La prospectiva de Tercera Vía para el 2017
Fuck 2016, fue el título que Tercera Vía utilizó para nombrar al recuento gráfico de un año de descalabros —en buena medida, el título se deriva del extraordinario resumen anual que hizo John Oliver—: desde el golpe a Dilma, el ascenso fascista en Europa (Reino Unido, Austria, Hungría, Francia, Holanda y Alemania) y el No a la paz en Colombia, hasta el descalabro emocional que sufrimos con el anti-democrático triunfo de Donald Trump. A estos acontecimientos se han agregado una serie de eventos simbólicos que han dejado un amargo sabor de boca en el balance del año que concluye y que a muchos les llevó a exclamar, entre el humor y la desolación: vete ya, 2016.
Sin embargo, ¿Existe alguna razón lógica para esperar que el 2017 pueda ser un año mejor que este? ¿Hay alguna oportunidad para aferrarnos a la esperanza que nuestra naturaleza de animales con lóbulo frontal nos impone?
FIN DE UNA ÉPOCA
Jurgen Habermas habló de un largo siglo XIX (1789 -1914) y un breve siglo XX que, señaló, terminó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. Por su parte, Fernand Braudel dividió la historia en etapas de larga duración y períodos de confusión. Entre esas etapas estaban las que, como apuntara Gramsci, lo viejo no se termina de morir y lo nuevo no acaba por nacer: ese momento de interregno en que aparecen los monstruos. En este contexto, algunos han definido nuestra época como la “alta modernidad” o la “posmodernidad”.
Lo que está claro es que los últimos 27 años de la humanidad -con una intensa revolución tecnológica y digital, el surgimiento de nuevas y más dinámicas formas de interacción, la consolidación de regímenes democráticos, su posterior declive de legitimidad y la híper-concentración de la riqueza en el 0.1% de los seres humanos-, fueron una transición económica, social y política que podría estar encontrando un punto de quiebre.
Fenómenos como el fascismo y la xenofobia, que parecían condenados a la marginalidad, no fueron desterrados de la lógica de las mayorías. Como señaló Amos Oz en su discurso de aceptación del Premio Goethe, la modernidad “corrió a Satán, pero éste no se quedó desempleado”.
JUGAR CON FUEGO
Es imposible predecir con exactitud los hechos que vendrán en el año que comienza, pero sería ingenuo no advertir que los ingredientes necesarios para la catástrofe están sobre la mesa.
El pasado 20 de diciembre, el experto en prospectiva y futuro, Paul Higgins, compartió un análisis geopolítico de Eric Garland con el siguiente tweet: “Gran pieza, Eric. Yo creo que Putin está jugando ajedrez tridimensional mientras nosotros no somos capaces, siquiera, de ver el tablero”.
En el texto, Garland describe cómo Putin tiene una campaña de propaganda desplegada con dos ideas centrales: el desastre en Medio Oriente se debe a la incapacidad de Estados Unidos, y Rusia tiene una especie de “derecho regional” para imponer su autoridad en la zona.
Si uno lee el recuento de los hechos -y anexa eventos como el golpe de Estado que fabricó Recep Tayyip Erdoğan para legitimar su despótico gobierno, al tiempo que un policía turco de origen sirio asesinó al embajador ruso en Turquía en nombre del extremismo islámico- descubrirá un complejo rompecabezas que está siendo armado y que podríamos ver resuelto con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos.
No es un asunto menor que Barack Obama y la CIA hayan declarado, ya pasadas las elecciones, que tienen evidencia de una intromisión del gobierno de Putin en el proceso electoral norteamericano. Tampoco debe leerse como un hecho separado de este entramado geopolítico el último episodio del conflicto diplomático israelí, derivado de la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU -apoyada por 14 países y la abstención de los Estados Unidos- para poner fin a los asentamientos israelíes en territorio palestino.
Envalentonado por la promesa de Donald Trump de que “las cosas en Naciones Unidas serán distintas” a su llegada, Benjamin Netanyahu ha emprendido una campaña hostil contra los 14 países -entre los que destacan China, Francia, Rusia, Gran Bretaña, España y Japón-, que inició con citar a sus embajadores en Israel en plena Navidad para expresarles una enérgica protesta.
SE REPITE LA HISTORIA:
Corrección política, desigualdad y tensiones imperialistas
Si algo ha caracterizado a los seres humanos a lo largo de la historia es su proclividad a volver a andar el camino recorrido. ¿Existe algún paralelismo entre lo que hoy vivimos y una alguna otra etapa de la historia de la humanidad?
Tal vez el mayor parecido se encuentra, precisamente, en el cambio de época que se vivió dos siglos atrás, también con una revolución tecnológica detrás y con una creciente tensión entre las potencias: la transición del siglo XVIII al XIX.
Uno de los síntomas comunes es que en ambas épocas se vivió un periodo de baja intensidad en el terreno de la intelectualidad y de corrección política -eso que Amos Oz describe como la expulsión de Satán.
El erudito economista norteamericano Robert L. Heilbroner, en su obra Los filósofos terrenales, describe aquella época de la siguiente forma:
“De ahí que el boom victoriano diera lugar a una serie de comentaristas, esto es, personas que examinaban muy detalladamente el funcionamiento del sistema, pero no de personas que expresaran alguna duda o hicieran pronósticos sobre su destino final (…) Mientras que, en otros tiempos, excéntricos y charlatanes eran ampliamente proscritos por las opiniones de sólidos pensadores como Smith y Ricardo, ahora el mundo marginal atraía adictos por otra razón (…) En el rígido mundo de la corrección de la época era muy escasa la tolerancia con aquellos cuyo diagnóstico de la sociedad dejaba lugar a dudas morales o parecía indicar la necesidad de reforma social”.
En plena campaña electoral, Bill Maher, singular líder de opinión de los Estados Unidos, escribió un ensayo para el Hollywood Reporter en el que advertía como la “corrección política” le podría costar la elección a los demócratas:
“(…) Trump ha basado su campaña en la arrogancia y el completo desprecio por la corrección política. Y la nueva generación está empujando un movimiento que valora la autenticidad por encima de todo. Trump es un niño petulante, pero al menos es real. (…) Los estadounidenses han estado asfixiados por esa corrección política y el excesivo cuidado de los políticos, y por una o dos generaciones estrán hartos de ello (…)”
El asunto de la corrección política no solo está marcando el tono de la política norteamericana, sino también el de las elecciones en Europa. No es casual que meses atrás, la revista británica The Economist haya lanzado una editorial en defensa del discurso de odio, a propósito del neo-fascista holandés Geert Wilders, en la que destacan los efectos negativos de las leyes que imponen corrección.
El 0.1% de las familias norteamericanas, pasó de concentrar el 7% de la riqueza que acumulaba hace 40 años, a superar el 20% del total hoy en día
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Otro paralelismo de esta época con lo que ocurría en el cambio del siglo XIX al XX es la salvaje concentración de la riqueza; un elemento que se presentó entonces con personajes como los hermanos Rockefeller, y que se presenta ahora de forma menos personalizada: el 0.1% de las familias norteamericanas, por ejemplo, pasó de concentrar el 7% de la riqueza que acumulaba hace 40 años, a superar el 20% del total de la riqueza norteamericana desde hace un par de años. Justo los niveles de concentración que se dieron hace un siglo.
En el caso mexicano, una treintena de personas acumula una fortuna de 140 mil millones de dólares, al tiempo que somos uno de los países que se sigue resistiendo a cobrar el impuesto a las herencias.
La situación geopolítica descrita anteriormente y los liderazgos que han surgido en potencias como Gran Bretaña, Francia y Reino Unido, también tienen similitudes con las tensiones imperialistas que sucedían hace poco más de un siglo, sólo con una diferencia geográfica: el epicentro de la tensión está en Medio Oriente y no en África.
A decir de Heilbroner, los elementos que dieron pie a la Primera Guerra Mundial fueron “la interferencia política, la terrorífica explotación, el uso de la fuerza militar y un desprecio general por los intereses de los países más pobres”. ¿Falta en la coyuntura global actual alguno de esos elementos?
EL 2017, LOS EVENTOS A SEGUIR
Hasta aquí hemos presentado un análisis de la situación actual, pero vale la pena tener en cuenta algunos de los eventos que Tercera Vía ha enumerado como decisivos para el próximo año y que podrían ser puntos de inflexión en la historia que se construye, destacando los siguientes:
- La toma de protesta de Trump (20 de enero) y sus primeros días al frente de la Casa Blanca: aunque no hay espacio para el optimismo (la conformación de su gabinete ha confirmado la tesis de que detrás de su candidatura estuvieron los poderes fácticos más conservadores, oligárquicos y de visión imperialista de los Estados Unidos), habrá que estar atentos a los primeros hechos simbólicos de su administración.
- Las elecciones en Europa: Holanda (marzo), Francia (primera vuelta en abril, segunda en mayo) y Alemania (septiembre) en las que los neo-fascistas Geert Wilders, Marine Le Pen y la organización Alternativa por Alemania tienen opciones de triunfo o, cuando menos, expectativas de un pronunciado crecimiento.
Vale apuntar, también, que se conmemorarán los centenarios del ingreso de Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, de la Revolución Rusa y que habrá una intensa actividad en la política internacional. 2017 será un año en el que, al abrir los periódicos (o Twitter o los blogs), preferiremos estar al día de la actualidad internacional por encima de la nacional o de la local.
UN NUEVO ESCENARIO ES INMINENTE
A diferencia de lo que muchos analistas han escrito, el surgimiento de un nuevo escenario es impostergable. Incluso, en el caso de que los más ingenuos tuvieran razón y Trump significara solo “un cambio en el discurso”, las implicaciones no serían menores.
La ausencia de legitimidad no es un problema menor para un imperio.
Heilbroner explicó, a propósito del imperialismo norteamericano, que su fin no era proteger “la propiedad norteamericana, sino la ideología norteamericana”, y es evidente que la victoria cultural norteamericana (recuperando una categoría gramsciana) fue la expansión del discurso de la liberalización económica, la democracia liberal y los derechos humanos. Trump representa un desafío a esos tres pilares discursivos: cree en la intervención imperialista del Estado norteamericano a favor de sus intereses, tiene una idea fascista del poder y desprecia los derechos humanos y la igualdad jurídica de los seres humanos.
El primer efecto que ese discurso tendrá será desmontar la legitimidad alcanzada por los Estados Unidos, especialmente tras el carismático ejercicio del poder de Barack Obama, que se dio el lujo incluso de zanjar diferencias con el líder latinoamericano más importante del siglo XX, Fidel Castro, justo en el año de su muerte. Y la ausencia de legitimidad no es un problema menor para un imperio.
MÉXICO EN EL TABLERO
Para los mexicanos, que el nuevo escenario llegue justo mientras tiene lugar una crisis de nuestro régimen y tenemos a uno de los líderes políticos más débiles de nuestra historia en el cargo de presidente, es casi una desgracia.
Lo es, además, porque la ausencia de intelectuales con sentido de profundidad es un fenómeno que también se repite en la escala nacional; frente al ascenso de Trump, lo que sectores críticos de la vida pública mexicana le han exigido al presidente es, si acaso, prudencia.
En momentos de cambio, como el que viviremos en el 2017 y, probablemente, en los próximos años, se requiere audacia. Y no nos referimos al tipo de audacia de “jugar con fuego”, sino a la astucia, que le viene bien a cualquier nación, independientemente de su lugar en el tablero. Lo primero que los liderazgos políticos de México deberían tener en cuenta es que la importancia de nuestro país no es periférica. Y no lo es por dos hechos fundamentales (uno interno y otro de carácter externo): nuestra ubicación geográfica y el surgimiento de China como una potencia imperialista.
Para ilustrar la nueva realidad global baste recordar que mientras las economías emergentes asiáticas (es decir, sin Japón ni Corea del Sur) eran 50% más pequeñas que las europeas hace dos décadas, para 2005 eran ya equivalentes, y en el 2017 se habrán invertido los papeles y la economía europea será, apenas, la mitad de grande que esta “Nueva Asia”.
Si bien es cierta aquella máxima de que “cuando Estados Unidos tiene un catarro, a México le da neumonía”, también podría utilizarse la analogía en el sentido inverso, y en referencia a la seguridad nacional norteamericana. Ese elemento de negociación debe ser clave en la agenda bilateral. En cualquier caso, debemos primero resolver nuestro problema de legitimidad interna, que surge de la actual crisis de gobernabilidad.
Las elites políticas mexicanas, tan preocupadas por la elección presidencial del 2018, deberían analizar la posibilidad de conformar un gobierno de coalición y unidad nacional, pero no después del próximo proceso electoral, sino de manera inmediata. Para ello, tendría que haber más talento y altura de miras en el gobierno, y menos mezquindad y pequeñez en la oposición.
Y claro, también podemos rezar.
CRÉDITOS
Análisis: Jorge Álvarez Máynez Edición: Luis Valencia Ilustración: Jonathan Gil Diseño web: Francisco Trejo
1 comentario
Que buen panorama, me encantó el triste concepto de crisis de gobernabilidad, excelente página, Saludos!