejaron de ser exclusivamente de sus familias, como si se trataran de un asunto privado.
Para esto fue fundamental que el gremio en que trabajaba mi papá le pusiera su nombre a una sala y colocara su retrato; que el gremio donde trabajaban los padres y madres de otros compañeros hicieran un torneo de ajedrez en su honor; que en las escuelas más de un maestro dijera en la clase de historia “ahora vamos a ver este tema, aunque no aparece en el programa”; que artistas hicieran obras a partir del Teatro x la Identidad para la búsqueda de niños desaparecidos, etcétera.  

Hay que entender que el sistema es perverso y no se va a juzgar a sí mismo. Al ver genocidas libres y comprobar la existencia de un pacto de impunidad en las leyes para que así fuera, empezamos a hacer escraches. Se trata de ir pacíficamente a sus casas, con sus fotos, y señalar “Aquí vive un genocida”. Al comienzo éramos veinte personas, luego cien. En el año 2005 en el escrache a Videla había diez mil personas. Esos ya no eran solo familiares de los desaparecidos. Años depués, se reabrieron los juicios. No hay que subvalorar la memoria: es la gotita que puede quebrar la piedra.

Foto: Annick Donkers
Foto: Annick Donkers

 

¿Consideras que se cumplen los objetivos de tu libro? ¿Cómo ha sido su recepción?
Creo que mi libro sirve para que quienes no han tenido mucho conocimiento de un caso lo puedan abordar desde lo más cercano e intenso, como lo es un libro, para ir más allá de la noticia en el periódico. Es la excusa para seguir hablando del tema, para encontrar nuevas aristas, para seguir buscando la verdad sin perder de vista la necesidad de justicia. Ayuda a ponerlo sobre la mesa y preguntar: ¿Qué vamos a hacer con esto?

Mi libro se basa en cerca de cien entrevistas. Todas las palabras escritas ahí tienen como sustento una grabación y la autorización de las personas que las respaldan. Cumple en ese sentido como documento.

Este libro esta hecho sólo con voces de víctimas y sobrevivientes. Eso siempre se busca deslegitimar desde el poder. Se siembra la duda, se dice que son versiones “tergiversadas”. Yo creo que las víctimas nunca tienen razón para mentir. Por mi parte, más que una escritora, soy un vehículo que ayuda a transmitir las voces a esas personas, para que otros conozcan su historia.


¿Qué pistas sugieres seguir para una lectura política sobre Ayotzinapa de cara al futuro?

Recuerdo una revista cuyo nombre es “Caras y Caretas”. Creo que a partir de mi libro, y de otros que se han escrito al respecto, podemos ver quiénes son caras reales y quiénes son caretas en esta historia. Conforme pasa el tiempo, queda más claro la estrategia que jugó este gobierno, de casi un juego de ajedrez, de mover piezas para un fin que parecía estar planeado desde el primer día: el silencio y la impunidad. Lo vemos en el tiempo que tardó el presidente en dar la cara a los familiares y en cómo los recibió, en la dinámica de las siguientes interlocuciones con el gobierno, en los momentos en que se realizan las tres principales conferencias de prensa por parte de las autoridades, en que hubo formas claras de desviar la atención y desmovilizar mediante el uso de la violencia contra el movimiento en momentos específicos. Si miramos desde una postura no publicitaria del régimen, se desnuda eso: quiénes son caras, quiénes caretas.

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