Los Beatles en la Concha Acústica
Durante algunos años, los veranos venían a Guadalajara mis primas las gringas. Vivían en El Paso, Texas. Mi tío —su papá— no era gringo: era Vilchis, de acá por los rumbos de Toluca. Creo que ellas sí habían nacido del otro lado de la frontera. Mis primas eran un montón, no recuerdo muy bien si seis o siete, a las que habría que añadir —por supuesto— a mis dos tíos. Sus edades iban, calculo a la distancia, desde los 4-5 la pequeña, hasta los 16-17 años la más grande.
Creo que ellas sí habían nacido del otro lado de la frontera.
Contrario a lo que pudiéramos suponer, mi tío Jesús y su ramillete nunca se hospedaron en el Hilton. Preferían el calor de hogar que les brindaba nuestra casa (en aquellos años vívíamos en la calle Tolsá, exactamente a un lado de donde más adelante se construiría el cine México) y las consecuentes incomodidades derivadas de contener forzadamente dos familias de dimensiones considerables.
Recuerdo que llegaban en una guayín Chevrolet color azul clarito que tenía pintadas unas llamas en las salpicaderas, como si de las llantas delanteras saliera fuego. A partir del momento en que llegaban, venía la reorganización total de la casa para hacerles espacio: todos los hombres nos hacinábamos en un solo cuarto. Otra imagen: las camisas de mi tío querían parecerse a las que años después usaría Magnum, el detective del Ferrari prestado.
Mis primas siempre traían novedades. En aquellos años era mucho más fácil sorprenderse ante cualquier chuchería de a dólar que ahora, en los años de la globalización, los tratados de libre comercio y todas esas cosas.
En el verano de 1964, la novedad vino en forma de disco de 45 revoluciones. La imagen que conservo es muy clara, como si la estuviera viendo proyectada en alguna sala cinematográfica: sobre el escenario de la hacía muy poco estrenada Concha Acústica del Parque Agua Azul, un tocadiscos portátil de plástico azul —que me imagino debe haber sonado espantoso, si lo calificamos con criterios de escucha de CDs— resultó suficiente para llenarlo todo con aquella música:
She loves you, yeah, yeah, yeah
She loves you, yeah, yeah, yeah
You think you,ve lost your love
Well I saw her yesterday-yi-yay
It,s you she,s thinking of…
Fue un golpe, una revelación: hasta ese día la música había sido algo que me acompañaba sin mayor relevancia, sin valor propio. No recuerdo haber escuchado antes ninguna otra música tan cargada de significado. Por ejemplo, viene a mi memoria la obertura Guillermo Tell de Rosini, pero como tema del programa de televisión El Llanero Solitario.
A partir de «She loves you» y su lado b, «I want to hold you hand», escuchadas por primera vez en esa fecha imprecisa del verano de 1964, tuve la certeza de que la música tenía un lugar propio, un peso específico. Eran una secuencia de sonidos que me decían algo, que podía —por esa simple razón— considerar propios, a pesar de mis apenas nueve años de edad.
Ese día, una puerta se abrió para ya no cerrarse. Después vendrían Rubber Soul, Revolver, The Rolling Stones, The Doors, Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band, Yardbirds, Cream, Ten Years After, Pink Floyd y muchísimos etcéteras más. Hasta la fecha. Las cosas ya no volvieron a ser iguales después de ese concierto en la concha acústica del Parque Agua Azul con un tocadiscos portátil de plástico azul.
Después, mis primas las gringas dejaron de visitarnos los veranos. Con el tiempo me enteré que las visitas eran parte de un elaborado plan, urdido por mi tío con miras a recuperar una inexistente herencia. Cuando se enteró que no había tal, simplemente desapareció del mapa, llevándose su ramillete. Es una lástima. Mis primas eran —supongo que todavía lo son— simpáticas. Además, y eso es invaluable, me iniciaron en el mundo de Los Beatles.
A veces, cuando escucho esa música llena de resonancias me asaltan las saudades y me pregunto que será de ellas.
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Avelino Sordo Vilchis, editor, diseñador gráfico y escritor
1 comentario
genial remembranza….