La victoria de Trump: seis tesis a quemarropa

1.- Sabíamos que existían personas que votarían por Trump, pero muchos pensábamos que habría más que lo harían por Hillary, aún cuando sólo fuese para detener a Trump. No ocurrió así. ¿Por qué?

Hay dos aspectos en los que se parecen las campañas del Brexit, Trump y el NO a los Acuerdos de Paz en Colombia: el primero es que las posturas reaccionarias movilizaron muchísima energía social porque apelaron a las emociones y los instintos más básicos del electorado. Una clave de la derrota de los sectores progresistas fue que enfrentaron a esas posiciones vehementes -y su innegable capacidad de condensar miedos difusos- con razonamientos fríos, replegándose en las tendencias normalizadoras del statu quo.  

El segundo aspecto puede ser ilustrado mediante un paralelismo histórico, con la figura de Catón (el joven). Catón provenía de una familia que adquirió “lustre y gloria” por su bisabuelo, personaje de gran poder que fue tenido en el máximo concepto por los romanos. Nacido en una familia notable y dando muestras precoces de grandes aptitudes, Catón nunca pudo aceptar que César y Pompeyo, a quienes consideraba de inferior cuna, talento y méritos, tuvieran mucho más poder y fueran más amados que él. Su trágico final fue el suicidio, pues le parecía inaceptable vivir en un mundo gobernado por César y no por Catón.

Los sectores progresistas, educados y cosmopolitas, han buscado someter “por las buenas”, mediante la demostración práctica de su “superioridad”, a las cada vez más nutridas franjas sociales que han sido relegadas por su discurso. Para los modernos catones es “incomprensible” que alguien como Trump haya ganado, pero hace tiempo que olvidaron las formas de emocionar a buena parte de la sociedad a la que pertenecen.

2.- ¿Qué pasó con las encuestas? Mientras no se reinventen las maneras de medir las preferencias, el pronóstico es que seguirán equivocándose los pronósticos.

3.- La victoria de Trump no hace que la antipolítica empiece a ser cuestionada, y al contrario, esa impostura se ve fortalecida. “Que se vayan todos” siempre ha hecho parecer que son lo mismo Obama y Trump, Dilma y Temer, Hollande y Le Pen. Hay buenas razones para el hartazgo con el establishment, pero es catastrófico que los polos opuestos -la derecha y la izquierda más radicales- terminen estando tan de acuerdo en su consigna estratégica. La política como deliberación es aplastada de paso: la nueva lógica es envenenar el ambiente, socavar el debate, interrumpir siempre, reducir las disputas a definir quién puede hablar más alto. La realidad de un poder sin cortapisas, que aplasta, que se impone como sea.

4.- Ayer no fue derrotada la democracia, sino algo más profundo que habíamos asociado a ella: la idea de progreso. El consenso tras las guerras mundiales era que el fascismo, el totalitarismo y en suma, los males políticos podían ser erradicados -aunque fuese en un lento proceso de avance- por vía de la educación -alfabetización, diversificación de los mass media, acceso a la cultura- estabilidad global a partir de organismos internacionales, políticas de inclusión, expansión de la democracia representativa, etc. En suma, que el progreso es mirar hacia atrás el mal y hacia adelante el bien. Hoy podemos decir que el horror se reinventa y tiene que ser enfrentado y derrotado en cada generación.

5.- En un mismo Estado hay varias naciones enfrentadas. Es un error seguir creyendo que las fuerzas vivas de un país delinean “su verdadero rostro” en acuerdo con los resultados de las elecciones. Éstas no son sino treguas temporales cuando la victoria en las urnas no se extiende a la construcción de hegemonía cultural.  

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6.- ¿Por qué en los análisis de esta elección en USA hemos visto a mentes brillantes hacer interpretaciones frívolas, como si pensar se tratara de ofrecer las respuestas más extravagantes y no de esforzarse por dar cuenta de las mejores? Hay un tipo de intelectualidad demasiado corriente que considera la victoria de Trump como un episodio “estimulante” de la gran aventura del pensamiento, o en última instancia, como la resulta de los misteriosos avatares de los pueblos.

Estos coleccionistas de ideas (no puedo llamarlos intelectuales) olvidan que el poder público define en última instancia las políticas de gestión de la vida y la muerte. La tarea de pensar públicamente exige muchas cosas, de las cuales por lo menos dos muy importantes les han faltado: matizar y hacerse cargo de lo que dicen. Ya veremos si en un par de años continúan sosteniendo que Trump y Hillary “eran lo mismo”; si pueden ver sus comentarios snob sin resquemor; si no les avergüenza haber contribuido a la confusión con la irresponsabilidad de su gesto ligero.

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1 comentario

  1. 09/11/2016 at 20:20 — Responder

    Sincretismos simplistas. Obama ha deportado mexicanos como nunca en la historia y estaba con Hillary. Pero es verdad: no son lo mismo, uno es cínico y la otra es hipócrita.

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