Que tomen el Palacio

Hace quinientos años se publicó la primera utopía, una isla inventada por Tomás Moro. Un marinero de Américo Vespucio, Raphael, cuenta en la novela las costumbres de los habitantes de una isla del Nuevo Mundo, los utópicos, quienes poseían comunalmente la tierra, educaban conjuntamente a mujeres y hombres, tenían libertad religiosa y habían legalizado la eutanasia. En el nuevo continente, no obstante, la colonización europea construyó algo absolutamente diferente; idearon maneras no sólo de destruir y oprimir a los nativos, sino que reprodujeron con toda fuerza sus propias opresiones, su viejo mundo renacido.

Durante estos quinientos años, muchos han escrito ya sus utopías. Lugares sin lugar aparecieron en la mente de miles de personas y algunos intentaron aparecer sobre la tierra. También, en quinientos años de conquista sin fin sobre los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, ellos han soñado y construido sus propias utopías. En uno de esos lugares, Chiapas, la sucesión de agravios y revueltas durante cinco siglos ha fusionado el pasado remoto, la historia y el mito encuentran como puente la Utopía. En 1994, los pueblos indígenas despertaron una vez más de la larga noche de quinientos años. Con ellos el planeta también despertó y empezó a imaginar nuevos lugares aún sin lugar, otros mundos posibles, una casa donde viviera todo el mundo.

Al mediodía de ayer, más de 20 años después de que el levantamiento zapatista proyectase la sombra de la historia de sus agravios sobre la pantalla de un nuevo futuro, muchxs volvimos a sentir la necesidad de imaginar una vez más esos nuevos mundos. Lxs pesimistas no habíamos oído el sonido del mundo derrumbándose hace cuatro años, pero ayer sentimos un temblor en nuestros centros. El Congreso Nacional Indígena se declaró en asamblea permanente para consultar en sus pueblos la creación de un concejo indígena, representado por una mujer indígena, la cual será delegada para registrarse como candidata independiente del CNI y del EZLN en la elección presidencial de 2018.

El anuncio estalló en las noticias a nivel mundial y tomó por sorpresa a la mayoría de la población: a opositores, detractores, indiferentes, aliados y simpatizantes por igual. Las respuestas han sido variadas: algunas muy predecibles, otras impregnadas de la consternación más absoluta, e incluso, el más incómodo silencio. ¿Por qué?

La decisión del EZLN no es incongruente con su historia. A la cabeza de las demandas en la Mesa de Diálogo de marzo de 1994 y de la Convención Nacional Democrática en verano de ese año, ambas convocadas por el EZLN, se encontraba la realización de elecciones libres y democráticas; sólo mediante ellas se podía abrir el espacio de un cambio democrático sin recurrir a las armas.”En julio de ese año las comunidades zapatistas permitieron la instalación de casillas electorales en sus zonas, promovieron a candidatos locales, tuvieron una participación superior al 60% y el PRD ganó con el 70% de los votos. Meses después la CND convocó, ante la derrota de Cuauhtémoc Cárdenas, a conformar un gobierno de transición y un nuevo constituyente. Un año más tarde, el EZLN convocó a un plebiscito en 1307 asambleas comunitarias, sólo 545 en zona zapatista, para decidir su conformación o no como una fuerza política partidista.

No obstante, nuestra sorpresa está justificada porque hace años que el zapatismo había suprimido cualquier perspectiva electoral nacional de su programa. El EZLN desistió de convertirse en partido político pero mantuvo altas conexiones con los militantes perredistas durante todo el sexenio de Zedillo. La relación entre ambas organizaciones reflejaba la convergencia de las bases de apoyo zapatistas y perredistas, tanto en comunidades zapatistas como en la sociedad civil urbana. Sin embargo, la aprobación por la bancada del PRD de la Ley de derechos y cultura indígenas, que traicionaba los acuerdos de San Andrés y la iniciativa de ley de la Cocopa, puso fin a la alianza estratégica. La emboscada de bases zapatistas por militantes perredistas en Zinacantán el 10 de abril de 2004 suspendió definitivamente la comunicación entre la dirigencia nacional del PRD y la comandancia del EZLN.

Esta ruptura permitió la proliferación de los discursos antipartidistas dentro y fuera del zapatismo. La postura romántica de Holloway sobre la revolución ha colonizado el imaginario sobre la toma del poder. En ella, la revolución pretende destruir directamente las relaciones de poder sin pasar por su conquista: se trata de una revolución en el hacer. No obstante, esta postura termina por borrar el poder como potencia de los oprimidos: de hecho la dominación de los de arriba sólo tiene sentido por el poder gigantesco de las masas de abajo. Ese hacer revolucionario es, a fin de cuentas, el retorno del poder sobre lo propio. Una huelga, un levantamiento armado, un graffiti callejero, un plantón en la plaza: todo ello es toma del poder en tanto que potencia de ser legítimamente, sin pisotear ni ser pisoteado. Tomar el poder, así sea para destruir su Silla, es el hacer en rebeldía.

En el comunicado de ayer, el CNI y el EZLN declaran “nuestra lucha no es por el poder, no lo buscamos.” Escribo estas líneas con el rabioso deseo de que lo encuentren aún sin buscarlo. No sólo los poderosos, no sólo los posibles aliados, sino que muchos simpatizantes apuestan a que no lo encuentren. Durante los últimos años, los sectores de izquierda hemos estado demasiado cómodos en nuestros fracasos. Paradójicamente, la concepción de Holloway ha sumido a la izquierda en una digna derrota sin fin: la promesa de cambiar al mundo sólo al lado se convirtió en nuestra nueva teleología de la historia. Hace tiempo que hemos dejado de imaginar cómo sería ese mundo cambiado o de planear cómo conquistarlo. El temblor que cimbró nuestros centros ayer cuarteó profundamente la certeza de nuestra derrota.

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Ahora mismo las comunidades del CNI están discutiendo la conformación del consejo y de la candidatura independiente y una vez más nos obligan a imaginar, de la manera más real, un país distinto, un lugar aún sin lugar. El proceso electoral que ahora emprenden seguramente podrá reforzar la organización de los pueblos originarios y la sociedad civil para detener la destrucción, pero podría ser más que eso. Es urgente la conspiración, que planifiquemos la victoria con el mayor detalle posible: ¿qué pasará si se gana la presidencia? ¿se propondrán delegados al Congreso? ¿se pelearán gubernaturas? ¿qué reformas o revoluciones seguirán? ¿quiénes serán los funcionarios? ¿quiénes ayudaremos y cómo?

La victoria de la candidatura del EZLN a la presidencia como realidad debe de ser el proyecto que unifique al cómodo sectarismo de la izquierda. Tanto los que han luchado sólo electoralmente los últimos años como los que lo han hecho sólo antielectoralmente comparten el sentido común de la multiplicidad de candidaturas, del fracaso propio y del otro. Me parece evidente que los sectores verdaderamente progresistas, sin agregados, deberían construir una candidatura común. En específico, creo que, si se concreta la candidatura de la delegada indígena del CNI, AMLO debería declinar a su favor. Junto con las comunidades del CNI, las bases democráticas de Morena deberían discutir dicha posibilidad seriamente. A veces el quehacer revolucionario implica ponerse al frente, a veces ponerse detrás: ahora es tiempo de ella, la mujer, la indígena, la aún sin nombre.

La sombra de quinientos años de utopía se proyecta sobre la pantalla del futuro. Ayer, lxs compas zapatistas nos anunciaron un nuevo párrafo en la escritura de su utopía, ojalá mañana también ocupen el palacio y que, como hace cien, ganen todo para todxs. Si logramos que eso pase, tal vez mañana seamos utópicos, habitantes de ese Nuevo Mundo que se ha tardado quinientos años en llegar.

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