Derribar el muro: Crónica de un mítin psicodélico

“El gobierno de la ciudad informa: la Plaza de la Constitución se encuentra a su máxima capacidad”, repetían los altavoces dispuestos en el Zócalo. Hoy sabemos que cerca de doscientas mil personas se dieron cita en el concierto gratuito que ofreció Roger Waters en la Ciudad de México.

Observando el rostro insolado de la gente que llegó desde la madrugada anterior, no podía sino preguntarme: ¿Valió la pena estar así, a la intemperie, aguardando tanto tiempo para el concierto? “Lo que estamos a punto de contemplar compensará cada segundo de cada minuto de cada hora de espera” me respondió uno de los más entusiastas espectadores, que hizo el viaje desde Chiapas -unas 15 horas de trayecto- para poder ser parte de esta historia.

Estoy de acuerdo con él.

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LAS POSTALES

Víctor

“Me gusta mucho la música de Waters y de Pink Floyd, pero además, creo que es un evento excepcional en la historia del rock en nuestro país, sobre todo en lo que tiene que ver con el uso del espacio público y con arraigar la cultura del rock en México. Quizá es un parteaguas. Por otro lado, creo que la mezcla de la música de Waters y la escenografía que dispone el Zócalo son una combinación muy fuerte, sensorialmente estimulante. Además, se han generado muchas expectativas por los mensajes de contenido político que ha lanzado Waters. Para mi es una oportunidad para recuperar el Zócalo, que es una plaza que ha estado limitada en su uso popular.”

Víctor | Foto: Annick Donkers
Víctor | Foto: Annick Donkers

Istach

 “Yo vengo porque va a ser muy difícil que pueda ir a un concierto de Waters que cueste. Es aprovechar la oportunidad. Pink Floyd me gusta mucho, y aunque no conozco todos sus trabajos, “Confortably Numb” es mi canción favorita. Lo único que me preocupa es que pueda haber algún tipo de desastre. Hay muchas personas, y el discurso político de Waters podría causar algún problema. La verdad sería muy bueno que lea su carta, pero no sé como va a reaccionar la gente”.

Istach | Foto: Annick Donkers
Istach | Foto: Annick Donkers

José Antonio

“Es histórico este concierto. Waters es el músico más importante de la mejor banda de rock que ha pisado la tierra. Es épico que venga al centro de la ciudad. Yo quiero escuchar además “Wish you were here”, pues para mi tiene un significado especial, porque me recuerda a mi madre, que aunque ya no está en este plano, me heredó el gusto por Pink Floyd. En cuanto a significado político, quiero escuchar la serie de “Another brick in the wall”.

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José Antonio | Foto: Annick Donkers
José Antonio | Foto: Annick Donkers

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EL CONCIERTO

Todo comienza con la visión de una superficie inhóspita, que se aletarga, pálida e inquietante. Por encima de nuestros ojos las estrellas brillan como diamantes. Sólo podemos escuchar la monótona fricción atmosférica. Es el lado oscuro de la luna.

De a poco se sobreponen los latidos de un corazón. Salimos de la oscuridad para llegar a una tierra sagrada, donde los continentes aún están unidos, en una pangea-embrión-árbol. Es la representación de la vida para Waters. Súbitamente, el público es raptado por un grito, que da paso a Breathe:

“Breathe, breathe in the air. 
don’t be afraid to care. 
leave but don’t leave me”

La gente se entrega en un alarido. Solo veo rostros felices a mi alrededor. A esta potente apertura le sucede “Set the Controls for the Heart of the Sun”, una pieza arriesgada -la única en la que participaron los cinco miembros históricos de Pink Floyd- y que es propia de una época en que la exploración musical daba lo mejor y lo peor de sí. El bajo de Waters es la invitación a un ritual, una danza de iniciación. Las imágenes de la pantalla se descomponen en burbujas psicodélicas. Vemos entonces a los músicos ejecutar sus instrumentos como sumergidos dentro de lámparas de lava.

La lluvia arrecia en la Plaza de la Constitución, pero nadie se mueve de su sitio. Viene entonces One of these days, que levanta los ánimos con su ritmo frenético y su vocación ascendente. Tras la sacudida, los relojes de Time se hacen escuchar. La letra es aplastante:

“Hanging on in quiet desperation is the English way 
The time is gone, the song is over, 
Thought I’d something more to say”.

Para sellar el espíritu del momento, Waters enlazó con la segunda parte de Breathe y con The Grat Gig in the Sky. Ahí las coristas asumieron el protagonismo. Mientras que yo concluía que la actuación de las cantantes rozaba la medianía -ponderando así los quilates de la voz original, Clare Torry- la multitud se entregaba. “Wey, escuha eso. ¡Es la ópera de la nuestro tiempo!”- le gritaba un muchacho a otro, que evidentemente, estaba experimentando por primera vez esas texturas.  

Desde ese clima elegíaco fuimos lanzados al jolgorio más mundano, con Money. La apertura es inconfundible: la campanilla de cajas registradoras engordando, las monedas que repican, los tickets que se rompen. La pieza es un alegre blues a través del cual pudimos admirar al capital, motor del mundo, bajo la forma de su erotización más fetichista: el dinero, que no puede comprar la felicidad, porque de hecho, es la felicidad.

Money: La campanilla de cajas registradoras engordando, las monedas que repican, los tickets que se rompen

Luego del derroche materialista, el suave ritmo de Us and Them nos envuelve. Se trata de una crítica a las causas de la guerra -hablar de nosotros, en oposición a ellos- que al final de tanto dolor, sufrimiento y muerte para los pueblos, recompenzan a los “ganadores” con una taza de te y una rebanada de pastel un poco más grande. Le sigue, no por casualidad, Fearless, que mostró la iconografía de las protestas en Ferguson, Missouri, así como algunas de las consignas del movimiento Black Lives Matter: “We are Ferguson, We Are Gaza Beacuse We are Human”. Esa obra concluye con “You’ll Never Walk Alone”, el cover inmortalizado por Gerry and the Pacemakers que se convertiría en la arenga más conocida de los fans del Liverpool para con su club.

A continuación, Waters dio paso al disco Whish you where here. La primera pieza, Shine on your crazy diamond –dedicada a Syd Barrett.- capturó al auditorio en un clima místico y efervescente. Conduciendo nuestas sensaciones a placer, el emblemático tema de rock progresivo exploró la profundidad que albergan todos los corazones. Pude ver a distintos jóvenes ejecutando la pieza con su propia guitarra invisible, tal vez queriendo ser sólo música, y luego, luz que se disipa en todas direcciones, como el rayo que hiere las caras de un diamante.


De Welcome to the machine vale glosar el episodio gráfico -ideado por el ilustrador Gerald Scarfe- que se proyectó: se trata de una de las flores-carnívoras del universo de Pink Floyd, que ruge hacia el cielo, para después decapitar a una figura humana. La cabeza desprendida termina cayendo en un suelo desértico, donde el tiempo la pudre lentamente. Es la metáfora del artista asesinado por la industria musical, esa máquina a la que le vendió su alma en la portada del disco.

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Have a cigar
fue internarse en la oscuridad de los agentes y representantes, en su miseria y frivolidad. El ritmo que ofreció al público que inundaba el Zócalo fue una muestra de ese buen rock que nunca pasa de moda. Whish you were here remató el set como lo que es: una canción melancólica que explora ese punto en que dejamos de distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira, lo que nos hace bien de lo que nos mata. Ojalá estuvieras aquí…para salir juntos de esto o caer lentamente los dos.

En este punto del concierto una alarma fabril se activó. Poco a poco se elevaron cuatro chimeneas humeantes detrás del escenario. Se conformó así la famosa central eléctrica que fuese la portada para el disco “Animals”, en que Pink Floyd explora, mediante metáforas, los comportamientos de quienes no se preocupan por nadie más que por sí mismos. Los cerdos, por un lado, son esa clase gobernante que flota indiferente por encima del resto; los perros representan la actitud siempre competitiva de muchos empresarios, que terminan hundiéndose por causa de su propia dureza; las ovejas, a su vez, son la gente de a pie que se ha vuelto mezquina, y que agazapada en su zona confort, pocas veces se rebela. En esa línea discursiva se ejecutaron las tres piezas temáticas Pigs on the wing, Dogs y Pigs. Durante esta última, para regocijo de la concurrencia, Waters usó una serie de imágenes de Donald Trump en las que el magnate es exhibido como un ser grotesco, rídiculo y acomplejado. La enumeración de las citas más controversiales del empresario es rematada por una sentencia categórica: “Trump, eres un pendejo”.


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The happiest days of our lives introdujo la melodía más popular de Pink Floyd: Another brick in the wall. Cuando los primeros acordes sonaron, la plaza se encendió. Vi a miles de personas alzar las manos, cantar y saltar con la música. Todos parecíamos estar en acuerdo en lo escencial: estábamos escuchando un himno general de protesta contra toda autoridad.

El ciclo de la ópera rock que ofrece The Wall se clausuró con Mother y Run Like Hell. Esta última dio paso a Brain Damage, pero fue hasta su continuación, Eclipse, cuando alcanzamos otra de las cumbres del concierto. Mientras que la letra nos mecía hacia la unificación en una nueva totalidad, un prisma de luces representó la portada del mítico disco The dark side of the moon. El sentido monumentalista de Waters siempre se agradece, sobre todo, por los discretos actos que produce: “¡Mira las luces!” gritaba un señor, de bigote encanecido, a una niña que sostenía sobre sus hombros.  “¡Órale! ¡Están bien padres!”, le respondió, embobada, la pequeña.

Fue entonces que Waters dictó su discurso más esperado, una carta dirigida al presidente: “La última vez que toqué en el Foro Sol, conocí a unas familias de los jóvenes desaparecidos de México. Sus lágrimas se hicieron mías, pero las lágrimas no traerán de vuelta a sus hijos. Señor presidente: más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido. Muchos de ellos durante su mandato, desde el 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? El no saber es el castigo más cruel. Recuerde que toda vida humana es sagrada, no sólo la de sus amigos. Señor presidente, la gente está lista para un nuevo comienzo. Es hora de derribar el muro de privilegios que divide a los ricos de los pobres. Sus políticas han fallado. La guerra no es la solución. Escuche a su gente, señor presidente. Los ojos del mundo lo están observando”

“Señor presidente: más de 28 mil hombres, mujeres, niñas y niños han desaparecido. Muchos de ellos durante su mandato, desde el 2012. ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? El no saber es el castigo más cruel.”
— Roger Waters

Cuando concluyó la intervención, escuché a miles de personas gritar, con todas sus fuerzas, “Asesino” y “Fuera Peña”. Tal fue la manera en que resonó la plaza, que por momentos era difícil entender si estábamos en un concierto que se permitía un momento político, o en un acto político que incluía episodios musicales.

Para cerrar su presentación -como suele hacerlo- Waters eligió Comfortably numb. El célebre requinto de guitarra se mezcló con una ola de fuegos artificiales, redondeando estruendosamente un recital que ofreció un poco de todo: excelente música, éxtasis estético, un notable espectáculo, algo de crítica política, una catársis masiva y nutridas corrientes de aire impregnadas de varios tipos de marihuana.

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CRÉDITOS

Narrativa: César Alan Ruiz Galicia
Fotografías: Annick Donkers
Diseño Web: Francisco Trejo Corona
Ilustración original: Jonathan Gil

 

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3 comentarios

  1. Oscar Gabriel Campos
    06/10/2016 at 22:04

    “Whish You Where Here”
    Ahí valió madres la “crónica” . Bueno, desde antes, con tanta pomposidad.

  2. 11/10/2018 at 14:51

    […] de escuchar discos y asistir a conciertos, el músico ha dado más titulares [últimamente] por sus posturas contra Donald Trump y el avance de líderes fascistas en el mundo, que por sus producciones discográficas o […]

  3. 11/10/2018 at 14:51

    […] de escuchar discos y asistir a conciertos, el músico ha dado más titulares [últimamente] por sus posturas contra Donald Trump y el avance de líderes fascistas en el mundo, que por sus producciones discográficas o […]