40 años del punk en el centro y en las periferias.*  

Versionada tantas veces en sus variantes pop, Dancing in the dark nunca fue tan bien entendida y asimilada como cuando en 2105 los Downtown Boys la incluyeron al final de su primer disco, “Full Comunnism”. Como dijo la Pitchfork Magazine, “cuando la vocalista Victoria Ruiz empieza a cantar parece claro que la chispa que Springsteen buscaba en la canción, en ella provocó un incendio interior”.  La furia sintetizada en la versión demuestra que estos casi treintañeros, con pinta de pubertos, son los que por ahora mejor representan la posibilidad de refrescar esa escena punk que de tanto en tanto parece polvosa en el mainstream, y que sobrevive, resguardada en las periferias, a la espera de volver a explotar.

Los “Downtown Boys” tienen recambio generacional, tienen orgullo latino -por sí sólo desafiante- y más furia política que nadie. Tienen el “do it yourself” y Victoria es toda una rrrioot giirrl. Tienen distorsión. Suenan a un estallido dispuesto a comerse al mundo, y nos anuncian: “podemos perder, pero no seremos zombies”. Tampoco lo fueron las brigadas internacionales, ni los derrotados de Allende a los que hacen alusión con su cover de los Prisioneros; tampoco los migrantes que recuerdan cuando cantan a Selena.  

Downtown Boys
Downtown Boys

A 40 años de irrupción del movimiento punk, los Downtown Boys son sólo un ejemplo del combo de complejidades, diálogos, ires y venires de ese término que nombró a los desechos en que el sistema convirtió a los comunes. Son la expresión clara y constatable de que el punk es una experiencia intelectual (Greil Marcus) basada en la desautorización de normativas.  

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Del año 1976 a este tiempo los vehículos de las alienaciones han aumentado su penetración. Los modos de producción se reorganizaron, y con ello, cambió la forma de reivindicar la individualidad en medio de los procesos de masas. Los modos autoritarios permanecen, pero algunos se volvieron más sutiles, a cambio de mecanismos de control mucho más sofisticados y entrometidos. La ocupación del espacio público por parte de los agentes inmobiliarios es casi total; se nota en la gentrificación de barrios que antes, en su aislamiento, permitían la reproducción territorial de formas de organización e incluso de ejercicios identitarios. Sería difícil anclarse en la lógica de que el punk, por más cuestionamiento sistémico que establezca, no tenga que verse impactado por ese cambio epocal. 

Las respuestas a lo anterior han sido muchas y han echado mano de viejos y nuevos recurso para impactar en la cotidianidad. En algunos casos, como en el del ciber activismo, la presencia del punk ha sido más o menos clara, como también en okupaciones que han reivindicado el derecho a la vivienda y los usos de espacio público para el encuentro y discusión, o incluso, para la confrontación como forma de discursar el carácter represivo del régimen y forzar su desgaste.

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La acepción del punk como forma de vida estética ciertamente ha sobrevivido en las periferias como estrategia de resguardo identitario. En este caso, lo que pasa es que resulta complicado difundir y expandir el legado de un campo ideológico que alguna vez, mediante los fanzines, los cassettes que iban de mano en mano o en sobres trans-oceanicos se propuso revertir la falta de acceso a los medios de comunicación para difundirse y, sí o sí, trastocar el sistema, pues sino, ¿Para qué insultar a la reina desde la Virgin Records? ¿Para qué la Anarquía de la que Crass se reclama fundador en tanto movimiento popular? En todo caso, hay ahí una especie de histeria que exige atención a costa de saber que de cualquier manera se sobrevivirá en la “oscuridad que bordea la ciudad” (Boss dixit). Pero entonces es normal que la arena, la experiencia, la ocupen otros.

Cuenta la leyenda que Gastón Acurio rechazó la propuesta de una feria culinaria anual porque lo que él estaba buscando no era un ejercicio normalizado más, sino un espacio único y nodal, que reventara los estándares y juntara a quienes pudiera reunir para preguntarse sobre el papel cultural, educativo y seguramente comercial de la gastronomía en la época. Sea como sea, le interesó al personaje romper los consensos dominantes. Algo que, al menos en ese sentido, hace sintonía con la playera de los Sex Pistols que llevaba puesta cuando la delegación de funcionarios y embajadores tuvieron a bien visitarlo para hacerle la malograda propuesta.
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Esta historia es la dramática muestra de que incluso en el otro lado del pueblo, en el mainstream más recalcitrante, hubo esquirlas que dispersaron dosis pedagógicas de una de las últimas revoluciones culturales de altos vuelos. De entonces para acá es incuestionable que el punk persiste en varios códigos postales, de formas incompletas, muchas de las cuales ni siquiera se reconocen entre sí. Haciendo evidente que lo importante no es “el quien se habita” sino el “como se habita”, el punk está agitando las cabezas donde menos se imagina.

En otro extremo del mundo -mucho más arraigado- cuentan algunos haberse encontrado con Patricia Pietrafesa. Su trayectoria amerita tratados ex profeso, pero adquiere relieve por el mérito de aterrizar el concepto del punk al ritmo de Kumbia en esencia Queer. Al mismo tiempo, hizo lo que todos deberíamos estar haciendo: se propuso registrar la historia del punk en su país (Agentina), reuniendo en un libro los fanzines que ella misma editó durante años -que contienen las anécdotas de conciertos para engranar una historia mayor- así como produciendo un documental en video, todo en lógica: “lo hago yo misma”, desde su Editorial “Alcohol y Fotocopias”. El resultado es la recuperación de las historias que “los sin futuro” nunca pensaron mirar en retrospectiva.

En coordenadas más cercanas está todo lo asociado a la deriva de las Juventudes Antiautoritarias Revolucionarias y el club The Real Under (Monterrey 80, col. Roma) que en muchos sentidos habrán cambiado las formas, pero que pueden seguir cantando “Cuidado” de Eskorbuto mejor que nadie. Unos han construido infraestructura y horizontes que mantienen vivas sus perspectivas contra la alienación y la explotación. Otros han seguido organizando tocadas, batallando con la supuesta imposibilidad de construir el ritual del encuentro, que más que ocio, es espacio de recuperación de una lógica de la vida al borde. 

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El conjunto de coordenadas tejidas con un poco de Providence, Rhode Island, la colonia Roma, pasando por Lima y Buenos Aires, demuestran que el punk ha logrado atravesar el cambio de época gracias a que su concepto sobrevivió, volviéndose flexible y polisémico: identidad y revolución cultural se actualizan en cuanto se ejercen, se representan y se hacen discurso para modificar la realidad. 

Hoy en día el punk se juega en las periferias, pero no sólo ahí. Negarlo, como hacen muchas historias oficiales de izquierdas y derechas, es negar una revolución cultural que  gracias a sus canciones y a las enseñanzas de sus colectivos, sus espacios y sus fanzines, han producido derivas que ayudan a enfrentar las tendencias  estatistas, esas que olvidaron que el objetivo es potenciar el poder de los individuos sobre sus vidas en comunidad. Todo ello ha propiciado, también, que sentidos comunes se fijen como objetivo la ruptura de inercias para propiciar creatividades y ejercicios cuestionadores.  

El punk ha logrado atravesar el cambio de época gracias a que su concepto sobrevivió, volviéndose flexible y polisémico

No se trata de actuar descontextualizados, sino de buscar permanentemente, y en los diversos campos, la manera de crear acontecimientos que descoloquen todo aquello que ha dejado de servir para objetivos transformadores. Se trata, en todo caso, de no tomarse tan serio ni el tiempo, ni su noción vital, y mucho menos los márgenes de acción instituidos: van 40 años, pero vienen muchos más.

 

*Versión modificada del texto publicado en el numero #107 de la Revista Generación Alternativa, dirigida por Carlos Martínez Rentería, ahora en circulación.

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