Las cabras de Chicago
Adiós maldición.
El equipo muerto de la mayores ha sido declarado vivo. Avisen a los doctores. La medicina no podrá explicar cómo las costuras, los batazos y césped ralo devuelven la vida. Gracias Cubs. Gracias beisbol.
Gracias suerte.
El juego
Partido siete de la Serie Mundial. Lluvia. Cabras. Nervios. Maldiciones. Cerveza. Extra innings.
Décima entrada en el Progressive Field. Silencio. Arrancado el juego, Ben Zobrist aprovechó la casa llena y sobre jardín central puso una pelota, de costuras livianas, a flotar sobre el césped húmedo. Albert Almora llegó seco a home. 7-6 Cubs arriba. El muerto daba señales de vida.
Después, como calca, Miguel Montero conectó otro sencillo remolcador. Está vez piso la almohada blanda
Antonhy Rizzo. 8-6. El muerto volvió a la vida.
Mike Montgomery lanzó la ultima bola del juego. Michael Martínez pegó sencillo a segunda base. Sin problemas la pelota nerviosa encontró el guante hambriento del primera base. Out. Se acabaron 39,641 noches de maldición. ¿No hay forma de explicarlo?, Sí. El Beisbol le dio vida a la vida.
Nunca más una cabra aguará la fiesta.
El otro juego
Sparky Anderson, adornado presente en el salón de la fama en 2010 y ganador de tres series mundiales dijo hace unos ayeres algunas palabras nada formales sobre la vida en el beisbol, no hasta la noche mágica del pasado miércoles.
“No nos llamen héroes a los beisbolistas, los bomberos son héroes, no nosotros”.
Tras 108 años de espera, cada uno de los aficionados de los Cubs merece ser nombrado héroe. Hay alegrías que devuelven la vida. Los bomberos, enfermeras, guardias de seguridad y amas de casa se merecen la Serie Mundial. Perdón Anderson, el beisbol sí da héroes.
Lo merece también la abuela de los Cubs, esa de las gafas cortas, las manos nerviosas, la sonrisa interminable, que pedía solo un campeonato antes de morir. “Just one before I die Chicago”.
Se lo merecen todos los que frente a un televisor gritaron como infantes en la nochebuena. La emoción no hace distinción. Esa noche latió un mismo corazón. Azul. Rojo. En forma de “C”, de Chicago.
Nos lo merecemos nosotros, los fieles al deporte. Los amantes de la pelota. Estas hazañas, las de perder para ganar, siempre son lecciones de vida. Siempre son y serán la cosa más bonita del mundo.
Los fieles seguidores de los Cubs merecen cada grito de felicidad, cada respiro de alivio, cada abrazo y cada repetición riéndose del ultimo out y de la cabra. Gracias Cubs. Gracias suerte. Gracias baseball.